Hoy sí, por fin es el día del veterano. Para los estadounidenses es todo un acontecimiento, y para nosotros también, ya que nos hemos ahorrado las entradas a dos parques nacionales. Y todo gracias a la guerra. Ayer dejamos a medias la visita al Gran Cañón, se nos hizo de noche a media visita, por lo que esta mañana hemos cogido la carretera de vuelta al parque, tras dormir en Tusayan.
Hemos sido de los primeros en llegar al centro de visitantes, por lo que hemos podido pasear junto al cañón tranquilamente. En esta parte sur del parque, hay un par de miradores que aprovechan las rocas que sobresalen, y que hacen tener una visión de casi 180 grados del cañón. Ayer sólo vimos una pequeña parte, pero esta zona, al ser mucho más amplia, te ayuda a hacerte una idea de su magnitud. Kilómetros y kilómetros. Para llegar a la parte norte del parque, hay 5 horas de coche, lo que puede servir para apreciar lo que tienes delante. Pero es sólo su largura, sino su altura. Al asomarte, se puede ver el río Colorado, muy pero que muy pequeño. Lo raro es que para tener vértigo me he asomado sin problemas.
Por mucho que maraville el cañón, llega un punto en el que no te aporta mucho más el estar viéndolo embobado. Hay algunas rutas de trekking con bastante buena pinta, pero no estamos para muchas caminatas. Así qué después de congelarnos (hacia un viento helador), hemos recuperado el calor de nuevo en el coche, cuando ya estábamos conduciendo hacia Williams. Por el camino nos hemos encontrado el camping de Pedro Picapiedra, su muñeco estaba junto a la carretera, pero lo mejor es que sus edificios eran igualitos a los de la serie.
Nuestra siguiente parada ha sido Williams. No estaba prevista, pero al pasar por el pueblo hemos visto que tenía buena pinta, por lo que hemos dado un paseo por su calle principal. Parece que han retrocedido en el tiempo. Muchas de las casas están igual que en la época del salvaje oeste. De esta localidad sale un tren que va hasta el Gran Cañón, para el que hay reservar los billetes con 6 meses de antelación, casi nada.
De nuevo en la I40, nos hemos salido un momento en Ash Fork para ver un coche sobre una barbería. El negocio ya esta cerrado, pero todavía puede verse el vehículo colgado. Supuestamente hay un dinosaurio al volante, pero a nosotros no nos lo ha parecido.
A la hora de comer, hemos salido de la I40 hacia el pueblo de Seligman. Nuestra idea era sólo comer, ya que en la guía recomendaban un restaurante, pero al final nos hemos dado un paseo. Hay infinidad de tiendas, bares o gasolineras. Lo más curioso es que cada negocio que te encuentras, tiene una decoración más friki que el anterior. Es el pueblo con más ambiente rutero de los que hemos visto hasta ahora, y eso que sólo tiene 800 habitantes, pero se lo trabajan.
Pero el día nos deparaba aún más sorpresas. Siguiendo las indicaciones de la guía, hemos cruzado un paso de montaña camino al pueblo de Oatman, del que Gary Turner (el de Gay Parita) nos había hablado. Es el primer puerto que subimos, las curvas han sido sinuosas, pero daba gusto conducir con el paisaje que nos acompañaba. Parecía que los indios saldrían en cualquier momento para perseguirnos.
Y tras un buen rato de suave conducción, hemos llegado a Oatman. En su época, pueblo de buscadores de oro (todavía queda una mina abierta cerca), hoy en día su sustento son los turistas. Si Williams parecía un pueblo del viejo oeste, que decir de Oatman. Sólo faltaba ver un duelo en su calle principal (creemos que hay duelos simulados dos veces al día). Pero el pueblo es especial por otro motivo: hay un montón de burros sueltos por la calle. Vas andando tranquilamente y se te acercan para que les des comida. Y si ya sacas una bolsa de plástico, como se piensan que es comida para ellos, casi van corriendo hacia ti. A alguna señora hasta la han empujado con la cabeza reclamando para llenar la panza. En la guía dice que pueden llegar a morder.
La visita ha sido muy recomendable, pero al volver a conectar con la I40, mirábamos el plano y algo no cuadraba: no coincidía la carretera que teníamos que seguir hacia Las Vegas. Nos hemos colado a lo grande, la visita a Oatman la teníamos marcada como opcional, y al hacerla, nos hemos desviado un montón de la ruta prevista. Hemos tenido que volver a Kingman, donde nos hemos desviado hacia Oatman, y coger la 93 norte. Vaya puñeta. Han sido 60 millas de vuelta. Con paciencia, hemos rodeado las montañas para volver a ese punto. En Kingman, y tras coger la carretera buena, nos quedaban otras 100 millas. Nos hemos tirado un buen rato por la 93. Menos mal que al entrar en el estado de Nevada (era el tercero del día tras Arizona y California), hemos cambiado la hora y teníamos una hora más para disfrutar de Las Vegas.
Aunque parezca mentira, hemos llegado sin problemas al hotel. Esta todo muy bien indicado, y con el mapa en mano, hemos atravesado la ciudad hasta llegar a Flamingo Road. No hemos visto el cartel de bienvenida a la ciudad, nos lo marcamos como pendiente. En cambio, al entrar por Las Vegas Boulevard ya se empieza a ver los hoteles con sus gigantescas construcciones. El primero es el Excalibur, con su descomunal castillo. Nuestro hotel es el Tuscany, y esta en Flamingo Road, así que vemos el París, el Bellagio, el Caesar Palace o el Flamingo sin bajarnos del coche.
Tras dejar las maletas en el hotel, en unos minutos estamos andando para llegar al centro neurálgico, el cruce de Las Vegas Boulevard con Flamingo. Sobre nuestras cabezas circula el monorail que conecta algunos hoteles, al más puro estilo futurista. Y esto sólo es una pequeña parte de lo que os hemos encontrado después. Las Vegas se puede definir como la ciudad del espectáculo (además de otras muchas cosas). Basta pasear por sus calles para ver que de va todo esto. Cuando empiezas a entrar en los casinos, descubres que lo que muestran las películas es tal cual. Jubilados enganchados a las máquinas, grupos de jóvenes con copas en la mano y de juerga, camareras con poca ropa, personas jugando solas al blackjack o la ruleta…. El que viene a esta ciudad tiene dos opciones: la primera sería la nuestra, de visita y para conocerla; la segunda, a desfogarse y quemar la ciudad (de juerga o dejándose los ahorros).
Otra parte llamativa es la infraestructura de los casinos. Derroche es quedarse corto al definirlo. Nada es suficiente con tal de sorprender al visitante. Son como parques temáticos. No sólo se juega, hay infinidad de opciones de ocio: tiendas, bares, restaurantes, conciertos…. Nosotros cenamos en el Planet Hollywood, y la comida estaba espectacular, no es sólo apariencia, se lo curran.
Así qué hemos recorrido los casinos más importantes de esta zona la ciudad: Bellagio, Planet Hollywood, París, Caesar’s Palace o Venettia. Nos hemos bajado a la zona sur, por lo nos quedan pendientes el Excalibur o el Luxor. Pero será otro día, estamos bastante cansados y la cama nos llama. Han sido unas cinco horas de visita, pero han sido suficientes para hacernos una idea de que va todo esto. La próxima vez que volvamos, que sea para jugarnos la jubilación, ya que hoy hemos jugado muy poco: unas cuantas partidas a las tragaperras, pero sin suerte, gana la banca.