El día nos ha sorprendido frío y lluvioso. Nos hemos levantado muy temprano, y tras un desayuno de lo más normal en el hotel, hemos salido con la idea de ver algo de Springfield. Aunque el nombre coincida, la ciudad no tiene nada que ver con su homónima de los Simpsons. Lugar donde nació Abraham Lincoln, el personaje da para todo tipo de homenajes a su figura: estatuas, librerías, o museos entre otras cosas. También podía visitarse la casa donde nació. Con la devoción que sienten los yankees hacia el, normal que le dediquen lo que haga falta.
A las 7:30 de la mañana aparcábamos frente al antiguo Capitolio del estado de Illinois. Nada más salir del coche, casi nos congelamos. Vaya frío. Había muy poca gente por la calle, y no había nada abierto, pero para eso estábamos nosotros, para hacer un poco bulto. El Capitolio resulta curioso por su arquitectura, pero no da más que sacar un par de fotos. Hemos seguido calle arriba hasta el parque Lincoln, que esta frente a la biblioteca con el mismo nombre. Como no, aún estatua se Abraham vigilaba la zona. Tras volver unas calles hacia atrás, hemos visto lo que era el casco antiguo, una calle en la que se sus edificios eran de estilo antiguo, aunque rehabilitados. Era lo único antiguo, el resto de los edificios de los alrededores eran bastante nuevos.
Antes de salir de Springfield, nos hemos encontrado con el tercer gigante, el que nos faltaba por conocer, el del taller mecánico de Lauterbach. Con una bandera de Usa en sus manos, el tercer hermano gigante, nos despedía de la ciudad.
Volvíamos a la América profunda, dejábamos la ciudad para volver al campo. Y la mañana a ido de eso, de pequeños pueblos. Lo mejor de la jornada ha ocurrido en una pequeña granja en Auburn, en el Becky’s Barn. No se muy bien como definirla, tienda de antigüedades o bar, o puede que las dos cosas. Nada más aparcar en la entrada, había un señor con barba que nos ha preguntado de donde éramos y si hablábamos inglés. Le hemos dicho que un poco, y ha llamado a Becky. Todavía no estaba abierto, pero ha accedido a abrir antes de la hora. Nos hemos estado un buen rato hablando con Becky, la dueña, una señora de unos 70 años que nos ha contado parte de la historia de la ruta y unas cuantas anécdotas divertidas. La señora era muy maja, y nos ha sacado unas sodas, ya que no servía café. La mía era una especie de cerveza, Root Beer se llamada, que sabía más a jarabe que a otra cosa, ¿por qué la llamarían Beer? La conversación ha sido muy amena, se notaba que disfrutaba hablando de la ruta. Ya nos ha avisado que los ruteros suelen coger varios kilos en el transcurso de la misma, nos ha comentado que se come muy bien, pero esto ya lo estamos descubriendo nosotros mismos.
Lo más curioso de todo ha sido el empleado que estaba en la tienda, el de las barbas. He empezado a preguntarnos si creíamos en Santa Claus, ya que el creía. Era un friki, y el colmo ha sido cuando ha encendido la máquina de discos que había en la tienda, ha puesto un twist y se ha puesto ha bailar con un muñeco de Santa Claus del tamaño de una persona, que bailaba al ritmo de la música. Pero el colmo del surrealismo ha sido cuando nos ha hecho ir al baño, se ha sentado en la taza, y nos ha dicho que le gusta llevar a la gente ahí para que se hagan una foto con el y se la enseñen a sus amigos. Y a ver quien es el valiente que no se hace la foto.
Aparte de esas dos personas, la tienda merecía una parada por todo lo que exponían. Tazas, pegatinas, relojes, discos, cualquier cosa que se te pueda ocurrir, incluso una figura de un torero con un toro, mejor no preguntar de donde había salido, aunque la señora había estado en Barcelona, por lo puede ser que se lo trajera de allí.
No eran las 10:30 cuando salíamos de la tienda de Becky, sorprendidos por lo que nos habíamos encontrado. Durante el resto de la mañana no hemos visto nada destacable aparte de los paisajes y los típicos pueblos americanos con sus calles alargadas, y sus casas familiares a cada lado. América es así, es difícil encontrarse un bloque de pisos fuera de una gran ciudad. Como el hambre apretaba, nos hemos detenido en la típica cafetería, con las camareras rellenando las tazas de café continuamente. Ha sido en Carlinville, un pequeño pueblo. En vez de comernos la típica tarta, nos hemos decidido por una tortilla, la Carlinville, y estaba bastante bien. El resto de personas del local se estaban poniendo finas. El local ofertaba un desayuno por 7 dólares en el que podías comer todo lo que quisieras. Alguna motivo tiene que tener el volumen de los estadounidenses, al lado de ellos, parecemos unos figurines, aunque parezca increíble.
Tras la parada para comer, no hemos vuelto a detenernos hasta llegar a Cuba. Y han sido 5 horas sin bajarnos del coche. En uno de los pueblos había un museo de coches antiguos, pero no lo hemos visto. Lo mejor es que hemos cruzado San Luis casi sin perdernos, pero menuda odisea. Siguiendo las señales en la carretera, y con la guía para saber por donde íbamos. La ciudad quizá mereciera una visita, pero en la guía no a destacaban nada, ni invitaban a detenerse. Durante la hora que hemos estado cruzando la ciudad, tampoco hemos visto nada que nos invitara a detenernos. Bastante teníamos encima con no perdernos. Porque como te pierdas, a ver como vuelves a la ruta. Si llevas un GPS, todo perfecto, pero sin el aparato, nosotros tenemos que decidir que carretera seguir. A todo esto, antes de entrar en San Luis por un puente sobre el río Mississippi, hemos cambiado de estado: ya estamos en Missouri.
Para la tarde nos quedaba la visita a las cuevas de Meramec. Según la leyenda, Jesse James utilizo esta cueva para huir de sus perseguidores. El primer anuncio estaba ¡85 millas! antes. Y a medida que nos acercábamos, había cada vez más, vaya pasta que tiene que gastarse en publicidad. La pena ha sido que para cuando hemos pasado por la zona, ya estaba cerrado. Aunque por la pinta que tenía, no se sí hubiera merecido la pena la visita.
Tras esta visita fallida, nos hemos plantado en Cuba justo cuando estuviera de noche, las 17 horas. Esta noche nos toca alojarnos en un motel típico de la ruta, el Wagon Wheel, original donde los haya. Nos han metido en una pequeña cabaña de piedra de lo más chula. Y encima hemos tenido suerte: justo al lado había un original restaurante, el Missouri Hick Barbaque. Sólo por el ambiente y la decoración merece la pena cenar, y si encima la comida esta buena, pues se redondea un plan perfecto. Que más se puede pedir. No había música en directo, pero la música country nos ha animado bastante. Y el día no ha dado para nada más, pronto a la cama que mañana nos levantamos antes se las 6. Cuando amanezca hay que estar marcha, hay que aprovechar las horas de luz y llegar a los sitios cuanto antes.
Josebus k os moveis maas k kompresa koja…..
Ala txintxo ibili ta aupa obamaaaaaa
eese negroooooo. Goraintziak for Omaita!!!!!!