Crónicas chinas. Día 22: agur China, hurrengorarte

Ultimo día de turisteo en China. Todo se tiene que acabar en algún momento, y a nosotros nos llegaba la hora de ir pensando en hacer las maletas. Pero antes queríamos aprovechar el ultimo día todo lo posible, y vaya si lo hicimos. En nuestro plan original, teníamos en mente visitar la ciudad con canales de Suzhou, pero al final optamos por cambiar el plan y visitar otra ciudad, que igual no era tan bonita, pero que seguro que estaba bien: Zhujaijiao. Encima, la parada del autobús que llevaba a la misma estaba a solo unos minutos andando del hotel. Nos fue fácil encontrar el autobús, que más bien era una chocolatera infernal. Por delante nos aguardaba una hora de traqueteo total.

Puente en Zhujiajiao

Pero el viaje mereció la pena. Zhujaijiao era una población surcada por canales, por los que los barqueros paseaban anclando los palos de bambú, más que remando. Lo mejor sin duda era pasear junto al agua, viendo la infinidad de puestos que había: de comida, artesanía o recuerdos. Todo en un ambiente tranquilo. Aunque más bien, como decía la Lonely, se trataba de una población tranquila hasta que llegaba algún autobús de turistas. En nuestro caso no tuvimos queja, había gente pero en ningún momento para agobiarse. La única pega fue el sol, que un día más, calentaba con justicia. Parecía que había que salir de Shanghai para verlo. Como de costumbre, hicimos un alto en el camino para refrescarnos, y decidimos entrar en un hostel. Lo llevaba gente joven y tenían bastante variedad de cervezas y licores para elegir. A esas horas lo que apetecía era un buen café, así que nos lo tomamos a la fresca, sentados en unos cómodos sofás. Incluso nos hicimos amigos de un huskie que tenía, que se nos arrimaba para que le acariciáramos. Estábamos viendo las fotos que acabábamos de sacar, cuando empezó a sonar Luz Casal, Alex Ubago, Chambao e incluso Julio Iglesias, para salir corriendo.

Tras un par de paseos más, se acercaba la hora de comer, pero ningún sitio del pueblo nos llamaba la atención. Tenían los típicos baldes o peceras en la calle, con tortugas, peces o cangrejos. Precisamente lo que menos nos gustaba. Así que emprendimos el camino de vuelta a la estación de autobuses. Paramos en una tienda de la marca deportiva Anta. Tenían algunas camisetas graciosas de baloncesto, así que me compre una de caricaturas en la que salía Luis Scola, o al menos creíamos que era el, junto con otros deportistas chinos. El asunto de la talla casi fue un problema, ya que me tuvieron que sacar la talla XXXL, la más grande que tenían. Y tampoco es que me que sobrara mucho.

Uno de los canales que atraviesa el pueblo

A la vuelta a Shanghai, los autobúseros nos la liaron buena. Al llegar a la estación preguntamos en el primer autobús que encontramos, si iba hacia Shanghai, y nos dijeron que efectivamente, iba hacia allí, pero los muy capullos se ahorraron el detalle de explicarnos el itinerario. ¿People square? Preguntamos. Yes, yes, respondieron. A mi algo me olió mal cuando vi que el autobús que nos había traído salía delante de nuestras narices, pero ya estábamos montados, y no íbamos a bajarnos. Los muy graciosos se ahorraron explicarnos que en vez de ir directo por la autopista, el bus recorría y se paraba en todos los pueblos y marquesinas habidos y por haber hasta Shanghai. 2 horas para hacer 40 km. Yo ya estaba que fumaba en pipa. Veía que el tema se alargaba cada vez más, que había atascos en la entrada, que estábamos sin comer… Cuando llegábamos, ya juraba en todos los idiomás menos en chino, y menos mal que no sabia como soltarles alguna gorda. Pero eso no fue todo, ya que tampoco nos dejaron en la Plaza del Pueblo, sino a un buen trecho andando. Tuvimos que buscar la calle en el mapa, y al final conseguimos situarnos como pudimos. No había ninguna parada de metro cerca, así que nos toco andar un rato bajo un sol abrasador. Eran las 5 de la tarde y todavía no habíamos comido. Al final nos paramos en un 7 eleven, una cadena de tiendas, y nos compramos un sandwich envasado. Por lo menos, después nos comimos un buen helado italiano para aliviar las penas.

Volviamos a ver bicicarros cargados hasta arriba

Como teníamos compras pendientes, y no mucho tiempo, nos fuimos nada más terminar al que anunciaban como mercado más grande del este de China. Nada más salir de lo tornos del metro, empezó a darnos la tabarra y a seguirnos un tío intentando vendernos de todo. Al principio hacia gracia, ya que soltaba alguna frase en castellano, pero empezó a perder la gracia cuando nos siguio hasta fuera de la estación. Empezamos a ir en una dirección, en otra, pero teniamos al tío a nuestra par, venga a darnos el tostón. Se me empezo a acabar la paciencia, y le solté que se esfumara de muy malas maneras. Pero le daba igual. Esti estaba venga a decirme que no le hiciera caso, que pasara de el. Pero no podía, me pare de nuevo y empece a mediochillarle. Entonces se puso en medio un tío que esta por allí, como diciéndole que nos dejara en paz. Y parecia que habia sido así, cuando nos dimos cuenta de que el primer tío nos seguía a unos metros, y que el segundo, que entraba en acción un poco antes, iba delante nuestro, a unos metros, y vigilándolos claramente. Aquello empezaba a parecer una película. Yo no me cortaba, y les miraba fijamente, para que supieran que no éramos tontos y que no les teníamos miedo. Un poco más adelante habia un puesto de policía, no iba a decirles nada, pero me pare al lado durante unos segundos. Y volví a mirarles. Parece que habia surtido efecto, ya que los tíos se esfumaron. No sabíamos a que estaban jugando, si querían meternos miedo para que les compráramos algo, o yo que se.

Juegos de mesa en People’s Square

Cruzamos al otro de la calle, y nos estábamos dando cuenta de que éramos los únicos occidentales en la zona. Teníamos enfrente la puerta del centro comercial. No nos gusto mucho el sitio, pero ya que estábamos allí, queríamos intentar hacer alguna compra. En la entrada del mercado había unos 8 policías, y cuando intentamos entrar, uno de ellos nos dijo que estaba cerrado. Pero veíamos que no era así, estaba claro que no querían que entráramos. Tampoco insistimos, después de lo que nos había pasado un poco antes, no nos quedaban ganas de más aventuras. Estaba claro que ese mercado no era para los extranjeros. Nos volvimos al metro, y nos fuimos al mercado del primer día, nos quedaban cosas por comprar, y entre los graciosos del autobús y los mafiosos, habíamos perdido media tarde.

Cuando llegamos al otro mercado, teníamos las ideas muy claras y muy pocas ganas de regateo. De hecho, en todo lo que compramos, les dimos un precio y no subimos ni un solo Yuan. Se nos habían quitado las ganas de perder el tiempo. Y es que íbamos muy justos de tiempo. Una de las cosas que estábamos buscamos no la encontramos en todo el día, y tuvimos que ir a una tienda especializada que estaba mucho más lejos. Al final no encontramos lo que buscábamos, pero si algo muy similar, por lo que terminamos con la sensación de haber hecho las cosas a medias. Cuando salimos de la tienda, empezamos a notar que estábamos rendidos, hasta ese momento, y por la preocupación de hacer todo lo que teníamos pendiente, casi ni lo pensamos. Con tanto ajetreo, y tras una tarde frenética, no podíamos más que sentarnos en una cafetería para tomar un dark chocolate coffee. Ya eran las 8 de la tarde, y habíamos salido a las 2 de Zhujaijiao.

¿Tiene pinta de ser vino?

A esas alturas del día, no nos quedaban ganas para mucho más. Encima íbamos cargados con algunas bolsas, por lo que tampoco podíamos ir muy lejos. Para esa noche habíamos pensado ir a un conocido restaurante de dimsun que teníamos pendiente, de hecho estuvimos a punto de entrar en otra ocasión, pero como era solo de comida para llevar, y solo había unas pocas sillas para comer en el local, lo descartamos, nos dio pena, pero no era el momento. En cambio, decidimos darle una oportunidad al restaurante del hotel. Tenia muy buena pinta, y nuestras sospechas se confirmaron, se comía estupendamente y a un precio inmejorable para que lo que ofrecían. Por cierto que el dimsun estaba exquisito (ya lo había probado en el desayuno, pero en la cena estuvo mucho mejor). Al tratarse de la última cena en China, no podía despedirme del país sin probar otro vino, o al menos así lo llaman ellos. Pedí una botella pequeña, para mi solo, y empezamos a alucinar desde el momento en el que el camarero se acercaba con el vino. Trajo una caja chilisima, con dibujos de dragones, de la que saco una botella de barro. Parecía mas un jarrón que una botella. La presentación era inmejorable, pero lo que ellos llamaban vino era más bien algo parecido al cognac. Había envejecido durante diez años, no se si en barrica o en la misma botella, pero tampoco era un mosto, y se notaba.

A hacer las maletas, es nuestra ultima noche en China. Han sido tres semanas increíbles. Cargadas de imágenes y sensaciones que va a ser difícil que se borren de nuestra memoria. Por si en algún momento llegara a pasar, espero que este relato de nuestro viaje nos sirva para rememorar los momentos vividos. Y si has llegado hasta este ultimo capítulo de nuestras crónicas chinas, espero que hayas disfrutado con las mismas.

Crónicas chinas. Día 21: El Bund, casco antiguo y Pudong

Dim sum gigante, todo a lo grande

Al igual que el día anterior, en nuestro penúltimo día en China salimos caminando del hotel, en vez de coger el metro. Íbamos a empezar por el casco antiguo y los jardines de Yuyuan, para salir a la zona del Bund, ubicada en la rivera de rio. Callejeando un poco, podríamos seguir el itinerario marcado sin perdernos. De hecho, gracias a que salimos andando, de camino al casco antiguo descubrimos un mercado de productos locales de lo más variopinto. Puestos de verduras, carnicerías, pescaderías, había de todo. Las condiciones de salubridad tampoco eran las más adecuadas, claro esta. Lo que mejor aspecto tenían eran las frutas y verduras. En las carnicerías, tenían la carne puesta en unas mesas, sin ningún tipo de nevera. Y en las pescaderías, tenían los peces metidos en agua, así que cuando les pedías alguno, lo sacaban, lo mataban si hacia falta, lo limpiaban, y te lo llevabas. También vimos como quitaban el espinazo a las culebras. Claro esta que en este mercado no vimos ningún occidental, de hecho, nosotros lo encontramos de casualidad. No aparecía en guías ni páginas web de información.

Del balde a la tijera o a la navaja

Visitar el casco antiguo era la única forma de conocer como había sido Shanghai anteriormente. Pero era una zona muy comercial. Como de costumbre, no podían faltar el MacDonalds, el Starbucks y los vendedores de relojes, un clásico en los últimos días. Pero estaba todo enmarcado en bellos edificios, junto con pequeños lagos y el cercano parque de Yuyuan, con su bosque de bambú, todo de postal. No había más que andar unos cientos de metros más para llegar al Bund, uno de los mejores paseos que se puede encontrar uno en Shanghai. La rivera del rio, era una ubicación inmejorable para observar los rascacielos de la zona financiera de Pudong. Casualmente, desde que llegamos a Shanghai no se habían ido las nubes del cielo, había estado nublado en todo momento. Ese día no fue una excepción, por lo que no pudimos ver con claridad los edificios más altos, las nubes los cubrían en la parte superior. Lo que si pudimos ver fue la incesante actividad sobre el agua: los barcos pasaban continuamente, de recreo o de carga, circulaban sin cesar.

Curiosos edificios del casco antiguo

Caminamos a lo largo del paseo durante un buen rato, hasta que nos desviamos del mismo para adentrarnos en algunas calles paralelas. Entramos en una calle bastante pija, donde nos encontramos al menos a 10 parejas de chinos haciéndose fotos de boda. Cada cual con aspecto más pintoresco. Una cosa es el horterismo salvaje, pero lo de estos sobrepasa los limites de lo cutre. Mira que les gusta a los chinos la parafernalia de las fotos de bodas. Desde que llegamos a China, habíamos visto a decenas de ellos, posando en lugares de lo más variados. Y es que era un negocio que movía mucho dinero, había infinidad de estudios fotográficos para bodas, y siempre que pasabas por uno, estaba lleno.

Tras recorrer todo el Bund, pasamos a la otra orilla, a Pudong, a través del túnel panorámico. O eso ponía al menos, que era panorámico, y encima en las fotos salían peces. Pues nada más lejos de la realidad. Nos metieron en unos pequeños vagones, y nos llevaron a través de un túnel en el que iban proyectando diferentes imágenes, alumbrado todo con luces de colorines y música rara, todo de lo más friki. Pasamos bajo el agua, pero de panorámico no tenía nada. Parecía más producto de las drogas que otra cosa. Nos gusto tan poco, que aunque compramos el billete de ida y vuelta, después nos cogimos el metro para volver. Cuando estábamos en la zona de Pudong, el tiempo mejoro bastante y se levantaron las nubes, por lo que pudimos ver mucho mejor los dos edificios más altos de Shanghai. Toda esta zona la habían construido hace pocos años, y era bastante alucinante ver la multitud de rascacielos, los jardines con dragones hechos de setos… el conjunto urbanístico era muy distinto al de la otra orilla del rio. Merecía la pena darse una vuelta por la zona.

Pudong visto desde el Bund

Por la tarde, nos acercamos a otro de los grandes mercadillos de Shanghai, el de la parada de metro del Museo de la Ciencia. Como si no hubiéramos tenido bastante el dia anterior, tocaba volver a pegarse con los tenderos. El mercado era bastante mejor que el de Han, con más sitio, más limpio, y sin salir de la parada. Estuvimos toda la tarde dando vueltas. Llego un momento en el que no sabiamos si habíamos estado o no en los puestos. Entre que todos tenían un genero parecido, y que los chinos también se parecían, ya nos sabíamos por que pasillos habíamos pasado.

Dos de los edificios más altos de Pudong

En esta ocasión, a diferencia del día anterior, y con la experiencia acumulada, compramos algunas cosas. Lo más divertido fue cuando me encontré un maillot del Euskaltel Euskadi, una copia bien hecha, pero con una calidad pésima. Regatee con la tía, pero no me quedaba bien de talla. En otro puesto regatee por otro maillot, pero la tía no cedía, por lo que me marche sin comprarle nada. La mejor compra que hicimos fue una maleta, en la que conseguimos rebajarle un montón, hasta pagar el 20% de lo que pedía. A medida que nos alejábamos del puesto iban rebajando el precio, y cuando estábamos bastante lejos, nos grito que aceptaba lo que le ofrecíamos. Cuando volvímos, la chica estaba muy enfadada, pero bueno, tampoco perdería dinero, sino no lo hubiera vendido. Con la noción del tiempo totalmente perdida, salimos del mercadillo con la maleta que habíamos comprado, y con alguna cosa más en su interior.

Con el trasto encima, solo podíamos ir al hotel a dejarlo, por lo que como ya era un poco tarde, cenamos en una zona cercana. Concretamente en un restaurante de comida de Yunnan. Obviando cosas como gusanos o larvas, nos pedimos un plato de sopa de pollo y unas bolas rellenas de pollo, las dos cosas un poco sosas. Pero el tercer plato fueron una berenjenas rellenas que picaban una barbaridad, tuvimos que pedir otra cerveza y unos cuencos de arroz para pasar el trago. Estaban muy buenas, pero como picaban.

Increibles jardines de Pudong

Crónicas chinas. Día 20: descubriendo Shanghai

Con nuestros amigos chinos

Ultimo lugar en el que nos despertaríamos, Shanghai. Con 20 días de viaje en el cuerpo, ya echábamos de menos volver casa. Quizá esta morriña estaba causada porque Hong Kong no había sido lo que esperábamos. Lo fácil es decirlo ahora, pero de haber sabido antes lo que nos íbamos a encontrar, no hubiéramos visitado la ciudad colonial. Teníamos algo de miedo de que con Shanghai nos pasara lo mismo, pero desde el mismo momento que salimos del hotel, ya sabíamos que no iba a ser así. El Marvel Hotel estaba muy bien situado, frente al Museo de Historia de la ciudad, y a unos minutos andando de la Plaza del Pueblo. Por lo tanto, la primera mañana salimos a recorrer el terreno, por las cercanías. Los parques y paseos comprendidos entre el museo y la Plaza del Pueblo bien merecen un paseo. Así que fuimos caminando tranquilamente, viendo los edificios, durante un buen rato. En una de las plazas nos pararon un jovencillos para hacerse unas fotos con nosotros. Y como yo ya estaba cansado de que solo nos sacaran fotos ellos, me sume a la fiesta, saque la camara, y los fotografié también a ellos. Fue divertido.

La Plaza del Pueblo, rodeada de curiosos rascacielos

Al llegar a la zona norte de Plaza del Pueblo (se le llama plaza, pero es una zona que contiene unos cuantos parques y plazas), encontramos el que llaman Parque del Pueblo, el más atractivo de todos. Muy bien cuidado, con sus estanques, arboles y flores, era un hervidero de gente. Era domingo por la mañana, por lo que muchas personas habían salido de casa para disfrutar de la naturaleza urbana. En este parque nos ocurrieron un par de anécdotas muy curiosas. En cuanto llegamos, vimos que había un montón de personas, sobre todo mayores, con carteles escritos a mano. Daba la impresión de que estaban vendiendo algo. Pero no sabíamos que. La intriga iba aumentando cuando veíamos que en algunos carteles había fotos. La leche, no serán personas desaparecidas, pensamos. Habíamos sacado alguna foto, pero no sacamos ninguna más hasta que descubrimos de que se trataba. En algunas mesas vimos algún libro rosa con unos corazones. Misterio resuelto, estaban buscando maridos o esposas para sus hijos. Pero no había uno, sino cientos de carteles, aquello era un mercado del amor.

Cuando estábamos saliendo del parque, nos abordaron un grupo de jovencitas que no paraban de hablarnos sin parar, en ingles. Cuanto tiempo llevábamos en Shanghai, de donde veníamos, hasta cuando nos quedábamos, eran demásiado majos y encima no callaban. Había gato encerrado. Yo había leído algo sobre el timo de la ceremonia del te. Algunas casas de te deben contratar a jóvenes para que atraigan gente a sus locales, y una vez están allí, pidan te sin parar, y del más caro, por supuesto. Para cuando te das cuenta, te presentan un facturon del que obviamente los jóvenes no se hacen cargo, y que tienes que pagar de tu bolsillo. Nuestras sospechas se confirmaron cuando nos preguntaron si habíamos participado en una ceremonia del te. Momento en el que les dijimos que si, nos despedimos amablemente y nos largamos. Lo que nos faltaba, que nos timaran.

Tengo un/a hijo/a para casar, ¿te animas?

Tras recorrer la Plaza del Pueblo, nos dirigimos a una de las zonas más conocidas de Shanghai, la calle East Nanjing Road. Una calle peatonal y de las más comerciales de la ciudad. Con infinidad de tiendas de ropa y grandes almacenes, pasear resulta complicado por el montón de pesados que se te acercan para intentar venderte relojes: watches, iPhone, tablets, te sacaban una especie de hoja catalogo con un montón de productos. Este tipo de vendedores te suelen llevar a una trastienda o almacén, con la entrada oculta en algún callejón, en la que intentan venderte de todo y de la que es difícil salir sin nada, sobre todo por lo pesados que se ponen. Nosotros estábamos buscando otro tipo de compras, más concretamente un mercadillo que debía estar por la zona, pero que no encontramos. Mas tarde descubriríamos que estaba en West Nanjing, y habíamos ido a East. Había llegado la hora de comer y nos metimos en un restaurante en el que solo había chinos, señal de que el dimsum estaría de muerte, y así fue. Nos gusto tanto, que nos pedimos una segunda ración.

Calles cercanas a la Plaza del Pueblo

Con la información correcta, esta vez si, nos dirigimos a East Nanjing Road, al mercadillo de Han City. Era nuestra primera toma de contacto con los tenderos chinos. Ya nos habían avisado que eran bastante pesados en el regateo. En los primeros intentos, los regateos no llegaron a buen puerto. Nos pedían autenticas burradas, cuando sabían perfectamente que no las íbamos a pagar. Pero tampoco tuvimos la decisión ni la destreza para hacerles bajar el precio todo lo que queríamos, todavía éramos unos novatos. Por poner un ejemplo, uno de ellos me pedía 650 yuanes por una camiseta de fútbol, una autentica barbaridad que no valdría ni la original. Lo que hay tener en cuenta siempre en este tipo de sitios, es que lo que venden son imitaciones, por lo que no podemos tener como referencia el precio del producto original. Y como tan bien nos aconsejo Juantxu, no hay pagar nunca más del 20% de lo quede piden. Pero es difícil, por ejemplo, en una tienda de camisetas de fútbol, un chico que estaba comprando nos dijo que no pagáramos más 35 yuanes, cuando nos pedían 650. Si cuela, cuela. Esti al menos se compro unas zapatillas por un precio razonable, el viaje no había sido en balde. Necesitábamos un respiro tras el agobio del mercadillo, por cada puesto que pasábamos nos salía el vendedor ofreciéndote sus genero, por lo que nos tiramos casi toda la tarde soltando un repetitivo ‘no thanks’. Y tras tanto andar, que mejor que una parada en un Starbucks para tomar un café y descansar.

Callejuela de Concesión Francesa

Como aun teníamos ganas de ver más cosas, y eso que llevábamos todo el día dando vueltas, nos animamos a acercarnos a Concesión Francesa, una zona de boutiques, cafés y restaurantes bastante chic. Concretamente a Tianzifang. Un entramado de callejuelas de lo más autentico. Las casas no eran de más de dos pisos, de ladrillo, y estaban rodeadas por altos edificios y rascacielos, lo que hacia que pareciera un oasis en el desierto. Encima llegamos cuando estaba anocheciendo, lo que le daba un punto mucho más especial gracias a los llamativos rótulos de tiendas y bares. Aquello no tenía nada que ver con la chicharrilla que habíamos vivido un rato antes. Nadie te acosaba al pasar por las tiendas, podías entrar, mirar y marcharte sin más. Claro que el genero tampoco tenía nada que ver. Tras patearnos cada callejuela, nos volvimos a sentar, esta vez en una terraza bastante pija. Nos tomamos algo para refrescarnos y descansar. No hacia el mismo calor asfixiante que en Hong Kong, pero en Shanghai también se sudaba. Estábamos muy a gusto en la terraza, el ambiente estaba preparado para el turista occidental, pero cuando algo esta bien y merece la pena, te da igual para quien este pensado.

Rascacielos cercanos al hotel

Parece que aquel día habíamos recuperado el espíritu viajero perdido en Hong Kong. En un solo día habíamos visto más cosas y habíamos disfrutado el triple que en nuestro anterior destino. Habíamos vuelto a lo que había sido el viaje hasta ese momento, veíamos de nuevo los motocarros, las bicis cargadas hasta arriba, los puestos de comida callejera, los fruteros en cualquier esquina, volvimos a China. Como no queríamos dar la noche por terminada, nos dimos un buen paseo hasta otra de las zonas más conocidas de Concesión Francesa: Xintiandi. No tenía ni por asomo la autenticidad de Tianzifang, se notaba que estaba todo reformado y hasta tenía un centro comercial justo al lado. Era todo demásiado perfecto. Incluso llegamos a ver un restaurante español, La Finca, al que por supuesto no entramos (seguramente será de algún cocinero conocido, aquello era bastante lujoso, habrá que investigar). Y otro alemán donde las camareras chinas iban vestidas con el traje típico alemán. Para salir corriendo. Lo curioso es que las terrazas estaban abarrotadas de occidentales. Menos mal que la Lonely nos recomendaba un restaurante que estaba un poco más alejado del centro comercial, solo a unos pasos, pero lo suficiente para que no hubiera occidentales, solo chinos. Teníamos una idea clara desde que estábamos en China: queríamos evitar en la medida de lo posible la comida occidental. Queríamos probar cosas que al volver a casa no tendríamos posibilidad de comer. Y en ese restaurante acertamos de pleno. La carta tenía platos de todos los tipos y precios, desde los 5 euros a los 100. Nos pedimos unos dim sum (de cangrejo), unos noodles y el cerdo de la abuela, plato recomendando en la carta y que habían pedido en otras mesas. Sobre el cerdo, comentar que a medida que íbamos comiéndolo, Esti descubrió que había algo debajo, los intestinos del bicho enrollados. Como a esas alturas ya no me asustaba por nada, me los comí sin inmutarme. Después de comer tortuga,¿que suponía comerme unas tripas de cerdo?

Crónicas chinas. Día 19: Stanley o London

Último día en Hong Kong. La verdad es que estábamos deseando marcharnos. A diferencia de todo lo que habíamos visto anteriormente, y había sido mucho, no llegamos a congeniar con la ciudad. No le veíamos el atractivo que supuestamente escondía. Pero no podíamos dejar de visitar cosas, teníamos el vuelo hacia Shanghai por la noche, por lo que teníamos un montón de horas por delante. Para esta ultima jornada, habíamos dejado las visitas más llevaderas. Tras haber hecho dos islas el día anterior, nos habíamos quitado las excursiones más pesadas, y es que desde que nos pasara lo de Moon Hill en Yangshuo, nos pensábamos muy mucho el hacer actividades pesadas cuando no teníamos la habitación del hotel disponible. Por lo tanto, dejamos la zona de Stanley para ese ultimo día.

Cartel de la entrada del mercado

Esti tenía ganas de visitar el famoso Stanley Market. Llevábamos un montón de días en China y no habíamos tenido muchas oportunidades de profundizar en el mundo de los puestos, aunque tampoco hubiéramos podido comprar mucho, habíamos traído solo una maleta para ir más ligeros, por lo que no teníamos sitio para meter nada. Nuestra idea era comprarnos una segunda maleta en Shanghai, para poder traer las típicas compras. De todos modos, Esti quería visitar un mercadillo, por lo que primero cogimos el metro, y después un txikibus. Stanley se encuentra en la zona sur de la isla de Hong Kong, por lo que tampoco es de fácil acceso. Al igual que Lantau, se trata de una isla montañosa, con carreteras estrechas y muchas curvas. Pero a diferencia de Lantau, donde había pocas construcciones, Hong Kong estaba bastante urbanizada. Se me olvidaba comentar, que como colonia inglesa que fue, conducían por izquierda y los volantes de los coches estaban a la derecha.

Ejemplo de bar en Stanley

Para llegar a Stanley tuvimos que cruzar otras zonas como Aberdeen o Repulse Bay, y allí si que se notaba la influencia inglesa. De hecho, debe haber un montón de ciudadanos ingleses todavía viviendo en Hong Kong (¿Que nacionalidad tendrán? Buena pregunta). Colegios de estilo ingles, no uno ni dos, y todos religiosos por supuesto. Zonas residenciales con sus playas, chiringuitos, concesionarios de Ferrari…. Estaba claro que aquella parte de la isla era el güeto inglés. Y cuando llegamos a Stanley fue todavía más evidente. Mercadillo aparte, se trataba de una zona turística con sus típicos pubs ingleses y sus restaurantes de costa. Por supuesto, si había chinos era trabajando, pocos vimos de turisteo. Todos los carteles de los bares en ingles, las cartas igual, claro que para comer tenían cubiertos, nada de palillos. Del mercadillo, poco que decir. No había mucho genero, y el que había se repetía en los distintos puestos. Lo mejor, que estaba bajo cubierto, por lo que al menos no padecimos el sol. Además de los puestillos, habían construido un centro comercial, por lo que aquello se parecía bastante al puerto deportivo de Getxo. ¿Estábamos de nuevo en Euskadi? Nos habíamos trasladado a otro mundo totalmente distinto. Quizá por esto mismo Hong Kong no fue de nuestro agrado.

Ir a Hong Kong para descubrir que beben San Miguel

A la hora de regresar, en vez del txikibus chocolatero que nos había tocado para ir (llevábamos días utilizando el termino chocolatera para los buses más destartalados, algo tendría que ver Pakito), nos montamos en un autobús de dos pisos, nuevito, en el que además de ir más cómodos, pudimos disfrutar de otras vistas. Nos llevaría de vuelta a Central, pero por otra ruta, así veríamos otras zonas de la isla. Durante el rato que duro, nos quedamos con varios detalles curiosos: vimos un cementerio bastante grande (el único que vimos en el viaje), pasamos por un polideportivo en el que estaban jugando un partido de cricket (¿chinos jugando a cricket? lo dudo), y por ultimo, descubrimos el hipódromo (otra afición muy china). En definitiva, y vuelvo a repetirlo, aquello no tenía nada que ver con China. La influencia inglesa esta aun muy marcada en la isla, y hará falta más de una generación para que las cosas vayan cambiando, en caso de que ellos quieran que cambien, claro.

Todo no iban a ser decepciones. Para ese día estaba prevista la apertura de la estatua de Bruce Lee, así que tras coger el ferry para cruzar la ría, nos presentamos en el paseo de las estrellas dispuestos a sacarme una foto con Bruce. Be water my friend. Nos estaba esperando para la foto, aunque casi había cola para ponerse a su lado. Que pena que no pudiéramos acercarnos un poco más. Era claramente la atracción del paseo. Así que tras las últimás fotos de rigor con Victoria Harbour de fondo, recogimos las maletas en el hotel y cogimos el metro (el airport express concretamente) para ir al aeropuerto. Nos aguardaba el vuelo a Shanghai, que fue sin ningún problema y encima puntual. Dos horas de trayecto, en el que cenamos por segunda vez, ya que previamente habíamos cenado algo antes de montar: no sabíamos que nos darían nada a bordo.

Junto a la estatua de Bruce Lee

Al aterrizar en Shanghai, ya no había ni metro mi autobús, por lo que echamos mano del gremio de los taxistas. A esas alturas teníamos el culo pelado, pero con el que nos toco no hubo ningún problema con el taxímetro. En cambio, cuando le enseñe el papel con el nombre y la dirección del hotel, el tío no saco unas gafas para leerlo, no, para que, cuando tenia una lupa que bien podría utilizar su hijo en el colegio para examinar minerales. Increíble. Una vez más, ver para creer. En China regalan los psicotecnicos en la tómbola, y no es solo un dicho, era imposible que ese señor pudiera pasar un examen físico para conducir. Por algo en vez de utilizar la bocina como el resto de taxistas que habíamos tenido hasta la fecha, este no paraba de meter las largas una y otra vez, para tener algo mas de luz. Al menos llegamos sanos y salvos al hotel, conducía bien, no era un poco temerario.

Crónicas chicas. Día 18: nos vamos de islas, Hong Kong y Lantau

A los pies del Buda

Nos levantamos como nuevos, después del viaje el día anterior, se agradecía despertarse entre unas sabanas limpias y un colchón de verdad. Pero lo que más agradecimos fue el megadesayuno que nos metimos en el hotel. Había de todo para elegir, y todo muy bueno. Café de verdad, que te rellenaban una y otra vez, sin tener que levantarte, eso no tiene precio. Un dimsum relleno de verduras que nos encanto. Gran variedad de fruta, fresca y sin picante (no como en Fenghuang). Un lujo.

Para el segundo día en Hong Kong, habíamos previsto una excursión a la isla de Lantau. Visitaríamos el monasterio de Po Lín, con su Buda gigante, y algún pueblo de pescadores. Primero tuvimos que coger el metro hasta cerca del aeropuerto (pasamos de largo el Disneyland), para después montarnos en un autobús de línea que circulaba solo por Lantau. Tenían el aire a tope, y menos mal, en la calle hacia un calor infernal, mínimo 30 grados.

El Buda al final de las escaleras

Teníamos una segunda opción para llegar al monasterio, un teleférico que cruzaba las montañas, pero después de montarme en la muralla china, ya había cubierto el cupo. Además este no era de juguete como el de Badaling, ya había visto imágenes antes en internet, y ascendía a una altura que mi vértigo no podría soportar.

Tras ascender un puerto con unas curvas mareantes (Lantau era muy montañoso), llegamos por fin al monasterio. Sin duda lo más llamativo era el buda. Mientras ascendíamos por la carretera, en la lejanía, se podía divisar perfectamente. Y es que tenía 26 metros de altura y lo habían construido sobre una colina bastante alta. Era impresionante. Había que subir unas escaleras para llegar arriba, pero ya desde abajo, antes de iniciar el ascenso, impresionaba. Una vez llegabas a su altura, sus dimensiones asustaban. Lo que nos resulto más curioso fue la cruz gamada que tenía en su pecho. Obviamente no tenia nada que ver con los nazis, ya que este tipo de símbolos son muchísimo más antiguos y se repiten en infinidad de culturas (nuestro laburu es un claro ejemplo). En este caso, lo que nos sorprendió es que fuera exactamente igual. Debajo del Buda, había un pequeño museo, donde se podían apreciar varias esculturas y reliquias. Como no somos unos expertos en budismo, y estaba todo en chino, para nosotros tampoco tenía mucho interés. Los chinos en cambio hacían reverencias y rezaban. Antes de salir, nos entregaron un botellín de agua y un helado, que estaban incluidos con la entrada. Lo mejor que nos pudo pasar, el sol castigaba una barbaridad.

Casas de pescadores en Tai O

La isla de Lantau tenía otros atractivos aparte del Buda, uno de ellos era el poblado de pescadores de Tai O. Volvimos a coger otro autobús regional, que nos bajo de la montaña para acercarnos a la costa, a la altura del mar. Lo más interesante de este pueblo era ver las casas de los pescadores, construidas sobre el agua. Aunque más que casas parecían chabolas. También resulto curioso ver como secaban el pescado o cualquier tipo de animal sacado del mar. Desde marisco a pescado, algas, lo que fuera. Aquello, una vez seco, parecía cualquier otra cosa menos pescado. Viendo como pegaba el sol, seguro que el que tenían tirado en la calle no tardaría mucho en secarse. Y es que vaya calor. No aguantamos mucho en el pueblo. Al menos el autobús de vuelta tenía el aire acondicionado a tope, a pesar de ser una chocolatera que paro en todas las paradas habidas y por haber (incluso en la cárcel de Lantau, seguro que se monto algún preso). A lo que invitaba era a bajarse del bus y darse un baño en cualquiera de las numerosas playas que había, que por cierto estaban todas vacías, va a ser que a los chinos no les gusta la playa, porque mejor día que ese para darse un baño no podía haber.

Pescado resecado que vendían

El autobús nos dejo en el mismo punto que habíamos cogido el anterior, así que como había un enorme centro comercial (uno más de la infinidad que había en Hong Kong), no nos complicamos y comimos en un restaurante que había en el mismo. De paso nos vino bien para refrescarnos, descansar un poco y cargar las pilas. Teníamos pensado ir a echar la siesta al hotel, así que fue simplemente fue un adelanto. Nos quedaba un rato para volver hasta Kowloon, y para cuando llegáramos seria muy tarde para comer en ningún sitio. Así como lo pensamos, lo hicimos, siesta y descanso hasta media tarde.

El skyline visto desde el Star Ferry

Para esa tarde habíamos reservado dos de los platos fuertes que ofrece Hong Kong: el Star Ferry hasta la isla de Hong Kong, y el Peak Tram, funicular que sube a la montaña más alta de la isla y desde donde hay unas vistas espectaculares. El ferry es una de las estampas más típicas, el barco surcando la ría en dirección a la isla. El embarcadero estaba a solo dos minutos de nuestro hotel, de hecho veíamos Victoria Harbour y los ferrys partiendo desde la ventana. Durante los pocos minutos que dura el trayecto, se observa el skyline desde una vista distinta. Tampoco es para tirar cohetes, esta bien, pero sin más. En mitad de la ría nos sacudió una ola, que nos hizo balancearnos bastante, el menos tuvo su punto de emoción. También te cruzabas con otros barcos, incluso algún crucero que estaba atracado. Lo mejor era ver como se acercaban los barcos y golpeaban un par de veces el muelle antes de amarrarlos. Como no pueden controlarlos para hacer una maniobra suave, tienen que hacerlo con brusquedad, pero tiene su gracia.

Eso si que es altura

Nada más pisar la isla de Hong Kong, te encuentras con los enormes rascacielos frente a frente. O mejor dicho, los miras desde debajo, echando la cabeza para atrás como puedes. Casualmente, la zona que estaba frente al muelle estaba toda levantada por las obras, por lo que tampoco se podía pasear. Tampoco es que hubiera muchas aceras, En esa parte de la ciudad los viandantes caminaban sobre el suelo, circulando por una especies de pasarelas que comunicaban las distintas calles, y que cruzaban por lujosos centros comerciales. Los coches por el suelo, y las personas por las alturas. Nosotros tampoco tuvimos que movemos mucho. Había un autobús que comunicaba directamente el muelle con la estación del funicular, y como era un bus de dos pisos, pudimos ir contemplando el paisaje urbano característico de Hong Kong.

Al llegar a la estación nos encontramos una cola descomunal: la primera para sacar las entradas, y la segunda, una vez sacadas, para montarse en los vagones. Tampoco teníamos predilección por subir de día o de noche, pero en esas circunstancias, veríamos la ciudad iluminada. Tardamos casi una hora en montarnos. Durante ese tiempo aguantamos el calor y las aglomeraciones como pudimos, además de alguna que otra señora que tenía que montarse la primera y sentarse donde ella quería. Lo normal en estos casos. No le veíamos mucho sentido, ya que todas las plazas eran sentadas e íbamos todos sentados mirando hacia delante, cuando teníamos la ciudad a nuestras espaldas. En el primer tramo, el Peak Tram escala literalmente la montaña circulando entre los rascacielos. Increíble subir entre las casas. En el segundo tramo, ya en monte abierto, hace un pequeño giro gracias al que se tienen unas vistas increíbles de las torres. Un trayecto corto pero interesante, tampoco da mucho juego para grabar o sacar fotos, así que ni lo intentamos, esperábamos al que en el mirador tuviéramos unas vistas espectaculares. Junto con el billete del tranvía, vendían una entrada para un mirador de 360 grados de la isla, aquello prometía.

Vistas de Hong Kong desde la montaña

Nada más bajarnos del funicular, nos dimos cuenta de que estábamos en un centro comercial (otro más). Para llegar al mirador había que ir subiendo piso a piso, creo que unos cinco, en los que había tiendas de todo tipo, pero sobre todo restaurantes con vistas a la ciudad. Estábamos a una altura considerable, así que mejor reclamo no podían tener. Pero a nosotros lo que nos interesaba era el mirador. Cuando llegamos arriba, había multitud de personas agolpadas en la barandilla. Ya se moverán, pensamos, a ver si alguien se cansa y podemos hacer alguna foto de la ciudad, que de noche es espectacular. Pero no había manera, no se movía nadie. Nos pusimos detrás de unas chicas, que como la mayoría de los chinos eran bajitas, y pudimos apreciar las vistas y sacar alguna foto. De todos modos, y a pesar de esperar un rato, seguían todos en sus sitios. Incluso había una chica que estaba sentada en el suelo, pero mirando hacia dentro, no hacia fuera. Aquello era el colmo, menudos tíos jetas. Llegamos a la conclusión de que estaban esperando a las 8, que empezaba el espectáculo de luces del skyline. Pero todavía quedaban veinte minutos. Al final, nos marchamos bastante cabreados por no poder disfrutar de las vistas a gusto, sin tener que mirar por encima de ninguna cabeza. Y por si fuera poco, tuvimos que esperar otro rato en la cola para volver a coger el funicular de bajada. Acabamos hasta los mismísimos. Por lo menos al bajar disfrutamos de las vistas. Lo que supuestamente era la mayor atracción de Hong Kong, había sido decepcionante para nosotros, quizá demásiada aglomeración de gente. Aunque también puede ser que después de haber estado en Suiza, esto nos impresione menos. Cuando llegamos abajo, todavía había una cola larguísima de personas esperando, daban ganas de decirles que lo dejaran para otro día.

Ejemplo de paso elevado

Siguiendo la recomendación que nos hicieron en la oficina de turismo, adonde fuimos a por un plano, tras visitar el Peak Tram lo mejor que podíamos hacer era acercarnos al Soho a cenar. Así que nada más salir de la estación, nos montamos en un taxi y le pedimos que nos llevara. No estaba muy lejos, pero estábamos lo suficientemente cansados (el calor seguía siendo asfixiante, y seguramente por eso estábamos agotados) como para no apetecemos darnos una caminata. Al llegar al Soho nos encontramos algo que no esperábamos. Era muy bonito de noche, con todas las luces de restaurantes y pubs, en una cuesta arriba que se salvaba gracias a unas escaleras mecánicas, y con bastante encanto. Pero el problema no era el continente, sino el contenido. Aquello estaba plagado de ingleses, pijos a más no poder, vestidos con sus mejores ropas y dispuestos a figurar mientras se tomaban sus pintas y copas. ¿Donde nos habíamos metido? No podía ser la misma China que llevábamos recorriendo dos semanas. Nos gusto tan poco, que nos marchamos sin cenar, ni tan siquiera tomamos algo. Ya no era solo cuestión de gustarnos o no, con las pintas de turistas que teníamos, y lo mal vestidos que íbamos en comparación con ellos, no nos habrían dejado entrar en más de un sitio. Y en los que si, solo porque teníamos aspecto de ingleses.

Así que bajamos del Soho hasta Central, que estaba a la par de la ría, caminando por las pasarelas que había mencionado antes. No tuvimos que pisar prácticamente el suelo hasta llegar abajo. Muy curioso. En Central solo tuvimos que coger el metro, y en un par de paradas estábamos saliendo frente al hotel. Estábamos tan cansados, que solo pensamos en entrar y cenar en la cafetería. Teníamos tanta sed que me bebí dos cervezas, una antes de empezar a cenar, y Esti parecido, no se había bebido dos coca-colas seguidas en su vida. Al menos quitamos la sed, cenamos bien (era todo occidental), y nos refrescamos con el aire. Ya estábamos listos para dormir.

Crónicas chinas. Día 17: por fin llegamos a Hong Kong

La noche la pasamos bastante bien en el tren. El chico con el que íbamos casi no hacia ruido, por lo que conseguimos dormir un montón de horas, pero tampoco descansamos igual que lo hubiéramos hecho en una cama. Como sabíamos que estaríamos algo más de tiempo en el tren, el día anterior nos compramos unos bollos y unos zumos, y ese fue nuestro desayuno. Después de estar más de un día sin desayunar, aquello era un lujo. Y menos mal que fuimos previsores, ya que el tren iba con retraso, y sin nada que comer, la espera se hubiera hecho eterna. Y no fue un retraso cualquiera, casi llegamos una hora tarde a Shenzhen. En esos momentos lo único que estábamos deseando era llegar al hotel de Hong Kong. Llevábamos un montón de horas en el tren y no nos habíamos duchado desde el día anterior (encima sudamos bastante en la subida a Moon Hill). Necesitábamos una ducha con urgencia, además de echar la ropa que llevábamos a la bolsa de la ropa sucia.

Vistas de Victoria Harbour desde la habitación

Pero lo único que se nos hizo largo no fue el viaje en tren. Desde que llegamos a Shenzhen y conseguimos entrar en Hong Kong pasaron casi dos horas. Tuvimos que ir andando casi media hora, siguiendo señales continuamente, subiendo escaleras, metiéndonos por pasillos e incluso cambiando de edificios. Menos mal que estaba bien señalizado, sino hubiera sido imposible no perderse en ese laberinto. Cuando llegamos a la aduana, tocaba en primer lugar salir de China. Tuvimos que rellenar la mitad de un impreso que les dimos al entrar, y que hay que volver a rellenar al salir del país. De nuevo en suelo internacional, tocaba esta vez pasar por la frontera de Hong Kong. Otra vez a rellenar un impreso y a esperar en una cola a que nos dieran el visto bueno y nos dejaran pasar. Nada más entrar en Hong Kong, nos encontramos directamente la estación de tren, por lo que no había más sacar los billetes (ya habíamos cambiado unos euros a dólares de Hong Kong antes de pasar la frontera). Por suerte, la línea que empezaba en la frontera llevaba hasta el centro de Kowloon, y no tuvimos más que hacer un transbordo para llegar al YMCA Salinsbury Hotel.

La ducha fue lo mejor que nos pudo pasar. Parecíamos otras personas después de habernos librado de la suciedad y el mal olor. Encima, estábamos por fin vestidos con ropa limpia. Puede que suene un poco exagerado, pero nos hacia falta quitarnos la sensación de suciedad, no estábamos tan mal, de hecho, comparados con el nivel de limpieza de los chinos seguramente fuéramos unos maniáticos de la limpieza. Después de la ducha, no podíamos más que salir a la calle a comer algo. Eran casi las 3 de la tarde, y habían pasado un montón de horas desde el desayuno, lo necesitábamos. No nos alejamos mucho, y buscamos algo por los alrededores del hotel. A diferencia de otras ciudades, en Hong Kong hay muchos restaurantes, pero los que son un poco buenos, en vez de a pie de calle, están en pisos, por lo que no sirve eso de ver que aspecto tienen para decidirse a entrar o no. En esto casos, es jugártela si no tienes ninguna referencia del sitio. En nuestro caso, nos arriesgamos, y nos salió bien. Era un restaurante bastante bueno, de gama media-alta. En la carta, todos los platos estaban en ingles y con su foto, por lo que no nos volvimos locos pidiendo. Un laksa de pescado y marisco (una especie de sopa de pescado) y unos noodles (el plato estrella del viaje). Calidad y cantidad, por algo estaba lleno de lugareños.

Una de las estrellas del paseo

Terminamos de comer a las 4 y media de la tarde, casi la hora de cenar para ellos, pero no éramos los únicos, había bastante gente. Tras lo ajetreado que había sido el día, lo que más nos apetecía era volver al hotel y echarnos un rato para recuperar fuerzas. Que bien nos vino. Ese tipo de cosas no tienen precio. Para las 7 ya estábamos de nuevo en la calle. Lo primero que hicimos fue acercarnos al paseo de la fama, que estaba frente al hotel. Se trataba de una copia del de Hollywood, pero con actores y directores chinos: Bruce Lee, Jackie Chan o Jet Li entre otros (que de entrada eran los únicos que conocíamos). Por supuesto que lo que más nos interesaba era la estrella de Bruce. Encima, le habían dedicado una estatua, que casualmente estaban restaurando en esos momentos, por lo que estaba oculta tras unas tablas. La abrían dos días después, todavía estábamos en Hong Kong, por lo que volveríamos. Cuando estábamos paseando, ya que el paseo esta en la Rivera del rio, coincidió que empezaba el famoso espectáculo de luz del skyline; la Sinfonía de Luces. Tras ver un montón de publicidad sobre el mismo, nos esperábamos un espectáculo digno de los chinos, pero no nos impresiono ni un ápice. Los edificios del skyline se iban iluminando al compás de la música, y algunos megafocos de colores hacían el resto, un espectáculo sin más. O al menos eso nos pareció a nosotros.

Sinfonía de luces

Durante el paseo que dimos por los alrededores, nos dio tiempo a ver infinidad de tiendas de lujo, no había más que centros comerciales. Lo que se notaba sobre todo era que los precios eran mucho más altos que en China, lo que repercutía en que la calidad de los restaurantes o tiendas era mucho mayor. Un ejemplo claro eran los restaurantes, ya no había los típicos chiringuitos de mal aspecto, o igual es que había que salirse un poco de las calles principales. Tampoco vimos ningún motocarro, ni el típico chino con la bici cargada hasta arriba de cosas. Aquella no era la China que nos había fascinado hasta ese momento. Lo que si había, y en cada esquina, eran vendedores de relojes o de trajes a medida. No paramos de rechazar tarjetas e invitaciones para visitar tiendas.

Otro momento del espectaculo

Viendo que el calor apretaba una barbaridad, yo ya tenía todo el niqui empapado, nos tomamos algo en bar bastante pijin, pero era lo que necesitábamos en ese momento: aire acondicionado, música agradable y buena cerveza. Por primera vez desde que salimos de casa, me tome una cerveza de grifo. Se agradece tomarse una buena pinta bien tirada y con su espuma. Encima era un cañón, una pedazo de vaso lleno cerveza europea, lo que también estaba bien para variar. No había bebido tanta cerveza en mi vida, seria por el calor, pero es que era beber para sudarla, o al revés, sudar y beber para recuperar líquidos. La cuestion es que era imposible que el alcohol hiciera ningún efecto. Para terminar el día, y como no teníamos mucha hambre porque habíamos comido bastante tarde y unas buenas raciones, optamos por ir al McDonalds. A ese paso me tenía que sacar el carnet de simpatizante. A veces se agradece no tener que pensar que pedir. Un menú BigMac, y ya esta. Sabes lo que tienen y no hay sorpresas con la comida.

Crónicas chinas. Día 16: Moon Hill, la colina de la luna y el sol

Esti se levanto algo peor de las tripas ese día. El día anterior había comido casi normal, pero al parecer no tenía el estomago del todo bien, ya que tuvo que ir al baño un par de veces antes de bajar a desayunar. Visto lo visto, hizo un desayuno lo más limpio posible, y se tomo un fortasec para fortalecer el estomago. Con lo que había llovido la noche anterior (parece que en esta ciudad llueve a mares solo por la noche), no sabíamos si podríamos hacer algo en nuestro ultimo día en Yangshuo, pero amaneció despejado y con un calor de justicia. Teníamos pensado visitar Moon Hill, una colina con forma de luna (de ahí su nombre), desde la que había unas vistas espectaculares de la zona. No sabíamos si alquilar una bici o ir en taxi, pero como Esti no estaba del todo bien, decidimos coger el taxi y asegurarnos.

El agujero de la colina de la luna

Preparamos las maletas, las dejamos en la recepción del hotel, y un taxi vino a buscarnos. Por primera vez desde que estábamos en China, íbamos a tener una mujer como taxista. No era algo muy común. En el trayecto hasta Moon Hill nos cruzamos un montón de bicis, algo que se llevaba bastante en esta zona, el terreno era llano (excepto por sus características montañas) e invitaba a descubrir los lugares de interés sobre dos ruedas. Cuando llegamos a la entrada del recinto de Moon Hill, un grupo de veinte señoras se agolpaban en la misma, y saltaron como un resorte al ver llegar el taxi. Nada más verlas, nos temimos lo peor. Y así fue. Nada más aparcar el coche, nos vinieron dos señoras a vendernos agua o refrescos. Les dijimos que no, que ya teníamos. Y ellas no hacían más que repetir: later, later. Incluso hubo una que empezó a seguirnos, y me tuve que dar la vuelta y decirle que nos dejara de seguir. Por delante teníamos una subida elegante. Veíamos el pico a lo lejos, a una buena altura, por lo que tendríamos que subir un buen rato. En un cartel de la entrada ya nos avisaban de que tendríamos que ascender 800 escalones para llegar hasta arriba. Y es que no había sendero ni pista, eran todo escaleras. A eso había que sumarle el calor infernal que hacia ya a esas horas, 30 grados como mínimo, y que estábamos subiendo por un bosque de bambú con una humedad terrible. La subida se hizo larga, sudábamos a chorros, y goteabamos sin parar. Esti llego arriba como pudo, y es que no era broma, suponía un esfuerzo físico importante.

Las vistas desde Moon Hill

Por si no tuviéramos bastante con la subida, una de las señoras que habíamos despachado debajo subió detrás nuestro y nos adelanto, comentando que más tarde nos ofrecería las bebidas. No me extraña. Con todo lo que se sudaba, el hecho de no tener agua podía suponer un problema. Por fin llegamos arriba, y las vistas desde la colina eran espectaculares, hasta ese momento habíamos visto los montes a ras del suelo, y ahora los veíamos por encima. Teníamos una perspectiva totalmente distinta. Con lo que cascaba el sol en la cumbre, donde había ni una sombra, no se podía estar mucho tiempo. Así que después de sacar algunas fotos iniciamos el descenso, con cuidado por la humedad y los escalones desgastados (ya me pegue un buen resbalón, por suerte sin caerme). La sudada que tenía era tal, que cuando llegue abajo me tuve que quitar la camiseta, parecía que me hubiera bañado en el rio con la ropa puesta. La taxista alucino al verme, saco una cajita de toallitas y empezó a secarme los brazos y la espalda. Al final fui sin camiseta hasta el hotel, por lo que baje las ventanillas del coche hasta abajo y el aire que entraba me ayudo a dejar de sudar y secarme.

Nada más entrar al hotel me puse otra camiseta que tenía en la mochila. Al ver que llegábamos con tanto calor, nos pusieron el aire acondicionado, nos sentamos en unos sofás y me tome una LiQuan bien fría para reponer líquidos. Aquello era la gloria. No habíamos pasado tanto calor en ningún sitio, ni en Egipto. No había dinero para pagar el rato que estuvimos en el hotel. Estábamos tan a gusto, que comimos allí. Además, no queríamos experimentos con la comida, Esti quería solo arroz blanco, y no teníamos ganas de andar dando explicaciones (en el hotel todos hablaban ingles perfectamente).

Animación nocturna en West Street

A la hora de la siesta, como no teníamos habitación, nos fuimos a un cáfe con sofás, casi a oscuras, donde Esti hasta se durmió. Estábamos buscando un lugar de ese estilo, y lo encontramos en West Street. Desde fuera ya se veía que estaba todo a oscuras, y que había unas butacas que invitaban a pasar, sentarse, y quedarse dormido. Teníamos un par de horas por delante, que aprovechamos todo lo que pudimos. Pero llego la hora del autobús, y con pena tuvimos que marcharnos, en la calle había llovido un buen rato, pero en esa ciudad daba igual, por mucho que lloviera nunca refrescaba. Nos pasamos por el hotel para recoger las maletas, y tras despedirnos de los chicos de recepción, que habían sido muy majos en todo, nos fuimos andando hasta la estación de autobuses. No era muy grande, pero nos costo coger el bus local a Guilin, ha ya todo el mundo nos mandaba al directo, pero no era el que queríamos. El directo nos dejaba en otra parada, y el local nos dejaba directamente en la estación de trenes. A pesar de ser supuestamente el que tenía más paradas, llegamos mucho antes de lo previsto a Guilin. Nos soltaron frente a la estación, y a buscarnos la vida.

Curiosidades: ¿como tiene el pelo el payaso de McDonalds?

La primera impresión que nos dio Guilin fue muy mala. Suciedad, malos olores, tiendas de mal aspecto. Encima, el ambiente nos pareció irrespirable, aparte del calor, daba la impresión de estar bastante contaminado. Una vez nos aseguramos de que el tren aparecía en la lista de próximás salidas, volvimos a la calle para encontrar un sitio donde cenar. Como he comentado antes, nos parecía que todo tenía muy mal aspecto. Seguramente en la zona más turística estaría todo mucho más cuidado y limpio, pero en las afueras de la estación, era difícil encontrar un restaurante que nos inspirara cierta confianza. De hecho, no se si aquellos chiringuitos podrían llegar a llamarse restaurantes, tenían más aspecto de comedor social. Dimos un par de vueltas a a estación. Lo normal en las ciudades un poco grandes de China es que haya alguna cadena occidental de comida, tipo MacDonalds, Kentucky o PizzaHut, cerca de las estaciones. Aquí no vimos nada, por lo que seguimos la calle principal en busca de algo que nos convenciera mínimamente. Y tuvimos suerte, ya que encontramos un restaurante, de comida occidental, que se llamaba algo así como Hullr… (no nos acordamos), pero era una cadena china de comida. En el cartel de fuera vimos el anuncio de un filete de cerdo que supuestamente cocinaban al estilo madrileño. ¿Cual será ese estilo? Vaya a Madrid y pregunte.

Por fin un filete en condiciones

Por dentro tenía muy buen aspecto: todo limpio como una patena, buen olor, camareros arreglados y aseados, y lo mejor, la comida tenía una pinta estupenda. La especialidad de la casa eran la carne a la brasa puesta en todas sus variedades posibles, que ellos decían que coincidían con la manera de cocinarlos en las distintas partes del mundo, de ahí la referencia a Madrid. ¿Y para que llevarles la contraria? La comida esta muy buena, encima te servían te helado sin parar, que venia bien para refrescar. Esto lo acompañaban con una sopa y con un buffet de ensaladas y fruta. La ración de carne estaba muy bien, era la primera vez desde que estaba en China que conseguía ver un trozo de carne en el plato que no estuviera troceado y mezclado con verduras u otra cosa. Se salió la cena. Pensábamos que íbamos a cenar una porquería y quedamos súper contentos.

Aunque lo mejor vino cuando me acerque al buffet para coger algo de fruta para el postre. Ya tenía la típica fruta china en el plato, cuando vi algo que me llamo la atención: era una especie gelatina negra, cortada en cuadrados. Le pregunte a una de las camareras lo que era, pero no tenía ni idea de ingles y me lo decía una y otra vez en chino, ahora tampoco recuerdo como lo llamaban exactamente. El caso es que como no tenía tan mala pinta me lo eche al plato y me senté con el en la mesa. Empece a probarlo, me comí dos o tres cucharadas, pero no terminaba de pillarle el sabor, al menos era algo que no había probado nunca. Un poco después, vino una de las camareras con el nombre escrito en ingles. Se habían molestado en buscar a alguien que fuera capaz de traducir y escribirlo. La verdad es que fueron muy simpáticos. O quizá mejor que no lo hubieran hecho, ya que al descubrir lo que era, me entro una mala sensación en el estomago. Primero me pasaron a mi la traducción, yo la leí y no entendí nada de lo que ponía, así que se la pase a Esti, que solo fue capaz de entender una palabra: tortoise. Lo que viene a ser una tortuga, vamos. Bravo, quería probar algo raro en China y lo había conseguido sin querer. Tampoco tuve malas sensaciones, pero si que me notaba algo raro en el estomago. Era todo psicológico. Al menos, ya podía decir que había comido tortuga.

¿Esto parece tortuga?

Tras el percance culinario, nos volvimos a la estación, y en un rato estábamos montando en el tren que nos llevaría a Shenzhen, la ciudad china que hace frontera con Hong Kong. Nos aguardaban 13 horas de traqueteo. Al menos, el tren era el más decente en el que habíamos montado, y solo se monto un chico en nuestro compartimento de litera blanda, que fue leyendo la prensa deportiva China y que no dijo ni palabra en todo el trayecto. Pero lo más gracioso nos ocurrió cuando estábamos en la sala de espera del tren, ya que fuimos la atracción de un grupo de jubilados. Empezaron a hablarnos, y lógicamente no les entendidos nada, menos mal que había una chica cerca que hablaba ingles y nos fue traduciendo, que de donde éramos, a donde íbamos,… Solo hablábamos con una señora, pero los que estaban alrededor estaban al tanto de lo que decíamos y comentando la jugada. No les entendíamos, pero se notaba a leguas de que hablaban.

Crónicas chinas. Día 15: Yangshuo y sus ríos

Esti se despertó mucho mejor. Parecía que el estomago se le había asentado. Por si acaso, no desayuno más que un yoghurt, tampoco era cuestión de pasarse y que volviera a ponerse mala. Habían pasado muy pocas horas desde que había devuelto. Como no estaba del todo bien, y en nuestro segundo día en Yangshuo estaba jarreando a mares, no sabíamos exactamente que hacer durante el mismo. Habíamos planeado alquilar unas bicis, pero llovía de tal manera al despertarnos, que lo descartamos. Encima Esti tampoco estaba para hacer esfuerzos. En el hotel nos ofrecieron hacer una ruta en barca de bambú por el río Yulong, íbamos a cubierto al menos, así que nos pareció una buena idea. Nos pusimos las chanclas y el bañador (yo al menos), y nos montamos en el taxi que nos llevaría y nos traería de vuelta.

Barquero con su barca de bambu en el río Yulong

Por suerte, para cuando llegamos al embarcadero ya había dejado de llover, e incluso hacia un poco de resolillo. Las barcas de bambú eran pequeñas, pero tenían la anchura justa para encajar un par de hamacas, que era donde íbamos sentados, la mar de cómodos. En la parte de atrás iba el barquero, tirando de un palo de bambú, para hacer avanzar la txalupa. Teníamos que seguir el curso del rio durante varios kilómetros, y durante el mismo, contemplamos las verdaderas montañas de Yangshuo. Mucho mejor que en el crucero. Íbamos la mar de relajados contemplando el paisaje. Era un rio muy tranquilo, pero de vez en cuando teníamos que bajar alguna pequeña presa. Las caídas eran muy cortas, y con poca altura, pero la suficiente para mojarse los pies. En la primera, como tampoco íbamos avisados, se calaron las zapatillas de Esti, que las llevaba bajo la hamaca. Menos mal que llevaba las chancletas para cambiarse. Y así pasamos la hora y media, sacando fotos, tranquilamente sentados, observando el paisaje. Mas tarde descubriríamos que aparte del agua, en el río había mosquitos asesinos. Esti fue más lista que yo y se hecho el repelente, pero como yo no veía que hubiera mosquitos, pase del tema. Y sin ninguna novedad ni contratiempo, llegamos al muelle donde finalizaba la travesía. Al barquero le tocaría volver hasta el muelle donde habíamos salido, pero bueno, ese era su trabajo. En algunos puntos, había motores con una cuerda para remontar el curso del rio, sino seria imposible que subieran contracorriente.

Puesto de comida en pleno río

Seguimos con el plan establecido: el taxista nos recogio junto a la orilla y nos dejo en el hotel unos minutos después. Era la hora de la comida, y por no andar dando vueltas, nos quedamos a comer en el hotel. Teníamos que probar la especialidad local, el pescado a la cerveza, y resulto muy bueno. Nos gusto sobre todo la salsa, que mezclada con arroz blanco, estaba espectacular. El pescado lo acompañamos con una ensalada, creo que la primera que comíamos en China. Como la noche anterior me quede mosqueado con el tema del vino chino, el Great Wall, me pedí una copa para confirmar lo sufrido. Efectivamente, no era problema de que el vino del día anterior estuviera picado, era malo, y punto. Menos mal que no compre ninguna botella para llevar a casa sin probarlo antes.

Increible el paisaje en el río Yulong

Después de comer, y como estábamos en el hotel, que mejor que reposar la comida con una buena siesta. Parecía que Esti estaba recuperada, pero mejor no forzar la maquinaria y descansar un rato antes de volver a salir. Para el anochecer nos habían ofrecido hacer otra actividad que ya teníamos en mente: la pesca con cormorán. Y como nos lo pusieron en bandeja, aceptamos directamente. Habíamos visto previamente en la tele algún documental sobre el tema, por lo que ya os había picado el gusanillo antes de ir. Sabíamos que no iba a ser la verdadera pesca, sino una exhibición, pero queríamos ir. Nos pasaron a buscar por el hotel sobre las 7 de la tarde, y fuimos andando hasta el muelle del rio Li. En el hotel nos avisaron que lleváramos repelente, y esta vez hice caso, pero ya era demásiado tarde: tenía las piernas plagadas de picaduras. Y no eran picaduras normales, parecía que me hubiera picado un insecto gigante.

Los cormoranes mirando a cámara

En el muelle nos esperaba una barca, y como llegamos los primeros, el mismo chico que nos acompaño nos dijo donde teníamos que sentarnos para coger el mejor sitio. Poco a poco fueron llegando más personas, casi todos occidentales, y cuando ya era de noche, el barco partió. Lo que no sabíamos era que la misma persona que nos acompaño era el piloto. A través del oscuro rio Li, nos dirigíamos hacia unos focos que se veían a lo lejos. Allí nos aguardaba el pescador. Estaba montado en una barca de bambú, similar a la de la mañana, más bien pequeña. Tenía un potente foco en la parte delantera, que apuntaba al agua. Alrededor de la barca, los cormoranes no paraban quietos, se sumergían, volvían a la superficie, revoloteaban, todo menos estarse quietos. Cuando llegamos a la par de la barca, el pescador empezó a dirigir la barca rio arriba. Íbamos avanzando muy suavemente, y los cormoranes iban delante, sumergiéndose continuamente intentado pescar algo. El arte (por llamarlo de alguna manera, no se si la más correcta) de este tipo de pesca consiste en lo siguiente: los cormoranes tienen atada una cuerda en el cuello, por lo que cada vez que atrapan un pez, no se lo pueden comer, y al no poder tragarlo, lo mantienen en la garganta. Pero no solo pueden con un pez, sino con varios, los van acumulando. De vez en cuando, el pescador los engancha con un palo, los acerca a una cesta, y les hace echar los peces a la misma. Los animales están totalmente domesticados. Y quizá eso sea lo único que tiene algo de arte, conseguir que pesquen para ti y no se escapen.

El pescador con uno de sus cormoranes

Una vez escupidos los peces, al cormorán vuelve al agua a seguir pescando. Así una y otra vez. En eso consistía ese tipo de pesca, hoy en día en desuso y practicada solo para disfrute de los turistas. Y ese fue nuestro caso, fuimos a la par de su barca, viendo como los pájaros intentaban una y otra vez pescar peces. Para terminar, nos detuvimos en la orilla y el pescador hizo una exhibición sacando los peces de un cormorán para echarlos a la cesta. Lo más curioso fue que para que lo viéramos de nuevo, se los volvió a dar, el pez se los trago, y los volvió a escupir. Todo muy natural. Lo último que hicimos fue sacarnos unas fotos con el pescador y uno de los cormoranes. Ya nos imagináramos que la atracción iba a ser así, pero en el fondo nos gusto, ya que pudimos contemplar de cerca a los cormoranes en acción, y descubrir como se pescaba antiguamente con la ayuda de estos hábiles animales.

Después del paseo en barca, volvimos a Yangshuo y nos dimos un paseo por la calle principal, West Street. Plagada de tiendas, restaurantes, cafés o pubs, por la noche era un hervidero de gente. La atravesamos entera buscando algún sitio para cenar, pero no vimos nada que nos convenciera. Cerca del hotel había un restaurante italiano, y finalmente fuimos al mismo. Tenía buena pinta, al menos desde fuera, y encima teníamos ganas de cambiar un poco el tipo de comida y cenar algo más occidental. Con una pizza y una ensalada, salimos servidor del local, aunque con un poco de hambre, ya que las raciones eran un poco escasas. Como no era muy tarde para nosotros, decidimos ir a visitar el mercado nocturno local, no el que visitaban los turistas, sino el que era solo para lugareños. En la Lonely mencionaban que podía ser curioso por su animación y por el tipo de comida que había (caracoles o estofado de perro por ejemplo), pero llegamos tarde. A las 10 de la noche ya casi no quedaban puestos. El concepto de nocturno que tienen los chinos parece que no coincidía con el nuestro.

Crónicas chinas. Día 14: navegando por el río Li

Tras la espantada del día anterior de Michael Yang, avisamos en el hotel que queríamos algo para desayunar, y como las 6 de la mañana era muy pronto para que se levantaran a preparar algo, nos cogimos al menos un par de zumos para el camino. Nos esperaban 3 horas de taxi hasta el muelle de Guilin, donde debíamos coger el crucero por el río Li. A diferencia de Michael, la señora porteadora (o jaguar como les llamaban ellos) llego puntual. Ya había amanecido cuando descendimos por las escaleras, por lo que pudimos ver por ultima vez el paisaje de las montañas y despedirnos de los arrozales.

Los picos surgiendo entre las nubes

El trayecto en coche se hizo bastante llevadero. Bajamos de las montañas por la sinuosa carretera casi sin darnos cuenta, encima a esas horas había muy poco trafico. Sin embargo, teníamos que atravesar la ciudad de Guilin, por lo que estuvimos un buen rato en el típico atasco mañanero. A pesar del trafico y la locura de los conductores chinos, llegamos al muelle antes de la hora. Menos mal. Por confusión, no habíamos concretado la fecha a la empresa con la que contratamos el crucero, y a pesar de que les llamamos, nos fue imposible coger un barco con esa compañía. Tuvimos suerte de todo modos, ya que había una chica de la oficina de turismo de Guilin, que nos ayudo en todo: nos compro los billetes para otro barco e incluso nos llevo hasta el mismo muelle y nos indico en cual teníamos que montar. Se trataba de un barco destinado a turistas chinos, por lo que la chicharrilla estaba asegurada.

Sin embargo, lo que condiciono totalmente el crucero fue el mal tiempo. Llovía a cántaros, y encima, hacia una densa niebla en las montañas, por lo que la primera parte del crucero fue decepcionante. Por una parte, no pudimos ver con claridad las montañas de Dragoi Bola (así las bautizamos por la forma única que tenían). Y por otra, al estar lloviendo, tampoco pudimos estar mucho tiempo en cubierta para poder apreciar lo poco que se asomaba por la niebla. En conclusión, que nos quedamos sin apreciar la altura y forma de los montes, por lo que tuvimos que conformarnos con las imágenes que se veían en las postales y reclamos turísticos.

Típico barco que recorre el río Li

Para cuando quisimos darnos cuenta, sobre las 11 de la mañana, ya estaba lista la comida, tipo buffet, que estaba incluida en el precio del crucero. Ahí si que se vio la autentica chicharra. Estábamos todos en una cola, íbamos pasando por delante de los recipientes y nos íbamos echando la comida en el plato. Al parecer, alguna de las señoras no debió entender el concepto de ese tipo de filas: una vez que pasas por delante de una bandeja, no puedes volverte atrás, ya que los que van detrás tuyo van en sentido contrario. Pues una señora chandalera, de color rosa por cierto (lo comento por si os la cruzáis, para que salgáis corriendo), tuvo que liarla. Primero intento hacerle un bloqueo a Esti, que consiguió esquivarla y seguir adelante, pero yo me quede atrapado entre la chandalera y una señora que tenía detrás, y que llevaba más de un mes sin comer, al menos eso parecía por su forma de empujarme. Y me quede en medio, ni para adelante ni para detrás. Y las señoras chillando entre ellas y empujando cada una en un sentido. Yo ya estaba bufando y jurando en arameo. Menos mal que no me entendían nada. Tampoco las insulte, pero unos juramentos a tiempo son mano de santo en estos casos, aunque no te entiendan, solo con el tono es suficiente.

La luz intentando asomarse

El tiempo mejoro mucho después de comer, por lo que pudimos estar en la cubierta sin paraguas ni poncho. La pena fue que a esa altura del crucero, las mejoras vistas ya habían pasado. De todos modos, cerca de Yangshuo, que era donde atracaba el barco, el paisaje cambiaba de nuevo, y pudimos apreciar las formaciones montañosas tan características de esta zona, y que como comentaba antes, son las mismás que las de Dragoi Bola. Al final, y seguramente por el mal tiempo, el crucero no fue ni por asomo lo que esperábamos. Habíamos leído maravillas sobre el mismo, pero nos quedamos con la duda de si había sido solo por el tiempo, o realmente no era para tanto.

Vistas llegando a Yangshuo

Y llegamos a Yangshuo. Nada más bajarnos del barco, empezó el acoso al turista, nos querían vender de todo: postales, libros, paseos en barca, habitaciones,… Así que repetimos una y otra vez el típico ‘no thanks’. Algunos no se daban por vencidos e insistían, incluso te seguían, hasta que te dabas la vuelta y les dejabas bien clarito que no. Durante el rato que estuvimos buscando el Bamboo House Resort Hotel, fue un acoso constante, sobre todo, porque nos cruzamos la calle comercial por excelencia de la ciudad, la West Street. Llegamos bien de tiempo para hacer el check in, era un poco antes de la hora (el crucero había llegado antes de tiempo), pero no nos pusieron ninguna pega y nos dejaron entrar a la habitación. El hotel era una pasada, por fuera no parecía gran cosa, pero las habitaciones eran de autentico lujo. La valoración de los usuarios de booking volvía a ser una referencia más que valida, habíamos acertado de nuevo.

Por las calles de Yangshuo

Dedicamos la tarde a dar un paseo por el pueblo, y los moscardones no pararon de acosarnos, extranjero que ven, a por el. Y ya no solo eran los que querían venderte algo, sino los que querían sacarse fotos. En ese caso, no era ninguna molestia. Se nos acercaban el típico grupo de adolescentes para sacarse fotos con nosotros. En una ocasión, nos sacamos fotos con un grupo de seis chicas, una foto con cada una. Con otro grupo de chicas, nos paso algo muy curioso, ya que querían invitarnos a una fiesta que iban a celebrar el día siguiente. Había cerveza gratis, incluso nos enseñaron un papel de promoción de la fiesta. El tema nos olió un poco mal, por lo que declinamos la invitación. Habíamos oído hablar de un timo en el que estudiantes chinas llevaban a extranjeros a una ceremonia el te, y en la que obviamente, los extranjeros pagaban el desorbitado precio en su totalidad. No lo parecía, pero no sabíamos si podía tratarse de algo similar. De todos modos, no desaprovecharon la oportunidad de sacarse una foto con nosotros.

Uno de los mejores momentos del show

Para la noche compramos entradas para un espectáculo protagonizado por los lugareños, el Impression Sanjie Liu. Se trataba de una show creado por la persona que diseño la ceremonia de apertura de los juegos olímpicos de Beijing. Con más de 600 personas participando, fue un espectáculo total. Lo más meritorio de todo, que lo realizaban sobre el agua. Al ser de noche, jugaban con luces y focos de todos los colores para crear ilusiones ópticas y escenas visualmente increíbles. Por ejemplo, ver a 200 personas, caminando sobre el agua, en la oscuridad, con un traje brillante que cambiaba de color. Todos coordinados, y haciendo movimientos al unísono. Como en todos los sitios, hay personas que no tienen respeto por nada. Nos toco detrás un señor que se dedico la hora que duro, a comentarlo en voz alta, a cantar las canciones y a dar golpes en la silla de Esti con del pie. Pero lo más curioso de todo es que la gente se marchaba antes de que finalizara, todo por salir pronto, y casi ni aplaudió. O nosotros somos un poco paletos, ya que alucinamos con el show, o los chinos nos saben apreciar ni agradecer nada. Casi ni aplaudieron. Eso si, durante el espectáculo, todos grabando como locos con el móvil.

El famoso Great Wall Wine

Por primera vez desde que llegamos a China, tuvimos que hacer una recena. La verdad es que no fue nuestro día en cuanto a las comidas. Nos acercamos a un vegetariano con la esperanza de comer algo más sano. Pero lo que conseguimos fue salir decepcionados, la comida no nos gusto nada, y mira que es díficil que a nosotros no nos guste algo. De los tres platos que pedimos, ninguno de los tres nos convenció. Y para rematar la jugada, llevaba días con la idea de probar el vino más famoso de China, el Great Wall, por lo que me pedí una botella pequeña. No se si el vino estaba picado o pasado, me inclino porque si, en caso contrario, tendría que decir que el vino chino es el peor vino que he probado nunca. Bueno, de entrada, si le podemos llamar vino. Nos habían hablado muy bien de este vino, pero fue el dinero peor gastado. Mi idea era llevarme alguna botella para casa, y tenía que probarlo antes. Después de la cata, tenía claro que no me llevaba nada a casa. Por si fuera poco, nos quedamos con bastante hambre, y terminamos en un MacDonalds (otra vez), recenando una hamburguesa

Pero la noche no termino ahí. Algo le sentó mal a Esti durante la cena, que estuvo devolviendo un buen rato. Llego un poco tocada al hotel, pero se metió en la cama, y sin más. Cuando al de una hora se despertó súbitamente y tuvo que ir corriendo al baño. Tras devolver tres veces, y echar todo lo que tenía, se encontró mucho mejor y se volvió a dormir, eso si, todavía con dolor de tripas.

Crónicas chinas. Día 13: arrozales en PingAn

Tocaba madrugar un día más. Entre trenes, desajustes de sueño y alimenticios, cada día costaba un poco más levantarse. En esta ocasión, habíamos quedado a las 6 de la mañana para desayunar. Después, a las 6 y media, un taxi vendría a buscarnos para llevarnos a la estación de autobuses de Sanjiang. A la hora acordada, estábamos en el comedor del hotel, pero allí no había nadie. Al tratarse de un negocio familiar, y el hotel una especie de casa rural, tampoco podíamos esperar la atención de 24 horas de un gran hotel, pero al menos, si se quedaba, que menos que presentarse. Pues allí no apareció nadie. Tampoco sabíamos si Michael Yang vivía en la misma casa, por lo que no sabiamos que hacer. Al final, subimos a la habitación y bajamos con las maletas, allí seguía sin haber nadie. Hasta que llego el taxista y salimos a explicarle que no estaba Michael. Teníamos que pagar el hotel y un par de comidas, sino no le hubiéramos dicho nada al chofer y nos hubiéramos ido sin mas. Al final, el taxista se metió dentro de la plata baja, y fue a despertar a Michael, que venia detras de el todo dormido, y diciendo: sorry, the breakfast, sorry. Le dijimos que nos daba igual el desayuno, pero que teníamos que pagarle. El tío se quedo con cara de poker, estaba sobadisimo. Se agacho, cogió una piedra y empezó a hacer las cuentas haciendo marcas en el suelo. Mientras ocurría todo esto, nosotros le estábamos observando alucinados. Esti saco un boli y se lo ofreció, Michael se quedo mirando y lo cogió, como diciendo, es verdad, que hago escribiendo en el suelo. Después de esa dantesca escena, al final el tío nos cobro mucho menos de lo que debíamos haber pagado, pero bueno, nosotros no le íbamos a decir nada, y menos cuando nos dejo sin desayunar.

Arrozales de PingAn

El trayecto en taxi hasta Sanjiang fue rápido. Encima, nada más llegar a la estación de autobuses, una señora nos pregunto si íbamos a Longsheng. Al decirle que si, nos dijo directamente que la siguiéramos. Teníamos intención de desayunar algo en la estación, pero para cuando nos dimos cuenta ya estábamos montados en el autobús. Es curioso lo de los autobuses chinos, en todas las estaciones hay señoras que se encargan de organizar los autobuses, de mandar a las personas a uno u a otro, o de cobrar durante el viaje. ¿Tendrán una comisión? Al no llevar ningún tipo de uniforme, muchas veces no sabes si estas siguiendo a una señora cualquiera o realmente tiene algo que ver con el autobús. En este caso fue todo el trayecto con nosotros hasta Longsheng. Hora y media de viaje en el que el estomago protestaba a base de rugidos.

Los arrozales desde cerca

Llegamos a Longsheng, y aun nos quedaba otro bus a PingAn. Estaba siendo una jornada de mucho movimiento: un taxi y dos autobuses. Menos mal que todos nos iba saliendo bien. En la estación de Longsheng, no llegamos a preguntar nadie por el autobús a PingAn, nos fuimos directamente a las tiendas a comprar algo para desayunar. Llevábamos tres horas en marcha sin haber probado bocado de nada. La solución fue zamparnos dos paquetes de galletas y unos zumos, tampoco había mucho donde elegir. Mientras comprabamos, una señora se nos acerco, estaba vestida con un traje regional, y nos decía: ¿PingAn? Creiamos que nos quería decir que ella era de allí. Nosotros le dijimos que si, al principio riéndole las gracias, hasta que empezó a ponerse más pesada. No sabíamos que nos contaba, pero no callaba. Le dijimos que no queríamos nada, que nos dejara tranquilos. Nos acercamos a la sala de espera y nos sentamos para comer lo que habíamos comprado. Cual fue nuestra sorpresa cuando vimos a la señora que venia a donde estábamos. Ya directamente le mandamos a paseo, pero parece que no lo pillaba, hasta que le metí un medio bufido y se alejo, pero no mucho, ya que se sentó cerca, a solo cuatro asientos. Parecía que no iba a parar de molestarnos. De vez en cuando nos decía algo, pero optamos directamente por ignorarla, que fue la mejor forma de que nos dejara de dar el tostón. Como estábamos aburridos de aguantarla, nos levantamos y salimos de la sala de espera para dirigirnos a donde estaban los buses. Otra de esas señoras que organizan los autobuses, nos indico amablemente cual era el que iba a PingAn, por lo que nos sentamos dentro, quedaba media hora, pero estabamos mejor solos que mal acompañados. Al de un rato se subió la señora al autobús, e hizo un ultimo intento de vendernos algo, tampoco sabíamos que, pero directamente pasamos de ella y mirábamos para por lado cuando nos hablaba. Fue la ultima vez que la soportamos, por fin, ya estábamos más que aburridos.

La columna del dragón

El trayecto hasta PingAn fue espectacular. Sabíamos que la zona de arrozales a la que íbamos estaba a mucha altura, pero no nos imaginábamos que a tanta. Subimos un puerto con unas curvas de quitar el hipo, encima en autobús. Menos mal que teníamos el cuerpo hecho a todo, ya soportábamos lo que nos echaran, era imposible marearse. Una horas después de salir de Longsheng, estábamos en el parking de entrada al pueblo. Para entrar al mismo, habíamos comprado previamente la entrada, por lo que ya solo teníamos que encontrar a nuestros porteadores. Si, si, habéis leído bien. Al estar construido en una montaña, y al ser tan antiguo, no había carretera como tal para subir, existía una calzada con una anchura de un metro, que en su mayor parte era escalera. En el hotel nos ofrecieron la posibilidad de ayudarnos con las maletas, por lo que entendimos que era algo normal, sabíamos que había una subida de un cuarto de hora por escaleras. Lo que no fue muy normal fue encontrarnos a una señora de más cuarenta y cinco años, que nos iba a hacer de mula de carga. Me daba vergüenza. Era la mitad de pequeña que yo. Se puso una cesta en la espalda, apoyo la maleta encima, y tras atarla con unas cuerdas, nos dijo que la siguiéramos. Ver para creer. En PingAn debe ser de lo más común, ya que al bajar del bus había un montón de mujeres esperando para ayudar con las maletas.

Sombrero utlizado para espantar pajaros

El Longji One Hotel era igualito a como lo describían las fotos de su pagina web. Al entrar a la habitación alucinamos con las vistas a los arrozales, tenía unos ventanales descomunales, por lo que podíamos apreciar el increíble paisaje. A pesar de llevar unas horas moviéndonos de un sitio para otro, tampoco paramos mucho en el hotel, ya que estábamos deseando salir y caminar entre los balcones de los arrozales. De entrada teníamos pensado hacer una ruta entre varios pueblos, en la que se pasaban por ciertos miradores, Habíamos leído que eran 4 horas de excursión, pensábamos que en total, pero eran solo hasta el final, después tocaba volver. Era una paliza, podíamos haber hecho la ida andando y coger un taxi para volver a pueblo, pero íbamos con el tiempo muy justo, y tampoco nos merecía la pena andar corriendo. Finalmente lo descartamos, pero no nos quedamos sin ver paisajes espectaculares. Alrededor del pueblo había unos senderos, bien indicados, que te llevaban por los puntos con mejores vistas de lo arrozales. Solo había que ir siguiendo las señales. Nos encontramos unas buenas cuestas, sobre todo al principio, pero era la mejor forma de ver los arrozales de PingAn como se merecían. Seria difícil encontrar un paisaje tan espectacular como ese.

Campesino chino limpiando el arrozal

Una vez más, se volvía a demostrar de que eran capaces los chinos: Como habían hecho aquellas terrazas, en unas montañas como aquellas, con aquel desnivel. Y no era solo el hecho de construirlas, todo aquello había que trabajarlo, había que arar, quitar las hierbas, plantar, recoger; todo en un terreno nada favorable. En un terreno llano no hubieran tenido tanto mérito, ni hubieran conseguido simular con las montañas, la columna de un dragón, ya que así los llamaban: los arrozales de la columna de dragón.

A pesar de no haber hecho la ruta que teníamos en mente, nos llego toda la mañana recorrer los montes y los arrozales más alejados. Teniendo en cuenta el desayuno que habíamos tenido, el hambre empezó a apretarnos, así que comimos en una restaurante con una terraza muy agradable. La comida también estuvo bien. Probamos el plato típico del pueblo: el arroz cocido dentro de una caña de bambú. No era el arroz con mayor sabor del mundo, pero tenía un toque especial, un sabor distinto. Estando donde estábamos, estaba claro que el plato estrella tenía que llevar arroz.

El Longji One Hotel

Para después de comer dejamos la parte inferior del pueblo, que era la más accesible. Solo teníamos que bajar por las escaleras hasta salir a los arrozales. Los lugareños estaban trabajando la tierra, por lo que pudimos apreciar como era el trabajo que hacían. La verdad es que no es muy recomendable. Trabajar con tanta humedad tiene que ser duro, más aun que el esfuerzo físico que supone. Meterse en el barrizal para dar la vuelta a la tierra, es un claro ejemplo. No nos hacían mucho caso al vernos pasar, pero al menos todos nos saludaban, ellos soltaban un hello, y nosotros un nihao.

Arroz cocido dentro del bambu

La niebla se estaba adueñando de las montañas, y junto con ella, llego la lluvia. Así que nos volvimos al hotel, después de habernos recorrido todo el pueblo y sus arrozales. Era el momento de descansar un poco y de adecentarse, darse una ducha y ponerse ropa limpia (o lo que quedaba). En un pueblo perdido en las montañas, una vez que se hecha la noche, poco más puedes hacer ademas de cenar y meterte pronto a la cama. Y nosotros tan a gusto con el plan. Estábamos deseando probar la comida de hotel, al tratarse de un negocio familiar, seguro que la comida era casera y merecía la pena. Y así fue. Volvimos a pedir el arroz hecho en bambú, y fue incluso mejor que el de la comida. Pero lo que más nos gusto fue el salteado de bambú. Acostumbrados a comer el bambú que nos ponen en los chinos de Euskadi, más duro que una piedra, alucinamos con lo tierno que estaba, y con el sabor, casi no tenía salsa, y mejor así. Una vez probado el bambú de las montañas de PingAn, no se si volveremos a probar el otro.

Para redondear la cena, me pedí una especie de vino casero, o así lo llamaban ellos. Vino de frutas era su denominación exacta. El concepto de vino que tienen los chinos es muy erróneo, puede que a algún otro extranjero le vendan la moto, pero a nosotros, que tenemos La Rioja al lado, no nos la cuelan. Lo que ellos llamaban vino, era una especie de licor hecho con lichis (la fruta esa que sacan siempre en los chinos), que se asemejaba más al patxaran que a otra cosa. Y es que realmente lo elaboraban así, metían el licor con los lichis en una botella y lo dejaban reposar, igualito que el patxaran. En este caso, no creo que utilizaran anís. El resultado era un licor fuerte, pero de buen sabor, y que me sirvió para acompañar la comida. Por una vez, no me pedí la litrona de cerveza. En esa tesitura, en un agradable ambiente, y asomados a los enormes ventanales, vimos como la niebla y la oscuridad hacia desaparecer los arrozales. Hasta mañana.