Driving Route 66 (10): Leaving Las Vegas

Hoy sí, por fin es el día del veterano. Para los estadounidenses es todo un acontecimiento, y para nosotros también, ya que nos hemos ahorrado las entradas a dos parques nacionales. Y todo gracias a la guerra. Ayer dejamos a medias la visita al Gran Cañón, se nos hizo de noche a media visita, por lo que esta mañana hemos cogido la carretera de vuelta al parque, tras dormir en Tusayan.

Hemos sido de los primeros en llegar al centro de visitantes, por lo que hemos podido pasear junto al cañón tranquilamente. En esta parte sur del parque, hay un par de miradores que aprovechan las rocas que sobresalen, y que hacen tener una visión de casi 180 grados del cañón. Ayer sólo vimos una pequeña parte, pero esta zona, al ser mucho más amplia, te ayuda a hacerte una idea de su magnitud. Kilómetros y kilómetros. Para llegar a la parte norte del parque, hay 5 horas de coche, lo que puede servir para apreciar lo que tienes delante. Pero es sólo su largura, sino su altura. Al asomarte, se puede ver el río Colorado, muy pero que muy pequeño. Lo raro es que para tener vértigo me he asomado sin problemas.

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Por mucho que maraville el cañón, llega un punto en el que no te aporta mucho más el estar viéndolo embobado. Hay algunas rutas de trekking con bastante buena pinta, pero no estamos para muchas caminatas. Así qué después de congelarnos (hacia un viento helador), hemos recuperado el calor de nuevo en el coche, cuando ya estábamos conduciendo hacia Williams. Por el camino nos hemos encontrado el camping de Pedro Picapiedra, su muñeco estaba junto a la carretera, pero lo mejor es que sus edificios eran igualitos a los de la serie.

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Nuestra siguiente parada ha sido Williams. No estaba prevista, pero al pasar por el pueblo hemos visto que tenía buena pinta, por lo que hemos dado un paseo por su calle principal. Parece que han retrocedido en el tiempo. Muchas de las casas están igual que en la época del salvaje oeste. De esta localidad sale un tren que va hasta el Gran Cañón, para el que hay reservar los billetes con 6 meses de antelación, casi nada.

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De nuevo en la I40, nos hemos salido un momento en Ash Fork para ver un coche sobre una barbería. El negocio ya esta cerrado, pero todavía puede verse el vehículo colgado. Supuestamente hay un dinosaurio al volante, pero a nosotros no nos lo ha parecido.

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A la hora de comer, hemos salido de la I40 hacia el pueblo de Seligman. Nuestra idea era sólo comer, ya que en la guía recomendaban un restaurante, pero al final nos hemos dado un paseo. Hay infinidad de tiendas, bares o gasolineras. Lo más curioso es que cada negocio que te encuentras, tiene una decoración más friki que el anterior. Es el pueblo con más ambiente rutero de los que hemos visto hasta ahora, y eso que sólo tiene 800 habitantes, pero se lo trabajan.

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Pero el día nos deparaba aún más sorpresas. Siguiendo las indicaciones de la guía, hemos cruzado un paso de montaña camino al pueblo de Oatman, del que Gary Turner (el de Gay Parita) nos había hablado. Es el primer puerto que subimos, las curvas han sido sinuosas, pero daba gusto conducir con el paisaje que nos acompañaba. Parecía que los indios saldrían en cualquier momento para perseguirnos.

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Y tras un buen rato de suave conducción, hemos llegado a Oatman. En su época, pueblo de buscadores de oro (todavía queda una mina abierta cerca), hoy en día su sustento son los turistas. Si Williams parecía un pueblo del viejo oeste, que decir de Oatman. Sólo faltaba ver un duelo en su calle principal (creemos que hay duelos simulados dos veces al día). Pero el pueblo es especial por otro motivo: hay un montón de burros sueltos por la calle. Vas andando tranquilamente y se te acercan para que les des comida. Y si ya sacas una bolsa de plástico, como se piensan que es comida para ellos, casi van corriendo hacia ti. A alguna señora hasta la han empujado con la cabeza reclamando para llenar la panza. En la guía dice que pueden llegar a morder.

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La visita ha sido muy recomendable, pero al volver a conectar con la I40, mirábamos el plano y algo no cuadraba: no coincidía la carretera que teníamos que seguir hacia Las Vegas. Nos hemos colado a lo grande, la visita a Oatman la teníamos marcada como opcional, y al hacerla, nos hemos desviado un montón de la ruta prevista. Hemos tenido que volver a Kingman, donde nos hemos desviado hacia Oatman, y coger la 93 norte. Vaya puñeta. Han sido 60 millas de vuelta. Con paciencia, hemos rodeado las montañas para volver a ese punto. En Kingman, y tras coger la carretera buena, nos quedaban otras 100 millas. Nos hemos tirado un buen rato por la 93. Menos mal que al entrar en el estado de Nevada (era el tercero del día tras Arizona y California), hemos cambiado la hora y teníamos una hora más para disfrutar de Las Vegas.

Aunque parezca mentira, hemos llegado sin problemas al hotel. Esta todo muy bien indicado, y con el mapa en mano, hemos atravesado la ciudad hasta llegar a Flamingo Road. No hemos visto el cartel de bienvenida a la ciudad, nos lo marcamos como pendiente. En cambio, al entrar por Las Vegas Boulevard ya se empieza a ver los hoteles con sus gigantescas construcciones. El primero es el Excalibur, con su descomunal castillo. Nuestro hotel es el Tuscany, y esta en Flamingo Road, así que vemos el París, el Bellagio, el Caesar Palace o el Flamingo sin bajarnos del coche.

Tras dejar las maletas en el hotel, en unos minutos estamos andando para llegar al centro neurálgico, el cruce de Las Vegas Boulevard con Flamingo. Sobre nuestras cabezas circula el monorail que conecta algunos hoteles, al más puro estilo futurista. Y esto sólo es una pequeña parte de lo que os hemos encontrado después. Las Vegas se puede definir como la ciudad del espectáculo (además de otras muchas cosas). Basta pasear por sus calles para ver que de va todo esto. Cuando empiezas a entrar en los casinos, descubres que lo que muestran las películas es tal cual. Jubilados enganchados a las máquinas, grupos de jóvenes con copas en la mano y de juerga, camareras con poca ropa, personas jugando solas al blackjack o la ruleta…. El que viene a esta ciudad tiene dos opciones: la primera sería la nuestra, de visita y para conocerla; la segunda, a desfogarse y quemar la ciudad (de juerga o dejándose los ahorros).

Otra parte llamativa es la infraestructura de los casinos. Derroche es quedarse corto al definirlo. Nada es suficiente con tal de sorprender al visitante. Son como parques temáticos. No sólo se juega, hay infinidad de opciones de ocio: tiendas, bares, restaurantes, conciertos…. Nosotros cenamos en el Planet Hollywood, y la comida estaba espectacular, no es sólo apariencia, se lo curran.

Así qué hemos recorrido los casinos más importantes de esta zona la ciudad: Bellagio, Planet Hollywood, París, Caesar’s Palace o Venettia. Nos hemos bajado a la zona sur, por lo nos quedan pendientes el Excalibur o el Luxor. Pero será otro día, estamos bastante cansados y la cama nos llama. Han sido unas cinco horas de visita, pero han sido suficientes para hacernos una idea de que va todo esto. La próxima vez que volvamos, que sea para jugarnos la jubilación, ya que hoy hemos jugado muy poco: unas cuantas partidas a las tragaperras, pero sin suerte, gana la banca.

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Driving Route 66 (9): la naturaleza de Arizona

Anoche nos fuimos a la cama con una ventisca de nieve, pero esta mañana al despertarnos el cielo estaba complemente despejado. No había ni una nube en el cielo. Eso si, había una helada importante. Tras limpiar el coche, hemos arrancando con precaución, ya que se veía que había bastantes placas de hielo. Menos mal que la interestatal 40 es una de las arterias del país y el tráfico no se detiene, creo que gracias a eso nos la hemos encontrado bastante limpia.

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En unas pocas millas, abandonábamos Nuevo México para entrar en Arizona, también tierra de indios nativos. Los carteles con publicidad de artesanía india se amontonan a los lados se la carretera, y de vez en cuando se ve alguna replica de antigua tienda india. Todo con tal de llamar la atención de los conductores y se salgan de la autovia. Nosotros solo hemos salido para hacer la primera visita del día, al Parque Nacional del Bosque Petrificado. Este parque tiene dos partes diferenciadas, por un lado el Painted Desert, y por otro, Petrified Forest. Hay una carretera que recorre el parque durante 28 millas, en las que es imposible no detenerse una y otra vez para apreciar la belleza de la naturaleza. La nieve ha tapado el colorido natural del parque, no es lo mismo, pero tampoco es que lo haya estropeado, estaba distinto.

Al entrar al parque, e ir a pagar el ticket, hemos descubierto que hoy es gratuito. El motivo no es otro que el día del veterano, que se celebra mañana día 12. Así que eso que nos hemos ahorrado, pero tras dejar un donativo, que menos después de entrar gratis. La primera parte ha sido el desierto pintado, que en vez de rojo, estaba pintado de blanco. Pongo unas cuantas fotos de varios puntos del recorrido.

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Tras estar más de dos horas recorriendo el parque por su parte norte, llegábamos a la sur, donde se encuentra el bosque petrificado. Lo que a primera vista parecen piedras, ahora lo son, fueron en su día troncos que se han convirtieron en piedra. Es increíble. Y lo es más al ver los colores que tienen algunos de esos troncos. Lo más curioso de este fenómeno es que las piedras están cortados como sí alguien hubiera ido con una motosierra.

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Ha sido una visita de la que no esperábamos tanto. Han sido tres horas en el parque, ni por asomo nos imaginábamos estar tanto tiempo, pero era imposible no detenerse una y otra vez con los paisajes que hemos disfrutado. Tras salir del parque, hemos seguido por una carretera comarcal hasta Holbrook, donde hemos parado para comer, cuando no eran ni las 12 del mediodía. Ya nos estamos haciendo a los horarios americanos. En esta zona india, al igual que en Nuevo México, todos los nombres son en castellano y cocinan comida mexicana, al menos de cara a los turistas. No hay rastro de la comida nativa.

En el pueblo de Holbrook hay un motel familiar ambientado en la cultura nativa, se trata de un lugar muy especial, ya que las habitaciones son cabañas indias. Esta pegado a la carretera, por lo que es imposible pasar sin detenerse.

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De nuevo en la carretera, nos hemos detenido para sacar una foto en el Jack Rabbit Trading Post, que tiene un conejo enorme en su exterior. Encima tiene una silla de montar incorporada, por lo que esta es una de las paradas obligatorias para hacerse una foto con la figura.

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La siguiente parada ha sido en Meteor Crater, ya cerca de Flagstaff. Como su nombre bien indica, se trata de un cráter de unas dimensiones impresionantes. Es uno de los más grandes del mundo. Para poder verlo hay que subir a una montaña, donde han construido un museo sobre el tema. Desde fuera, no se aprecia el hueco que hay en el interior, ni sus dimensiones.

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Nos estábamos acercando al momento más esperado del día, estábamos a las puertas del Gran Cañón. Pero antes debíamos pasar por la ciudad de Flagstaff, que nos ha sorprendido por su arquitectura. En la entrada de la ciudad, nos hemos encontrado a otro de los gigantes, supuestamente más antiguo que los de Illinois. Lo habían vestido de militar en homenaje a los veteranos.

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En la salida de Flagstaff hemos visto que nos faltaban 80 millas para llegar a la entrada sur del parque del Gran Cañón, y eran las 15:30 de la tarde. Estábamos muy apurados de tiempo. Nuestra idea era ver el gran cañón esta tarde, y lo hemos conseguido a medias. Al llegar a la entrada del parque y al igual que por la mañana, no hemos tenido que pagar la entrada: ¡viva los veteranos! A las 17, ya estábamos alucinando con el tamaño del cañón. Es muy difícil de imaginarlo si no se ve in situ. Y eso teniendo en cuenta que no lo hemos visto desde el mejor mirador. Daba igual, con la altura y anchura del boquete, no importaba verlo de un sitio u otro. Mañana esperamos terminar de verlo desde el principal mirador de la zona sur del parque. Se nos ha hecho de noche dentro del parque, ya que hay 25 millas de una de las entradas el sur a la otra. No habíamos reservado nada para esta noche, así que hemos tenido que ir hasta el pueblo de Tuyusan en busca de hospedaje. Ha sido muy fácil. Tenía mirados un par de hoteles por sí dormíamos aquí, así que ha sido llegar y besar el santo ya que había sitio. Mañana volveremos a entrar al parque (sigue siendo gratis) a ver lo el resto de vistas del gran cañón. Lo estamos deseando.

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Driving Route 66 (8): entre reservas indias

Hoy nos hemos levantado con una mala noticia: el Tioga Pass esta cerrado por nieve. Se trata de un paso de montaña que esta a 3000 metros y que pensábamos atravesar para llegar al parque nacional de Yosemite. Esto altera y mucho nuestro plan de viaje, ya que no podremos llegar a Yosemite desde Las Vegas y cruzando Death Valley. El Tioga es la única forma de atravesar las montañas, y una vez que cierra el paso, no vuelve a abrirse hasta la primavera. Para llegar al parque tendríamos que rodear las montañas, y no se sí nos dará tiempo, me temo que no.

Pero bueno, no nos adelantemos a los próximos días, ya que tenemos cosas que ver por el camino. Tras salir de Santa Fe, hemos continuado por la autovia hasta salir cerca de Albuquerque. Empiezan a verse reservas indias, alguna de ellas con casino incluido. Desde Algodones, hemos seguido la ruta por la comarcal, por lo que hemos entrado a la ciudad por la ruta de 1937, la que viene de Santa Fe.

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Hemos visto parte de la ciudad, pero no todo lo que queríamos. Esta ruta da un gran rodeo para salir por la avenida Isleta hacia Los Lunas. Durante este tramo hemos visto unas cuantas referencias a nombres vascos, pero el colmo ha sido encontrarnos la Chicharroneria Orozco. Otra cosa destacable que hemos visto por esta ruta, relacionada con la historia de la ciudad, es la importancia del negocio del automóvil. Hemos perdido la cuenta de concesionarios y negocios de compraventa. Según hemos podido leer, fue de vital importancia para Albuquerque.

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Al final, en la salida de la ciudad hemos vuelto a coger la autovia y hemos entrado a Albuquerque por su calle principal. Pero antes, nos hemos llevado una sorpresa, ya que nos hemos encontrado el estadio de los Isótopos, el equipo de béisbol de la ciudad. No hemos podido evitar parar para hacer una foto. Todo buen seguidor de Los Simpsons conoce a este equipo, ya que sale en uno de sus episodios. Enfrente estaba el estadio del equipo de fútbol americano, y al parecer había partido, ya que estaban cobrando por aparcar en la zona ya desde la mañana. Algunos aficionados estaban preparando barbacoas, preparándose para el partido desde horas antes.

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Y que decir de Albuquerque. El centro tiene varias calles con edificios curiosos. Uno de ellos es el teatro Kimo, con claras influencias de estilo indio. Hay algún que otro negocio relacionado con los pueblos nativos: ropa, joyas, souvenirs, todo lo que tenga que ver con su cultura. Tampoco falta el típico negocio que creció junto a la ruta, el Nick’s Café. Creado en el año 1910. Pero no todo son negocios, ya que hay algunos murales muy chulos por el centro.

Lo que más nos ha sorprendido de la ciudad es que no había casi nadie por la calle, y muchas de las personas que había eran mendigos. Nos ha marcado bastante, no nos esperábamos que en una ciudad tan importante tuvieran esa pobreza. Pero debe ser algo normal aquí, porque en uno de los murales incluso han añadido al típico sin techo con su carro lleno de bolsas de basura. Aunque todo no han sido tristezas, en esta ciudad son muy aficionados al ciclismo. Hemos visto un montón de personas con sus bicis de corredor, bien abrigados por el frío que hacia, pero con ánimo de sudar un rato.

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De nuevo en ruta, esta vez si que hemos seguido la carretera dirección Las Lunas. Por el camino, en Peralta, nos hemos encontrado la iglesia de Guadalupe, que ha llamado nuestra atención por su arquitectura, la predominante en la zona. Lo curioso de este estado es que han sabido mantener sus raíces, y eso es lo que Nuevo México sea distinto del resto de estados.

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Al llegar a Las Lunas, hemos continuado la ruta por una impresionante carretera durante al menos 40 kilómetros. El paisaje vuelve a cambiar de nuevo, ya lo hemos notado al salir de Santa Fe. Se ven cada vez más montañas, y esto empieza a parecerse cada vez más a los paisajes de las películas del oeste. Además de las montañas, también se empiezan a ver pequeños cañones, bruscos cortes en la tierra, que hacen que nos maravillemos. Y ha sido todo así hasta el pueblo de Correo, la única localidad que nos hemos encontrado. Se me ha olvidado comentar que estábamos atravesando una reserva india.

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Tras incorporarnos a la autovia 40 en Correo, hemos continuado viendo pueblos y reservas indias una tras otra. Nuestra idea era detenernos en el pueblo Acoma, que mantiene parte de la arquitectura india. Nada más salir de la autovia, te encuentras de frente con un megaedificio en medio de la nada. Se trata del casino, hotel y museo de Skycity. De algo tienen que vivir, por algo les dieron los permisos para abrir los casinos. Son pueblos muy pobres, no hay más que cruzar uno de ellos. Nosotros lo hemos hecho en busca de unas casas típicas indias, que por cierto no hemos encontrado. Lo único que tienen bien señalizado es el casino, del resto, nada. Supongo que tampoco les apetecerá que se metan en su casa. En la guía hemos podido leer que hay que tener cuidado al hacerles fotos, que hay que respetarles en todo momento. Si esta escrito, será porque no les hará mucha gracia. Lo más curioso ha sido que los únicos indios que hemos visto han sido los que atendían en la estadio de servicio.

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Después de comer un bocata y llenar el depósito, hemos reemprendido el viaje con un tiempo estupendo. Un poco de viento, pero con un sol de justicia. Hasta qué nos hemos cuenta de que a lo lejos había una nube gigante con muy mala pinta, y nos acercábamos a ellas. La nube no estaba en el cielo, sino que llegaba hasta el suelo. Así qué de repente, nos hemos adentrado en una espesa niebla, hemos pasado del sol a la oscuridad, y lo mejores que dentro de la nube estaba nevando. Alucinante. Para no creerlo. Hemos estado un buen rato, al menos una hora, bajo la nieve. En algún momento se ha abierto la nube y hemos vuelto al sol, pero ha sido muy breve, ya que en unos pocos minutos estábamos de nuevo rodeados de copos blancos. Al principio no cuajaba nada, pero a medida que avanzábamos, los montes estaban cada vez más blancos. Menos mal que hemos llegado a Gallup, donde tenemos el hotel, porque el asunto tiene cada vez peor pinta. Encima el viento es muy fuerte, y al bajar del coche parecía que estábamos en medio de una tormenta polar.

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Driving Route 66 (7): llegando al viejo oeste

Hoy es nuestro séptimo día desde que salimos de casa, y sexto de ruta. No se el número exacto de kilómetros acumulados, pero podemos estar cerca de los 2000. Casi nada. Pero aún nos quedan al menos la mitad. Hoy vamos a llegar al punto intermedio, en Adrián. Una vez más, el día ha amanecido soleado, por lo que hemos podido salir de Amarillo disfrutando de la conducción y del paisaje urbano. Para salir de la ciudad hemos seguido la ruta original, que transcurre por la sexta avenida. Lo que en su día fue el punto neurálgico de Amarillo, se ha convertido en una calle para el recuerdo. Infinidad de negocios con estética antigua, algunos todavía abiertos, pero la mayoría cerrados y cada vez más deteriorados. Es una pena ver que toda la vida que tuvo la calle, se ha apagado poco a poco hasta casi desaparecer.

A unas pocas millas de Amarillo, y tras dar alguna vuelta de más, hemos llegado al Cadillac Ranch. Se trata de una obra de arte creada en la década de los 70. Ayer vimos algo similar, pero no era tan impactante como esta. 10 cadillacs clavados en la tierra en medio de la nada. Desde la autovia se aprecia que hay algo, pero no te imaginas lo que pede llegar a ser. Esta obra se ha convertido en uno se los iconos de la ruta, una imagen que se repite en muchas páginas y guías.

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No pudieron elegir un nombre mejor para la ciudad, camino al oeste desde Amarillo, el campo es cada vez más seco. Kilómetros y kilómetros de campo de color amarillo, con algún rancho desperdigado, es lo único que puedes encontrarte por la zona. Hay muy pocos pueblos, y los que quedan, están en plena decadencia. Así nos hemos tirado un buen rato, por la autovia y devorando millas. Hemos salido en algún pueblo, en Vega concretamente, pero tampoco hemos visto nada destacable.

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A media mañana hemos llegado a Adrian, el punto exacto en el que has recorrido la mitad de la ruta 66. El pueblo tiene alguna gasolinera y motel ya antiguos, pero por sí algo destaca es por la cafetería, MidPoint Café, un hito en el camino de los ruteros. Como bien dice en una cartel, ya has llegado a la mitad de la ruta, te mereces beber y comerte algo. La cafetería esta muy bien decorada, con un montón de motivos de la ruta y con un aire retro muy especial. En la guía nos recomendaban comernos la ‘ugly crust pie’, y había que hacerle caso. Justo cuando hemos entrado había un par de japonesas sentadas en la barra, estaban haciendo la ruta como nosotros. Cuando se han levantado hemos alucinado al ver que llevaban botas de montar. Si que se habían tomado la ruta en serio.

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La siguiente parada la hemos hecho en Tucumcari, Nuevo México. Volvíamos a cambiar de estado, y ya no se cuantos van ya…. Atravesando el pueblo de Tucumcari se pueden observar infinidad de moteles, gasolineras, murales… Pero a diferencia de otras localidades, se habían preocupado de mantenerlas bien conservadas, por lo que el paseo en coche por su avenida es de lo más agradable. Nosotros hemos ido lentos, por el carril derecho, y sin perder detalle de lo que nos ofrecía.

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Desde Tucumcari a Santa Rosa, hemos ido casi todo el trayecto por la autovia. El paisaje es aún más desértico que en Texas, mucho más inhóspito. No se ven casi casas. Hay algún pueblo medio abandonado, pero incluso en la guía nos recomiendan no salir de la autovia. Esta zona esta totalmente abandonada. Los pocos pueblos que quedan, Santa Rosa por ejemplo, da la impresión de que vive exclusivamente de los conductores que atraviesan el país de este a oeste. Nada más entrar al pueblo te encuentras 5 o 6 hoteles, todos de cadenas importantes, pero quitando eso hay pocos negocios.

Lo que sí hay en Santa Rosa es un museo de coches antiguos, y hemos parado para visitarlo. Aunque no ha habido suerte, a pesar de que tenía el cartel de abierto, la puerta estaba cerrada a cal y canto. Una pena, ya que desde fuera se podía ver que había bastante cosas para ver. Al menos hemos podido ver los coches que tenía en el exterior.

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A unas cuantas millas de Santa Rosa, la ruta ofrece dos opciones: seguir por la autovia por la que vas hasta ese momento, o desviarte por el norte por la ciudad de Santa Fe. En nuestro caso, hemos optado por el desvío. Al salir de la carretera principal, hemos descubierto un terreno bastante distinto. A pesar de ser seco, se veían cada vez más árboles, y lo que es más importante, montañas. O casi mejor definirlos como montes, ya que no son tan altos, pero después de tanto tiempo viendo terreno llano, cualquier cosa parece una montaña. Por otro lado, lo que estamos descubriendo es que todos los nombres de los pueblos son en castellano. Las emisoras de radio emiten música tex-mex. Al igual que el paisaje, las personas también han cambiado mucho desde que arrancamos en Chicago.

Además de algún pequeño pueblo, lo que abundan por esta zona son ranchos o casas solitarias. En los 50 kilómetros que hay entre el desvío hasta Romeoville, pocos pueblos hay. Esta localidad es de las más importantes de la zona, junto a Las Vegas (esta es la otra, no la de Nevada). Como ya teniamos hambre, hemos parado en la gasolinera a comer, ya que tenía un Subway. Y una semana después, y de ver infinidad de ellos, hemos descubierto que son la cadena de comida más sana de todo USA. Ni hamburguesas, ni patatas. Ensaladas y bocadillos vegetales. Encima te ponen una tabla en la que comparan las calorías que tienen sus productos con los McDonalds y Burguer King. Una tercera parte, casi nada.

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El tiempo estaba cambiando a medida que nos acercábamos a Santa Fe, se veían cada vez más nubes, y al final, ha terminado por llover. Pero la lluvia no ha evitado que nos hayamos pateado la ciudad. Hemos aparcado en el motel y hemos caminado hasta el centro, que ya necesitábamos estirar las piernas. La ciudad nos ha gustado mucho, no tiene nada que ver con lo visto hasta ahora. Parece que se ha detenido el tiempo. Los edificios son marrones, simulando las casa de adobe, en un intento de mantener la arquitectura local.

Lo bueno que tiene es que puedes recorrer el centro caminando sin ningún problema, esta todo muy cerca. Una vez visitada la plaza, se puede andar por las calles paralelas, y visitar sus catedrales e iglesias. Como ya he comentado antes, todo tiene su nombre en castellano, y las iglesias no iban a ser menos. Por ejemplo, la Misión De San Miguel, del año 1600. La ciudad fue creada por colonos españoles, y junto a la misión, se encuentra la casa más antigua de la ciudad, y esta es de adobe de verdad.

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Aunque parezca mentira, el turismo es de elite en Santa Fe. Las tiendas y hoteles son de lujo. Y cuenta con bastantes galerías de arte. Los precios también son acordes. Nosotros hemos cenado en un café asequible pero bastante bueno, el Blue Corn Café. Después de comer una ensalada al mediodía, me apetecía algo consistente, y estando donde estamos, me he pedido una enchilada. En buena hora, como picaba. Me he puesto bastante rojo, y no he parado de beber agua fría, constantemente, para aliviarme. Que infierno.

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Driving Route 66 (6): crónicas carnívoras en Texas

Al igual que el día anterior, hemos tenido problemas de orientación en Oklahoma, nos ha costado salir de la ciudad. Íbamos perfectamente por la ruta, todo bien indicado, hasta que en un cruce se han perdido las señales, y hemos estado dando vueltas intentando encontrar la calle correcta para retomar la ruta. Pero ha sido imposible. Hemos seguido la calle Mustang, que supuestamente cruzaba la ruta, pero nada. Así qué al final hemos cogido la autovia, no podíamos perder más tiempo. Para hoy tenemos unos 450 kilómetros por delante.

Hasta ahora no he comentado nada del clima, pero a medida que nos acercamos al oeste del país, hace cada vez más calor. Hemos pasado de estar en Illinois con el forro puesto, a ir en manga corta y estar sudando. El paisaje asimismo también se va volviendo más seco, Oklahoma es el punto intermedio entre el paisaje con mucha vegetación y los campos amarillos por la sequedad. Y que decir de Texas. Pero bueno, eso va más adelante.

Hemos retomado la ruta en El Reno, salida de la autovia y vuelta a la carreta comarcal. Pero no ha sido por mucho tiempo, ya que la ruta vuelve en muchos pueblos a la autovia del oeste. En esta zona, en la que cada vez se ven menos pueblos, no son necesarias tantas carreteras, por lo que no han sustituido la 66 del todo. En Hydro hemos encontrado la primera gasolinera del día, la de Lucille. Esta señora, estuvo 60 años trabajando en su gasolinera, hasta que lo dejo en el año 2000. Ya se había ganado la jubilación, ¿no? La gasolinera la compro un chico, la cambio de sitio, y la restauro para convertirla también en tienda.

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Durante un buen rato hemos ido por la autovia, casi sin salir, y donde hemos salido, no hemos visto nada destacable. Hasta qué hemos llegado a Elk City. Primero hemos parado a tomar un café y un pedazo de tarta. Lo curioso es que nos miran como a bichos raros porque no comemos fritanga y pedimos solo la tarta. Hay que ver lo que comen ellos, hamburguesas, patatas, huevos, bacon, y eso a las 11 de la mañana. En esta cafetería, una de las camareras, Millie, nos ha comentado que su abuelo era español, y nos hemos quedado con las ganas de preguntarle de donde. Seguro que era de Euskadi, alguno de esos pastores que emigró a USA para trabajar como pastor. Pero bueno, nos quedamos con la duda.

En Elk City, hemos descubierto un museo de lo más interesante, cuando menos nos lo esperábamos. Habían recreado una ciudad del oeste antiguo, con su banco, casa postal, estación del tren, hasta con maniquíes dentro de las casas. Con sólo darte un paseo parece que te transportas en el tiempo. Y hemos estado un buen rato dando vueltas, ha estado muy bien, entretenido y curioso. Lo que más llama la atención sobre todo lo demás es el pedazo cartel de la ruta 66 que hay junto a la carretera. Increíble. De postal.

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A diferencia de ayer, estamos viendo muchas menos cosas. Están siendo más kilómetros de autovia, menos pueblos donde detenerse, y todo cada vez más decadente. Se nota que esta zona esta bastante deprimida. Pero eso lo hemos notado sobre todo en Texas, y es que hemos cambiado de estado al mediodía. Siguiendo las indicaciones de la guía, hemos entrado en algún pueblo que estaba totalmente abandonado. Por ejemplo, Texola, el último pueblo de Oklahoma, justo en la frontera. Según la guía, lo típico es hacerse una foto en el cartel de la entrada, pero ya no que ni eso. Esta todo abandonado. Menos mal que en el siguiente pueblo hemos visto algo más, Shamrock todavía mantiene negocios abiertos, moteles y alguna cafetería. También gasolineras, y hemos aprovechado para repostar en una de las nuevas. La atracción del pueblo es una antigua gasolinera y café, totalmente restaurada, y que ahora es sólo tienda. Llama la atención por los colores, y por ser mucho más grande que las que hemos visto hasta ahora.

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En el siguiente pueblo, McLean, esta la gasolinera Phillips más antigua de Texas. Pero lo que más nos ha gustado ha sido el restaurante Red River. Gary Turner, el señor mayor de Gay Parita, nos había recomendado el lugar. Incluso nos había dado una tarjeta. Según el, era la mejor carne del mundo, así como Happy Burger de Sapulpa tenía la mejor hamburguesa del mundo. Teníamos que ir sí o si, encima nos ha coincidido con la hora de comer. Nada más entrar te das cuenta que entras en un lugar especial, la decoración es totalmente del oeste, pero no porque sea una apariencia, es porque son así, es su historia. Cuando estábamos comiendo, han entrado cuatro cowboys con sus gorros, botas de montar y espuelas. Curioso el ruido que hacían al caminar. Pero lo importante era la carne. A los yankees les gusta mucho la barbacoa, y aquí la tenían. De ahí el sabor de la carne, con la marca de la barbacoa impresa, que buena estaba. Hasta Esti se ha comida una chuleta. Yo he elegido el menú cowboy, y Esti el de cowgirl. No tenía un gran tamaño, pero mejor, ya que esta noche nos toca visitar el Big Texan.

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Después de comer, vuelta a la carretera hasta el pueblo de Conway, ya cerca de Amarillo. Según la guía es el mejor exponente de la decadencia de esta zona respecto a la ruta. Y así ha sido. Había un montón de negocios abandonados. Pero lo mejor ha sido unos coches que estaban clavados en el suelo. Y cuando digo clavados es clavados. Eran escarabajos. Estaban pintados estilo graffiti, y por el suelo había infinidad de botes tirados, por lo que cualquiera puede ir al lugar y continuar con la obra de arte. En Amarillo hay algo similar, pero más a lo grande.

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También nos hemos encontrado cerca una torre de augura torcida, puesta así con esa intención, llamar la atención de los viajeros. El que lo coloco, tenía un taller justo al lado.

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A diferencia de ayer, hemos llegado al hotel sin ningún problema. Pero antes hemos parado en el Big Texan para hacer unas fotos. El sitio es espectacular. El que ha montado el negocio es un figura. Para el que no lo sepa, este sitio es famoso porque sirven una chuleta de 2 kilos, que no te cobran si consigues comértela en menos de una hora. Ha salido en el programa Crónicas Carnívoras hace poco. He estado dándole vueltas a sí iba a intentarlo o no, pero después de la carga de carne que llevo encima (ayer sólo comi hamburguesas, 4 concretamente), y la chuleta del mediodía, mejor no pasarse, no iba a poder. Aquí hay que venir con hambre.

Lo mejor de todo ha sido que el restaurante tiene un servicio gratuito de limusinas. Te recogen en el hotel y te llevan al sitio. Así qué hemos ido como señores, con nuestro chofer en la limusina. Nada más entrar al restaurante, alucinas con sus dimensiones, tiene infinidad de mesas, pero encima tiene una tienda de souvenirs y un salón recreativo. Aunque lo realmente importante es la carne. Me he pedido la chuleta homenaje del 50 aniversario. Medio kilo de carne pura y dura. Sólo carne. Hummmm. Hemos salido con una tripada importante. Como dicen ellos, todo en Texas es más grande, razón no les falta.

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Driving Route 66 (5): los puentes de Oklahoma

Hoy ha sido un día largo e intenso. La llegada a Oklahoma City ha sido dura, ya que hemos estado dando un montón de vueltas entre autovias hasta dar con el hotel. Hemos terminado muy cansados, pero nos quedamos con todo lo bueno que ha tenido el día, que ha sido mucho. Salir de Joplin ha sido realmente sencillo, y como encima ha salido un día soleado, hemos disfrutado de los primeros kilómetros con tranquilidad, tan sólo siguiendo las señales de la ruta. Para cuando nos hemos dado cuenta, hemos salido del estado de Missouri para entrar en Kansas. Han sido muy pocos kilómetros en Kansas, pero con cosas muy interesantes.

Lo primero ha sido el pueblo de Galena. Además de estar muy bien ambientado, con música sonando en sus calles desde primera hora de la mañana, lo más curioso ha resultado la estación se servicio ‘4 women on the rute’. Además de estar rehabilitada con mucho gusto, destacaba por tener afuera el coche que inspiro a los creadores de la película Cars. No hay más que fijarse en sus ojos para descubrir su parecido.

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Antes de abandonar Kansas, hemos cruzado el Puente de Brush Creek, un puente de piedra, por el que antes cruzaba la carretera principal. Hoy ya esta en desuso, excepto para los ruteros que siguen cruzando sobre el, al igual que en la época dorada de la ruta. Eso ha sido todo lo que nos ha ofrecido Kansas, ya que tan soló hemos atravesado un de las esquinas del estado.

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Tras abandonar Kansas, hemos entrado de lleno en Oklahoma. En este caso no va a ser un paso tan efímero, ya que vamos a transitar al menos el resto del día por sus tierras, hasta su capital. Uno de sus primeros pueblos, Comerce, nos ha sorprendido, ya que en la guía no indicaba nada, pero hemos encontrado un par de lugares curiosos. Se trababa de una gasolinera restaurada (para variar, ¿no?) y una tienda de galletas. Lo más llamativo era su diseño, los colores con los que los habían pintado. No pasaban desapercibidos.

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Oklahoma nos ofrecía un paisaje que iba cambiando a medida que nos adentrábamos en el estado. Es un estado con menos árboles y bosques, pero con más praderas e interminables llanuras. Las cabezas de ganado no faltan en Oklahoma. Se trata de la América más auténtica que hemos conocido desde los días que llevamos. Hay ranchos por doquier, desperdigados por sus extensiones de pastos. Durante un buen rato hemos circulado por un camino de piedras, un camino que servía para comunicar las granjas. Para poco más. Hemos estado tentados en más de una ocasión de darnos la vuelta, pensado que nos habíamos perdido en algún cruce, pero hemos seguido adelante hasta conectar de nuevo con la ruta 66. No estábamos perdidos.

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De vuelta en la carretera 66, hemos circulado un montón de kilómetros por una carretera de doble carril, que es a su vez la ruta. Como tiene el mismo nombre, han dejado de poner carteles señalizando por donde seguir la ruta, pero es que o hace falta, sólo hay que seguir la carretera. Y gracias a que íbamos por esa autovia, hemos estado a punto de saltarnos el segundo puente de la jornada, el de Pryor Creek, en Chelsea. Menos mal que lo hemos visto de refilón, y hemos dado la vuelta para poder verlo. Era mucho más bonito que el anterior.

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Aunque parezca mentira, eran las 11 de la mañana y habíamos visto un montón de cosas, la jornada estaba siendo de lo más productiva, lo estábamos gozando. Y donde realmente he disfrutado ha sido conduciendo por una carretera que hemos cogido saliendo de la autovia. Íbamos en busca de tótem gigante, y por el camino hemos pasado por unos bosques con unos colores muy vivos, encima con hojas de muchos colores. Todo esto a los lados de la carretera. Y con un día más que soleado (he estado todo el día en manga corta, ya tengo olvidado el frío de Illinois). Ha sido espectacular.

También lo ha sido el tótem de Galloway en Foyil. Con su descomunal altura, vigilaba el parque de su entorno. Estaba decorado con infinidad de motivos, en su mayoría indios. Ha sido un desvío de menos de 4 millas de la autovia, y merece la pena desviarse. Puede parecer que estoy detallando menos que otra veces, pero con todo lo que hemos visto, no puedo alargarme mucho con cada cosa, porque sino esta noche no me va a dar tiempo a dormir… Y eso que todavía son las 10 de la noche.

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La ballena azul de Catoosa ha sido posiblemente el monumento más friki que hemos visto hoy. La ballena la construyo un marido para regalársela a su mujer por su aniversario. Fue en la década de los 70. Durante muchos años, fue utilizada como piscina por las personas que hacían la ruta. Hoy en día, ya nadie se baña, aunque se mantiene en buen estado.

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Tras pasar la mañana cruzando pequeñas poblaciones, tocaba de nuevo adentrarse en una ciudad de gran tamaño. Hemos pasado por Tulsa, o mejor dicho por su autovia. Lo curioso ha sido que hemos seguido las indicaciones de todos los carteles de la ruta, pero en ningún momento hemos pasado por el centro de la ciudad, siempre la hemos ido bordeando. La guía tampoco destacaba nada en la misma. Poco podemos decir de ella. Donde sí nos ha metido la ruta ha sido por el centro Sapulpa, localidad que esta pegada a Tulsa, a unas pocas millas. Ahora si que hemos salido de la autopista. Nuestra idea era pararnos a comer en un local legendario de Sapulpa, el Happy Burguer. Gary Turner nos lo había recomendado con las siguientes palabras: ‘tienen las mejores hamburguesas del mundo’. Y en la guía también aparecía destacado, así que era parada obligada.

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El Happy Burger es un pequeño local, con mucha historia a sus espaldas, ya que lo abrieron en 1957. Toda la decoración del local gira en torno a un solo tema: Pepsi. Tienen todo tipo de complementos, carteles, vasos, lo que sea, con tal de que contenga el logotipo de la marca de bebidas. Pero lo realmente especial de este restaurante es su comida, las hamburguesas son de muerte. La salsa que le ponen sobre todo. Esta es una parada que el buen rutero que se precie de serlo, no debe saltarse.

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Pero Sapulpa tenía otro secreto escondido, un precioso puente de hierro en sus afueras. Casi escondido a la vista de los coches, sobre todo sí vas muy rápido por la autovia. Menos mal que lo hemos visto. Tras ese puente, hemos pasado por una zona bastante chula, alejada de la autovia. Aún nos quedaban unas 100 millas para llegar a Oklahoma City, donde dormiríamos. La mayor parte del trayecto lo hemos hecho por la carretera 66, y en esta zona se puede puede circular a unos 100 km por hora, siempre que no pases por el centro de ningún pueblo. No nos hemos detenido en muchos pueblos esta tarde. Una ha sido Chandler, ciudad natal del escritor de nuestra guía, que por cierto pone su móvil para que los ruteros le llamen y les firme la guía. Claro que no lo hemos hecho, hubiera sido demasiado. Pero si que hemos hecho una parada en el museo de la ruta que habían preparado en el pueblo. Un pedazo museo. Tenia un montón de pantallas de televisión, cada una de ellas con un video distinto, y un asiento distinto. Alguna incluso era una cama para tumbarte mientras veías el video.

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La última parada del día ha sido en Arcadia. Por un lado tiene un museo y tienda de recuerdos, que han abierto en un curioso edificio, con una cúpula inusual. No hemos entrado porque acabábamos de estar en el de Chandler. Lo que sí que hemos visitado ha sido la gasolinera, tienda, resultante llamada Pops. Es el paraíso de la soda. En la parte exterior tiene una gran botella de soda, una escultura gigante que por la noche se ilumina. Por dentro es increíble. Su distribución es muy especial, en las paredes de cristal cuelgan infinidad de baldas con botellas de soda de todos los colores y marcas imaginables. No he podido evitar tomarme una. Curioso sitio.

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El parecía que iba terminar bien, sólo nos quedaba llegar a Oklahoma City, y hemos seguido las señales sin perdernos en ningún momento, pero nos ha costado una barbaridad encontrar el hotel. Estaba junto a la carretera 77, y solo para dar con ella hemos tenido que dar vueltas por un montón de cruces. Pero al final hemos llevado, cansados de este último tramo, pero contentos por tener un sitio donde descansar.

Driving Route 66 (4): estampas otoñales en Missouri

Hoy nos hemos levantado bastante temprano, antes de las 6. Todavía no había amanecido, pero con la niebla que había tampoco se podría haber visto el amanecer. Como el motel no tenía servicio de desayuno, lo hemos improvisado gracias a la cafetera que había en la habitación (en todos los moteles tienes una) y unas galletas que compramos el día anterior. Por cierto que a esto no se le puede llamar café, más bien agua manchada. Como el día anterior llegamos de noche, hemos aprovechado para sacar unas fotos al Wheel Wagon Motel, un clásico de la ruta.

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Una vez hemos abandonado Cuba, no hemos tardado mucho en encontrarnos con el primer punto de interés del día, el Fanning 66 Outpost. Se trata del típico sitio en el que se venden souvenirs de la ruta, pero como todos ellos, con una decoración increíble. Pero este lugar destacaba sobre todo por tener la silla más grande del mundo. ¡Haría falta una escalera solo para sentarse! Como hemos llegado muy pronto, la tienda aún estaba cerrada, por lo que nos hemos librado de comprar el recuerdo de rigor. Parece ser que la costumbre es ir comprando gifts durante la ruta, de hecho en la guía nos avisa cada vez que hay una tienda de souvenirs.

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Después de estar conduciendo un buen rato, nos hemos parada a desayunar de nuevo en Sant Robert, en una pequeña cafetería. Una par de huevos con bacon y patatas, ese es el desayuno americano. Y café a raudales por supuesto, ya que la camarera pasa cada cinco minutos para rellenar la taza. Se nota que nos estamos adentrando en la América profunda. Cada vez se ven más personas vestidas con trajes de camuflaje de cazador, y claro que sólo se ven rancheras, es raro ver un turismo. Tras el desayuno hemos hecho una pequeña parada en la calle principal de Waynesville, y sin darnos cuenta hemos aparcado frente al colegio electoral. La gente iba entrando a votar. No lo he comentado, pero hoy es día de elecciones en USA. Desde qué entramos en el país, no hemos dejado de ver carteles de Obama y Romney por todos los sitios. Pero sobre todo, en los jardines de las casas. Son los típicos carteles clavados en el jardín. En Waynesville en cambio, teníamos la oficina electoral de los republicanos enfrente, y tenían plagado de carteles hasta el coche. Pero no solo eligen al presidente y a su senador, sino que también al sheriff de cada condado, al menos es lo que deducimos por los carteles.

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Al de poco de salir del pueblo, nos hemos encontrado con un control policial, ¡vaya casualidad! Ya nos estábamos poniendo nerviosos, ya que había que sacar todos los papeles, y no sabíamos con que poli nos íbamos a encontrar, con el bueno o con el malo. Nada más bajar la ventanilla nos ha pedido la documentación, tanto del coche como la nuestra. Le he dicho que tenía que ser el pasaporte, ya que éramos extranjeros. Entonces le ha cambiado la cara, y al decirle que estábamos haciendo la ruta, se le ha alegrado la cara y no ha hecho falta sacar ningún papel, nos ha dejado seguir amablemente. Muy majo el policía. Realmente no teníamos nada que esconder, pero todo hubiera sido encontrarnos con un hueso como el de inmigración del primer día y perder un buen rato de nuestro precioso tiempo.

Y ya no nos hemos detenido hasta Lebanon, donde se puede visitar un pequeño museo sobre la ruta. Nos ha costado encontrarlo, ya que estaba dentro del edificio de la biblioteca municipal, y teníamos una foto de una gasolinera. Teníamos esa referencia, y no pensábamos que estuviera dentro. Pero así ha sido. Habían montado una especie de gasolinera, con un coche antiguo, en una de las salas. No era muy grande, pero tenía un montón de objetos curiosos, fotos antiguas, y hasta recreaciones de cafeterías de la época. Casualmente, la biblioteca era además el colegio electoral, y hemos podido ver como votaban, nada del otro mundo.

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Lo que notamos cada vez más, a medida que pasan los kilómetros, es que el paisaje de Missouri esta cambiando. Desde San Luis, el cambio ha sido radical. Cada vez hay más colinas y muchos más bosques. En Illinois era raro ver una colina. Había árboles pero tampoco llegaban a hacer un bosque. En Missouri en cambio estamos disfrutando sobremanera. Es un placer conducir por sus carreteras comarcales, ya que el contraste de colores es espectacular. El hecho de que sea otoñó también influye y mucho. Hay bastantes hojas caídas, con lo que los bosques están increíbles. Hemos tenido una tarde muy soleada, igual ha sido por eso por lo que nos ha maravillado tanto el paisaje, puede que ayer fuera el mismo paisaje, pero con un tiempo nublado.

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A la hora de comer hemos cruzado la ciudad de Springfield. Tampoco tenía mucho que ver, sólo unas cabañas de piedra, pero tampoco eran muy especiales, se parecían mucho a las que hemos dormido hoy. Lo que sí hemos hecho ha sido detenernos a echar gasolina y a comer. No he comentado nada hasta ahora, pero el combustible esta súper barato. Hemos llenado el depósito con menos de 30 dólares, lo que serían al cambio unos 25 euros. Casi nada. Lo curioso es que es diésel es mucho más caro, y se ve muy poco, me atrevería a decir que no en todas las gasolineras tienen.

Para comer hemos elegido un local que tenía una pinta rara, el Tubby’s diner, pero como tenía algunos carteles de la ruta puestos, nos hemos decidido a entrar. Nos temíamos lo peor, pero la comida no ha sido mala, podría decir que incluso buena. El bocadillo con carne y queso, con pan de perrito caliente, esta buenísimo. Necesitábamos pararnos para llevar algo al estómago, habían pasado cinco horas desde el desayuno. Lo que no nos ha gustado ha sido que han sido un poco lentos, y tampoco tenemos tiempo de sobra, ya que para las 17 ya esta se noche. A las 14 ya estamos en la calle y en ruta.

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Por la tarde hemos visitado uno de los lugares más curiosos de la zona, el local Gay Parita en Halltown. Lo he llamado local porque tampoco se puede denominar como antigua gasolinera. El dueño, Gary Turner, construyo este lugar de la nada hace pocos años. Es un amante de la ruta, y ha montado este local para charlar un rato con sus visitantes, tomar una soda con ellos, y darles consejos sobre la ruta. Al menos así ha sido en nuestro caso. Al llegar al lugar, hemos visto que la valla estaba cerrada, y ya pensábamos que no lo visitábamos cuando ha sido salido una anciano a saludarnos. Nos ha abierto la verja, y nos ha llevado a una especie de garaje donde tenía infinidad de objetos curiosos. Lo mejor ha sido un coche antiguo, al que había colocado dos muñecos, en homenaje a Bonnie and Clyde. El señor tampoco hablaba mucho hasta ese momento, le ha dicho a Esti que se metiera en el coche para sacar una foto, y después ha querido sacarse una con ella sentados frente al coche. No ha tardado mucho en sacarnos unas sodas y comenzar a preguntarnos de donde éramos, que hacíamos, de donde veníamos… Ha sido un buen rato el que hemos estado hablando con el. El señor era muy mayor, unos 80 años, pero no ha perdido la oportunidad de piropear a Esti.

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A irnos a la garita de la gasolinera, nos ha estado explicando que sitios no podíamos perdernos de la ruta, donde teníamos que detenernos, tanto para ver cosas como para comer. Y se ha estado un buen rato, disfrutaba cuando hablaba de la ruta. Todavía nos ha dado tiempo a sacarnos unas fotos en la gasolinera. Nos ha dejado una bandera con el símbolo de la ruta, y nos ha fotografiado. Por lo que ha comentado, suele colgar esas fotos en su página web, por lo que nos ha pedido que se las mandáramos por email, que su hijo se encargaba de ponerlas. Y así ha terminado la visita a Gay Parita. Gary Turner ha resultado un señor muy agradable, un enamorado de la ruta que intenta transmitir ese amor a todo el que se detiene en su gasolinera.

Al salir de Halltown, y siguiendo las indicaciones de Gary, nos hemos perdido y hemos ido a parar a un pueblo llamado Aurora que no salía en la guía. El IPad nos ha cantado que estábamos bastante lejos de la carretera que teníamos que seguir. Así qué vuelta para atrás. Pero ha merecido la pena, los paisajes en esta zona son espectaculares, por lo que importa bien poco ir mal encaminado mientras disfrutas del camino.

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Gary nos ha remarcado que visitáramos un pueblo llamado Red Oak, pero por mucha vueltas que hemos dado, no lo hemos encontrado. Así qué hemos vuelto a seguir las señales de la ruta, camino a Carthage. En este pueblo, se puede visitar un cine al aire libre, un drive in de esos en los que las parejas iban con el coche a darse el lote. Sólo hemos podido ver la parte de fuera, encima ya estaba bastante oscuro, aunque tampoco hubiéramos podido ver mucho más, había un cartel de propiedad privada en la entrada, cortando el paso.

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Y el día no ha dado para nada más en la ruta. Cuando hemos llegado a Joplin ya estaba totalmente de noche, pero hemos encontrando el hotel sin ningún problema, ya que estaba junto a la carretera. Y esta noche hemos tenido suerte, ya que frente al hotel había un restaurante familiar, un Bob Evans. Y digo suerte porque por fin hemos encontrado un sitio en el que había cómoda sana. Ya necesitábamos dejar de comer fritos. Así qué nos hemos cenado una ensalada, de tamaño gigante por supuesto. Nos ha venido bien comer algo verde por fin. Si no, a este ritmo no nos va a entrar la ropa.

Driving Route 66 (3): de Illinois a Missouri

El día nos ha sorprendido frío y lluvioso. Nos hemos levantado muy temprano, y tras un desayuno de lo más normal en el hotel, hemos salido con la idea de ver algo de Springfield. Aunque el nombre coincida, la ciudad no tiene nada que ver con su homónima de los Simpsons. Lugar donde nació Abraham Lincoln, el personaje da para todo tipo de homenajes a su figura: estatuas, librerías, o museos entre otras cosas. También podía visitarse la casa donde nació. Con la devoción que sienten los yankees hacia el, normal que le dediquen lo que haga falta.

A las 7:30 de la mañana aparcábamos frente al antiguo Capitolio del estado de Illinois. Nada más salir del coche, casi nos congelamos. Vaya frío. Había muy poca gente por la calle, y no había nada abierto, pero para eso estábamos nosotros, para hacer un poco bulto. El Capitolio resulta curioso por su arquitectura, pero no da más que sacar un par de fotos. Hemos seguido calle arriba hasta el parque Lincoln, que esta frente a la biblioteca con el mismo nombre. Como no, aún estatua se Abraham vigilaba la zona. Tras volver unas calles hacia atrás, hemos visto lo que era el casco antiguo, una calle en la que se sus edificios eran de estilo antiguo, aunque rehabilitados. Era lo único antiguo, el resto de los edificios de los alrededores eran bastante nuevos.

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Antes de salir de Springfield, nos hemos encontrado con el tercer gigante, el que nos faltaba por conocer, el del taller mecánico de Lauterbach. Con una bandera de Usa en sus manos, el tercer hermano gigante, nos despedía de la ciudad.

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Volvíamos a la América profunda, dejábamos la ciudad para volver al campo. Y la mañana a ido de eso, de pequeños pueblos. Lo mejor de la jornada ha ocurrido en una pequeña granja en Auburn, en el Becky’s Barn. No se muy bien como definirla, tienda de antigüedades o bar, o puede que las dos cosas. Nada más aparcar en la entrada, había un señor con barba que nos ha preguntado de donde éramos y si hablábamos inglés. Le hemos dicho que un poco, y ha llamado a Becky. Todavía no estaba abierto, pero ha accedido a abrir antes de la hora. Nos hemos estado un buen rato hablando con Becky, la dueña, una señora de unos 70 años que nos ha contado parte de la historia de la ruta y unas cuantas anécdotas divertidas. La señora era muy maja, y nos ha sacado unas sodas, ya que no servía café. La mía era una especie de cerveza, Root Beer se llamada, que sabía más a jarabe que a otra cosa, ¿por qué la llamarían Beer? La conversación ha sido muy amena, se notaba que disfrutaba hablando de la ruta. Ya nos ha avisado que los ruteros suelen coger varios kilos en el transcurso de la misma, nos ha comentado que se come muy bien, pero esto ya lo estamos descubriendo nosotros mismos.

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Lo más curioso de todo ha sido el empleado que estaba en la tienda, el de las barbas. He empezado a preguntarnos si creíamos en Santa Claus, ya que el creía. Era un friki, y el colmo ha sido cuando ha encendido la máquina de discos que había en la tienda, ha puesto un twist y se ha puesto ha bailar con un muñeco de Santa Claus del tamaño de una persona, que bailaba al ritmo de la música. Pero el colmo del surrealismo ha sido cuando nos ha hecho ir al baño, se ha sentado en la taza, y nos ha dicho que le gusta llevar a la gente ahí para que se hagan una foto con el y se la enseñen a sus amigos. Y a ver quien es el valiente que no se hace la foto.

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Aparte de esas dos personas, la tienda merecía una parada por todo lo que exponían. Tazas, pegatinas, relojes, discos, cualquier cosa que se te pueda ocurrir, incluso una figura de un torero con un toro, mejor no preguntar de donde había salido, aunque la señora había estado en Barcelona, por lo puede ser que se lo trajera de allí.

No eran las 10:30 cuando salíamos de la tienda de Becky, sorprendidos por lo que nos habíamos encontrado. Durante el resto de la mañana no hemos visto nada destacable aparte de los paisajes y los típicos pueblos americanos con sus calles alargadas, y sus casas familiares a cada lado. América es así, es difícil encontrarse un bloque de pisos fuera de una gran ciudad. Como el hambre apretaba, nos hemos detenido en la típica cafetería, con las camareras rellenando las tazas de café continuamente. Ha sido en Carlinville, un pequeño pueblo. En vez de comernos la típica tarta, nos hemos decidido por una tortilla, la Carlinville, y estaba bastante bien. El resto de personas del local se estaban poniendo finas. El local ofertaba un desayuno por 7 dólares en el que podías comer todo lo que quisieras. Alguna motivo tiene que tener el volumen de los estadounidenses, al lado de ellos, parecemos unos figurines, aunque parezca increíble.

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Tras la parada para comer, no hemos vuelto a detenernos hasta llegar a Cuba. Y han sido 5 horas sin bajarnos del coche. En uno de los pueblos había un museo de coches antiguos, pero no lo hemos visto. Lo mejor es que hemos cruzado San Luis casi sin perdernos, pero menuda odisea. Siguiendo las señales en la carretera, y con la guía para saber por donde íbamos. La ciudad quizá mereciera una visita, pero en la guía no a destacaban nada, ni invitaban a detenerse. Durante la hora que hemos estado cruzando la ciudad, tampoco hemos visto nada que nos invitara a detenernos. Bastante teníamos encima con no perdernos. Porque como te pierdas, a ver como vuelves a la ruta. Si llevas un GPS, todo perfecto, pero sin el aparato, nosotros tenemos que decidir que carretera seguir. A todo esto, antes de entrar en San Luis por un puente sobre el río Mississippi, hemos cambiado de estado: ya estamos en Missouri.

Para la tarde nos quedaba la visita a las cuevas de Meramec. Según la leyenda, Jesse James utilizo esta cueva para huir de sus perseguidores. El primer anuncio estaba ¡85 millas! antes. Y a medida que nos acercábamos, había cada vez más, vaya pasta que tiene que gastarse en publicidad. La pena ha sido que para cuando hemos pasado por la zona, ya estaba cerrado. Aunque por la pinta que tenía, no se sí hubiera merecido la pena la visita.

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Tras esta visita fallida, nos hemos plantado en Cuba justo cuando estuviera de noche, las 17 horas. Esta noche nos toca alojarnos en un motel típico de la ruta, el Wagon Wheel, original donde los haya. Nos han metido en una pequeña cabaña de piedra de lo más chula. Y encima hemos tenido suerte: justo al lado había un original restaurante, el Missouri Hick Barbaque. Sólo por el ambiente y la decoración merece la pena cenar, y si encima la comida esta buena, pues se redondea un plan perfecto. Que más se puede pedir. No había música en directo, pero la música country nos ha animado bastante. Y el día no ha dado para nada más, pronto a la cama que mañana nos levantamos antes se las 6. Cuando amanezca hay que estar marcha, hay que aprovechar las horas de luz y llegar a los sitios cuanto antes.

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Driving Route 66 (2): cruzando Illinois entre gigantes

Ya estamos de camino. Por fin. La estancia en Chicago ha sido muy corta, y hemos dejado un montón de cosas sin ver, pero la carretera manda. De nuevo me tocaba pegarme con el coche y sus cambios automáticos. Pero esta ve ha sido mucho más fácil, me ha costado acostumbrarme a reducir sin pisar el embrague, pero esta todo bajo control. Tampoco es que vaya muy rápido.

Para ir haciéndome más al coche, nada mejor que meternos por las calles del centro de Chicago. Sobre el mapa teníamos claro por donde ir, pero en algún punto nos hemos desviado, y nos hemos encontrado dando vueltas por el centro. Mirando cada nombre de calle en el mapa que nos habían dejado en el hotel. Al final nos ha servido bastante más guiarnos por la ubicación de la autopista, y cuando menos nos lo esperábamos, y gracias sobre todo a la suerte, hemos visto una señal de la Ruta 66. ¡Ya estamos de camino! Y encima desde el primer metro de la ruta.

A partir de este momento, ha sido todo mucho más fácil. Tan sólo teníamos que seguir las señales de la ruta, que aparecían de vez en cuando. Aunque como no, en las afueras nos hemos vuelto a perder. En la guía que llevamos con nosotros ponía que había que desviarse en Lawnware, por lo que hemos conducido por un barrio residencial, el típico se las casas familiares, hasta llegar al final del camino. La carretera se terminaba. Así que vuelta para atrás por donde habíamos venido. Más tarde hemos descubierto que hay que tener cuidado con los nombres, porque pueden llamarse igual boulevares o calles, y en nuestro caso ha sido eso. Pero bueno, nos hemos reincorporado, y para adelante.

La primera parada del,día ha sido en Willowbrook, donde se encuentra un famoso restaurante de pollo frito, muy conocido entre los ruteros, pero a la hora que hemos llegado (sobre las 10), todavía no habían abierto. La siguiente para ha sido en Joliet, sobre el papel no había nada que ver, pero había unas figuras de los Blues Brothers sobre el tejado de la oficina de información de la ruta, no hemos podido evitar pararnos para hacer una foto. Unos cien metros más adelante había una antigua gasolinera o taller, decorada con unos coches antiguos, que también nos ha gustado mucho. Sobre todo el coche de policía.

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Después de esta parada, no hemos vuelto a bajarnos del coche hasta llegar a Wilmintong. Allí nos aguardaba el primer gigante de la ruta: Gemini. Este es uno de los tres gigantes que hay en el estado de Illinois. Los gigantes se apostaban al lado de restaurantes de carretera, y servían como reclamo para los viajeros. Si se crearon para eso, consiguen su objetivo con creces, son espectaculares. En este caso, el restaurante llevaba un tiempo cerrado, pero tampoco mucho.

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En este mismo pueblo hemos parado para comer, que ya era hora. Hemos elegido un sitio llamado Nelly’s. Y nada más entrar hemos visto que tenían un reto en plan Crónicas Carnívoras, The Bomb: comerse una hamburguesa gigante con sus patatas en 15 minutos. Incluso tenían su hall of fame con algunas fotos. Que decir de la comida, fritanga, fritanga, fritanga. Pero que buena.

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Después de comer, y de cruzar pequeños pueblos unos tras otras, nos tocaba visitar dos de las gasolineras más conocidas de Illinois. Estas antiguas gasolineras se encuentran cerradas desde hace muchos años, pero están restauradas y se pueden visitar, para recordar los buenos tiempos en los que la vida de estas localidades giraba en torno a esta ruta. Todavía lo hace, pero ya es más turisteo. La primera es Dwight, que estaba cerrada.

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En Odell en cambio hemos podido entrar y charlar un rato con la señora que atendía. Todo estaba restaurado por asociaciones de amantes de la ruta, que trabajaban como voluntarios para mantener este patrimonio. La señora era de una ellas. Eso si, para poder mantenerlo, pedían al visitante que comprara un souvenir. Así qué nos hemos comprado una matrícula la mar de chula.

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La siguiente parada ha sido Pontiac, donde destaca su museo de la ruta, con innumerables recuerdos en forma de fotos, coches, ropa…. Merece la pena una visita. En la parte trasera, se encuentra el mural más grande de toda la ruta. Espectacular. Además de este, el pueblo esta plagado de otros murales. En cualquier pared podías encontrarte uno. La verdad es que nos ha encantado el pueblo.

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El segundo gigante de la jornada nos esperaba en Atlanta. Con un hotdog en las manos, llamada a comer en un restaurante que se encontraba a sus espaldas. Ya habia desparecido, no quedaba ni el edificio. El gigante en cambio seguía en pie (había sido restaurado, por supuesto). También destacaba en Atlanta su chupa-chups. Un depósito de agua que habían pintado de amarillo y al que habían dibujado una cara. Curioso realmente. Hasta ahora, todos los pueblos que hemos visitado tienen su depósito de agua, y suelen poner el nombre del pueblo en el mismo para poder verlo de lejos e identificar dónde te encuentras.

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Hemos salido sobre las 16:30 de Atlanta, y ya estaba cayendo la noche. Quedaban pocos minutos de luz, y unos cuantos kilómetros hasta Springfield, 50 al menos. Por el camino, y aprovechando los últimos rayos de luz, nos hemos detenido frente a un motel con un carro gigante conducido por Abraham Lincoln. Una vez más, el reclamo del gigante ha funcionado. Y este no estaba previsto.

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Cuando hemos reemprendido el camino estaba casi de noche. Así qué no nos hemos parado hasta llegar al motel, en Springfield. No nos ha costado mucho encontrarlo. Esta en pleno centro, y junto a un hospital, por lo que con seguir sus señales ya hemos llegado a la zona. Como en el hotel no había nada para cenar, hemos tenido que coger el coche para ir al centro. Menos mal. A las 6 de la tarde estaban todas las calles desiertas, y hemos tenido que dar un par de vueltas al centro hasta encontrar un restaurante italiano, el Saputo’s. Buena comida italiana.

Y el día no ha dado para más. Mañana con luz visitaremos la ciudad antes de partir. Hay bastantes cosas para ver, teniendo en cuenta que esta es la cuna de Abraham Lincoln. Desde su casa hasta su museo. Así que habrá que madrugar para aprovechar los rayos del sol al máximo y llegar al siguiente destino de día: Cuba.

Driving Route 66 (1): ya estamos en Chicago

Primer día de andanzas. El viaje desde Bilbao ha ido son ningún problema, escala corta en Frankfurt y vuelo hasta Chicago. Lo único malo, que hemos tenido que madrugar bastante: a las 4 de la mañana arriba, que a las 7 salía el primer vuelo de Loiu. Y han sido unas cuantas horas, ya que hemos aterrizado en Chicago a las 19 horas hora de Euskadi, y en USA eran las 13 horas, unas 6 de diferencia. En ese momento ha comenzado nuestra aventura americana, un cúmulo de circunstancias, que junto con el jet-lag, ha hecho que el primer día ha sido agotador.

Como se ve en las películas, la entrada por el paso de inmigración ha sido curioso. Encima nos tocado el poli hueso. Al de delante nuestro le ha preguntado un montón de cosas y le ha echo sacar unos cuantos papeles. Ya nos temíamos lo peor. Pero bueno, adelante, que para atrás no podemos ir. El tío era bastante grande, serio y con aires de superioridad. Cuando le he dicho que íbamos a hacer la Ruta 66, me he preguntado que sí en moto, pero al responderle que en coche, ha soltado un bufido y una mirada de desprecio que nos os podéis ni imaginar, como queriendo decir, vaya pringados. El poli era motero seguro. Pero al menos no me ha preguntado mucho mas y he pasado rápido.

También hemos tenido suerte, ya que no nos han abierto las maletas, y hemos salido poco después del aeropuerto. Tocaba ir a por el coche de alquiler. Para ir a la oficina de National hemos tenido que coger un autobús, y en dos minutos estábamos hablando con el encargado, que ha sido la mar de majo y se le entendía bastante bien todo lo que decía. Esti suele entender el ingles mejor que yo, pero yo suelo ser el que habla, hacemos el equipo perfecto siempre que sea inglés claro, y no chino. Con las llaves en las manos, tocaba ir a por el coche, un Toyota Yaris modelo americano. Que pedazo maletero, nos podíamos meter nosotros dentro. Todo perfecto hasta que me he sentado y he visto la palanca de cambios. Yo pensaba que no tenían cambios, pero si, no tenia ni idea de como funcionaba un coche automático. Ya sabía que eran sólo dos pedales: freno y acelerador. Pero tenía una palanca de cambios con 7 marchas: aparcado, marcha atrás, y otras cinco que supongo serán las de conducción, pero no he llegado a pasar de la tercera, no estaba el tema como para correr mucho. Antes de salir del aparcamiento, hemos dado una vueltas para hacerme a su uso, pero era difícil de narices. Siempre pisaba con el pie izquierdo, pero sin acordarme de que no era el embrague, ¡sino el freno! Así qué hemos pegado una frenadas de partirnos el cuello.

Con la poca práctica que puedo coger en 10 minutos, hemos salido a la carretera, dirección centró de la ciudad. Sobre el mapa llevábamos las indicaciones correctas, pero me he confundido en una salida (antes he pegado un frenado de la leche, por la maldita costumbre del embrague, menos mal que el de detrás venía lejos, y yo iba pisando huevos). No hemos tardado mucho en descubrir las típicas casas americanas, filas inmensas, todas con sus porches y coches aparcados en la puerta (algunas con la bandera, por supuesto). Mala señal, porque teníamos que haber seguido la autopista. La cuestión es que nos hemos tirado un buen rato dando vueltas por calles y barrios residenciales, sin saber por donde tirar. Teníamos que coger la carretera 90, pero allí no había ningún tipo de indicación. Vuelta y vuelta, y sin rastro de la autopista. Al final hemos decidido volver al aeropuerto, pero claro, guiándonos por los aviones que despegaban, ya que no había ninguna señal. Otra cosa curiosa es que no hemos visto ninguna rotonda, cada vez que quieres dar la vuelta hay que seguir hasta que haya un desvío y volver para atrás como se pueda. Nuestra primera experiencia con el coche ha sido muy mala, ya estábamos de los nervios. Claro que de vez en cuando le daba una pisada sin querer al freno, pero cada vez menos. Por suerte, hemos logrado encontrar la entrada a la autopista, y con un poco más de habilidad, hemos seguido la misma hasta
casi el centro de la ciudad. La salida de Fullerton estaba bien indicada, y con el mapa en la mano, hemos al Chicago Getaway Hostel sin ningún contratiempo más.

Para cuándo habíamos dejado las maletas en la habitación, eran las 17:30. Habíamos perdido la tarde, y no nos sobraba mucho tiempo para el espectáculo del día: el partido de los Chicago Bulls. Nuestra intención era dar una vuelta por el centro antes de ir al partido (ver el Cloud Gate y el Millenium Park como mínimo) , pero ha sido imposible. De hecho, hemos llegado 5 minutos antes de empezar el partido de basket.

Nada más entrar al pabellón, alucinas. Es impresionante, no sólo por sus dimensiones, sino por como esta preparado todo. El Buesa es como un patio de colegio comparado con el United Center. De entrada, las presentaciones de los equipos. Y como no, el himno americano. Salieron cuatro militares con banderas, y un tenor canto el himno de las barras y estrellas. Tuvimos qué ponernos de pies, a ver quien es el guapo que se queda sentado. Igual no te dicen nada, pero por sí acaso… Mientras lo interpretaba, el público jaleaba y se caldeaba cada vez más, eso es patriotismo, lo que se ver en las películas es tal y como nos lo muestran. Todo lo que rodea al deporte es un puro espectáculo o marketing, no sé cómo definirlo mejor. No os podéis imaginar la pila de actividades que se pueden realizar durante un partido de baloncesto: lanzamiento de hamburguesas entre el público o lanzamiento de camisetas en paracaídas desde el techo del pabellón entre otras cosas. Resulta curioso también lo que come y beben, que manera de papear, y que manera de beber. Cerveza a raudales, y hasta cubatas. Botellas de ginebra, ron, vodka, lo que quieras tomarte. Normal que el público se animara tanto.

Y que decir del partido, los Bulls contra los New Orleans Hornets. Pensábamos que iba a ser una pachanga total, pero resulto un partido bastante emocionante, que no quiere decir que de calidad. Una vez más se confirma que lo que nos venden de la NBA es siempre el Top 10, las mejores jugadas, pero para se produzcan esas 10 tienen que jugarse antes infinidad de partidos. Vimos a Noah, el hijo del tenista lo hizo bastante bien, y a Bellinelli, el italiano fue el revulsivo de su equipo. También estaban Boozer o Hinrich, claro que Rose, la estrella, esta lesionado. Lo curioso fue que Scottie Pippen estaba entre el público, y cuando le enfocaron el público rugía.

Al final del partido estabas cansadisimos, 24 horas seguidas sin dormir, y aquí todavía eran las 11 de la noche cuando nos fuimos a la cama. Las 5 de la mañana en Euskadi. Así qué cogimos el metro de vuelto, y tras cenas algo rápido en un McDonalds, al sobre.

Nos queda mucha pena de no poder ver nada más de la ciudad, pero ha sido imposible. Nuestra idea era aprovechar la tarde, pero con la historia del coche, se nos ha echado el tiempo encima. Si estuviéramos más frescos, después del partido nos hubiera dado tiempo a algo más, pero se nos cerraban las persianas, bastante que hemos parado a comer una hamburguesa, que por cierto era la cuarta o quinta comida del día, el jetlag nos esta matando.

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