Un día tranquilo. De transición. Tras todas las cosas visitadas en los últimos días, se agradece bajar un poco el ritmo. El día anterior llegamos a Berunes de noche, así que aprovechamos para hacer unas fotos del entorno del hostel.
Reemprendimos la ruta por la carretera nº1, nos aguardaban otra buena cantidad de kilómetros. Al igual que el día anterior, transitamos por carreteras aisladas, con unas pocas granjas a la vista. Dejamos la costa para digirnos hacia el interior, paulatinamente, el tiempo fue mejorando. Como se ve en la foto, las nubes se encontraban alojadas en los montes costeros, y al parecer, no había manera de librarse de las mismas.
A media mañana pasamos por una de las carreteras más precarias por las que circulamos en todo el viaje. Y aprovecho para recordar, si no lo he hecho antes, que las carreteras islandesas no son aptas para conductores miedosos. Como detalle, cuando alquilamos el coche nos ofrecieron un seguro por impacto de grava, encima, intentaron vendernos otro seguro antivuelco. Los cambios de rasante son comunes. En los mismos, conviene aminorar la velocidad si no quieres salir volando. Respecto a la grava, un amplio porcentaje de carreteras, una vez que sales de la principal, son de piedra suelta, por lo que es normal que ofrezcan un seguro. Me imagino que con su metereologia invernal será imposible mantener un asfalto en condiciones.
Volviendo a lo que estaba contando, estabamos atravesando una zona montañosa, por el entorno de Stefansbud. La carretera, pasó de la grava a la tierra justo en el punto más alto del puerto, cuando más pendiente tenían las cuestas. Todo esto sin quitamiedos ni ningún tipo de barrera. Pasamos sin problemas, pero no quiero ni pensar como tiene que ser ese paso en invierno, con toda la carretera nevada y con hielo. Y esta era la carretera principal.
Una vez atravesado el entorno de Stefansbud, fuimos descendiendo poco a poco, disfrutando de los paisajes, rodando junto a lagos y ríos. Fue pasar las montañas y cambiar el tiempo de manera milagrosa. Olvidada la lluvia y la niebla, volvimos a ver el sol, después de casi dos días. El paisaje parecia distinto, el color verde, de otra tonalidad. El lago Lagarfljot reflejaba las montañas en sus 25 kilómetros de longitud.
La mañana pasó tranquila, y paramos en Egilsstadir para comer, como no, en la gasolinera del pueblo. En este caso, el pueblo era grande, incluso tenía aeropuerto para vuelos internos. En consonancia, la gasolinera también lo era. Al ser domingo, muchos islandeses salieron a comer fuera de casa, por lo que había bastante gente, y pudimos ver las porquerías que comían. ¿Verduras? Ni por asomo. ¿Ensaladas? Una y gracias. ¿Pizzas, patadas, kebab y hamburgesas? Todas las posibles y más.
Por la tarde llegamos a la granja y hostel de Husey. Tras 30 kilómetros en una carretera de piedra suelta, encontramos la granja, junto una espectacular bahía, rodeada de montañas nevadas. Llegamos con tiempo de sobra, sobre las 5 de la tarde, por lo que dimos un paseo por el entorno, con la idea de ver focas. Nos alejamos de la granja y cogimos una pista, que supuestamente nos llevaría a la zona en la que se encontraban las focas. En la entrada se podía leer con claridad entre otras cosas, que recomendaban llevar un palo para defenderse del ‘great skua’. No especificaban que tipo de animal se trataba, por lo que decidi coger una pequeña estaca que había junto al camino, por precaución. Sobre el mapa de la zona pudimos ver que había una primera ruta de unos 4 kilómetros, y una segunda de más de 10. Empezamos a caminar, y poco a poco la niebla se nos fue echando encima. Tendríamos una visibilidad de 1o metros, por lo que no había problemas para seguir la pista. El viento era helador, por lo que nos tapamos todo lo posible y anduvimos un poco más ligeros, pensando en entrar en calor.
Media hora después, la niebla se disipo, e incluso salió un poco el sol. A todo esto, llevaba notando un buen rato que había un pajaro volando en círculo sobre nosotros y soltando graznidos. Levante el palo y lo agite en el aire para espantarlo. Obviamente, no se nos ocurrió pensar que nos iba a atacar, ni que podía tratarse del great skua, por lo que fuimos buena parte del camino pensando que tipo de animal podría ser el great skua. Después descubrimos que si que era el pajaro que nos rondaba. Si no hubiera agitado el palo, seguramente nos habría atacado.
Llegamos a orilla del río deseosos de encontrarnos las famosas focas. Leimos por internet que en esta ziona existía una importante colonia de focas, y que seguramente podríamos verlas. Nuestro gozo en un pozo. Tras darnos unos cuantos paseos por la orilla, y dejarnos la vista oteando el horizonte, decidimos volver, allí no había ninguna foca. La verdad es que estabamos ilusionados, y nos llevamos un chasco, pero sabíamos que no sería nuestra última oportunidad.