Ultimo día de turisteo en China. Todo se tiene que acabar en algún momento, y a nosotros nos llegaba la hora de ir pensando en hacer las maletas. Pero antes queríamos aprovechar el ultimo día todo lo posible, y vaya si lo hicimos. En nuestro plan original, teníamos en mente visitar la ciudad con canales de Suzhou, pero al final optamos por cambiar el plan y visitar otra ciudad, que igual no era tan bonita, pero que seguro que estaba bien: Zhujaijiao. Encima, la parada del autobús que llevaba a la misma estaba a solo unos minutos andando del hotel. Nos fue fácil encontrar el autobús, que más bien era una chocolatera infernal. Por delante nos aguardaba una hora de traqueteo total.
Pero el viaje mereció la pena. Zhujaijiao era una población surcada por canales, por los que los barqueros paseaban anclando los palos de bambú, más que remando. Lo mejor sin duda era pasear junto al agua, viendo la infinidad de puestos que había: de comida, artesanía o recuerdos. Todo en un ambiente tranquilo. Aunque más bien, como decía la Lonely, se trataba de una población tranquila hasta que llegaba algún autobús de turistas. En nuestro caso no tuvimos queja, había gente pero en ningún momento para agobiarse. La única pega fue el sol, que un día más, calentaba con justicia. Parecía que había que salir de Shanghai para verlo. Como de costumbre, hicimos un alto en el camino para refrescarnos, y decidimos entrar en un hostel. Lo llevaba gente joven y tenían bastante variedad de cervezas y licores para elegir. A esas horas lo que apetecía era un buen café, así que nos lo tomamos a la fresca, sentados en unos cómodos sofás. Incluso nos hicimos amigos de un huskie que tenía, que se nos arrimaba para que le acariciáramos. Estábamos viendo las fotos que acabábamos de sacar, cuando empezó a sonar Luz Casal, Alex Ubago, Chambao e incluso Julio Iglesias, para salir corriendo.
Tras un par de paseos más, se acercaba la hora de comer, pero ningún sitio del pueblo nos llamaba la atención. Tenían los típicos baldes o peceras en la calle, con tortugas, peces o cangrejos. Precisamente lo que menos nos gustaba. Así que emprendimos el camino de vuelta a la estación de autobuses. Paramos en una tienda de la marca deportiva Anta. Tenían algunas camisetas graciosas de baloncesto, así que me compre una de caricaturas en la que salía Luis Scola, o al menos creíamos que era el, junto con otros deportistas chinos. El asunto de la talla casi fue un problema, ya que me tuvieron que sacar la talla XXXL, la más grande que tenían. Y tampoco es que me que sobrara mucho.
A la vuelta a Shanghai, los autobúseros nos la liaron buena. Al llegar a la estación preguntamos en el primer autobús que encontramos, si iba hacia Shanghai, y nos dijeron que efectivamente, iba hacia allí, pero los muy capullos se ahorraron el detalle de explicarnos el itinerario. ¿People square? Preguntamos. Yes, yes, respondieron. A mi algo me olió mal cuando vi que el autobús que nos había traído salía delante de nuestras narices, pero ya estábamos montados, y no íbamos a bajarnos. Los muy graciosos se ahorraron explicarnos que en vez de ir directo por la autopista, el bus recorría y se paraba en todos los pueblos y marquesinas habidos y por haber hasta Shanghai. 2 horas para hacer 40 km. Yo ya estaba que fumaba en pipa. Veía que el tema se alargaba cada vez más, que había atascos en la entrada, que estábamos sin comer… Cuando llegábamos, ya juraba en todos los idiomás menos en chino, y menos mal que no sabia como soltarles alguna gorda. Pero eso no fue todo, ya que tampoco nos dejaron en la Plaza del Pueblo, sino a un buen trecho andando. Tuvimos que buscar la calle en el mapa, y al final conseguimos situarnos como pudimos. No había ninguna parada de metro cerca, así que nos toco andar un rato bajo un sol abrasador. Eran las 5 de la tarde y todavía no habíamos comido. Al final nos paramos en un 7 eleven, una cadena de tiendas, y nos compramos un sandwich envasado. Por lo menos, después nos comimos un buen helado italiano para aliviar las penas.
Como teníamos compras pendientes, y no mucho tiempo, nos fuimos nada más terminar al que anunciaban como mercado más grande del este de China. Nada más salir de lo tornos del metro, empezó a darnos la tabarra y a seguirnos un tío intentando vendernos de todo. Al principio hacia gracia, ya que soltaba alguna frase en castellano, pero empezó a perder la gracia cuando nos siguio hasta fuera de la estación. Empezamos a ir en una dirección, en otra, pero teniamos al tío a nuestra par, venga a darnos el tostón. Se me empezo a acabar la paciencia, y le solté que se esfumara de muy malas maneras. Pero le daba igual. Esti estaba venga a decirme que no le hiciera caso, que pasara de el. Pero no podía, me pare de nuevo y empece a mediochillarle. Entonces se puso en medio un tío que esta por allí, como diciéndole que nos dejara en paz. Y parecia que habia sido así, cuando nos dimos cuenta de que el primer tío nos seguía a unos metros, y que el segundo, que entraba en acción un poco antes, iba delante nuestro, a unos metros, y vigilándolos claramente. Aquello empezaba a parecer una película. Yo no me cortaba, y les miraba fijamente, para que supieran que no éramos tontos y que no les teníamos miedo. Un poco más adelante habia un puesto de policía, no iba a decirles nada, pero me pare al lado durante unos segundos. Y volví a mirarles. Parece que habia surtido efecto, ya que los tíos se esfumaron. No sabíamos a que estaban jugando, si querían meternos miedo para que les compráramos algo, o yo que se.
Cruzamos al otro de la calle, y nos estábamos dando cuenta de que éramos los únicos occidentales en la zona. Teníamos enfrente la puerta del centro comercial. No nos gusto mucho el sitio, pero ya que estábamos allí, queríamos intentar hacer alguna compra. En la entrada del mercado había unos 8 policías, y cuando intentamos entrar, uno de ellos nos dijo que estaba cerrado. Pero veíamos que no era así, estaba claro que no querían que entráramos. Tampoco insistimos, después de lo que nos había pasado un poco antes, no nos quedaban ganas de más aventuras. Estaba claro que ese mercado no era para los extranjeros. Nos volvimos al metro, y nos fuimos al mercado del primer día, nos quedaban cosas por comprar, y entre los graciosos del autobús y los mafiosos, habíamos perdido media tarde.
Cuando llegamos al otro mercado, teníamos las ideas muy claras y muy pocas ganas de regateo. De hecho, en todo lo que compramos, les dimos un precio y no subimos ni un solo Yuan. Se nos habían quitado las ganas de perder el tiempo. Y es que íbamos muy justos de tiempo. Una de las cosas que estábamos buscamos no la encontramos en todo el día, y tuvimos que ir a una tienda especializada que estaba mucho más lejos. Al final no encontramos lo que buscábamos, pero si algo muy similar, por lo que terminamos con la sensación de haber hecho las cosas a medias. Cuando salimos de la tienda, empezamos a notar que estábamos rendidos, hasta ese momento, y por la preocupación de hacer todo lo que teníamos pendiente, casi ni lo pensamos. Con tanto ajetreo, y tras una tarde frenética, no podíamos más que sentarnos en una cafetería para tomar un dark chocolate coffee. Ya eran las 8 de la tarde, y habíamos salido a las 2 de Zhujaijiao.
A esas alturas del día, no nos quedaban ganas para mucho más. Encima íbamos cargados con algunas bolsas, por lo que tampoco podíamos ir muy lejos. Para esa noche habíamos pensado ir a un conocido restaurante de dimsun que teníamos pendiente, de hecho estuvimos a punto de entrar en otra ocasión, pero como era solo de comida para llevar, y solo había unas pocas sillas para comer en el local, lo descartamos, nos dio pena, pero no era el momento. En cambio, decidimos darle una oportunidad al restaurante del hotel. Tenia muy buena pinta, y nuestras sospechas se confirmaron, se comía estupendamente y a un precio inmejorable para que lo que ofrecían. Por cierto que el dimsun estaba exquisito (ya lo había probado en el desayuno, pero en la cena estuvo mucho mejor). Al tratarse de la última cena en China, no podía despedirme del país sin probar otro vino, o al menos así lo llaman ellos. Pedí una botella pequeña, para mi solo, y empezamos a alucinar desde el momento en el que el camarero se acercaba con el vino. Trajo una caja chilisima, con dibujos de dragones, de la que saco una botella de barro. Parecía mas un jarrón que una botella. La presentación era inmejorable, pero lo que ellos llamaban vino era más bien algo parecido al cognac. Había envejecido durante diez años, no se si en barrica o en la misma botella, pero tampoco era un mosto, y se notaba.
A hacer las maletas, es nuestra ultima noche en China. Han sido tres semanas increíbles. Cargadas de imágenes y sensaciones que va a ser difícil que se borren de nuestra memoria. Por si en algún momento llegara a pasar, espero que este relato de nuestro viaje nos sirva para rememorar los momentos vividos. Y si has llegado hasta este ultimo capítulo de nuestras crónicas chinas, espero que hayas disfrutado con las mismas.