Nuestro primer despertar en islandia fue tal como esperabamos: con lluvia, frio y viento. El tiempo no era bueno esos días en la isla. Al parecer, el huracan Irene también había hecho de las suyas por esos lares. Tras desayunar, nos acercaron al aeropuerto, ya que teniamos que recoger el coche de alquiler, y nos llevamos la primera sorpresa del viaje, al encontrarnos aparcado el avión de los Iron Maiden. ¡Casi nada! En ese momento pense que igual tocaban en la isla, pero unos días después descubri que Bruce Dickinson es piloto ocasional de Iceland Express, la compañía con la que viajamos. Y no, no fue nuestro piloto.
Ya con el volante en las manos, y con un Polo nuevito, iniciamos el Ring Road sentido sur, queríamos recorrer la península de Reykjanes por la costa sur, ya que ibamos a dejar la capital Reyjkavik (al norte de la península) para el final del viaje. Nuestra primera parada fue en uno de los lugares más fotografiados de Islandia, y unos de los iconos del país: el Blue Lagoon.
La Laguna Azul es un complejo de baños termales al aire libre, espectacular sobre todo por el azul intenso de su agua, realzado aún más por el terreno volcánico que lo rodea. Nuestra primera intención era darnos un bañito en esas cálidas aguas, pero nos pudo la lluvia. Pase que con 10 grados te animes a meterte en un agua que está a 38 grados, pero la lluvia nos chafo los planes. De todas maneras, pudimos dar un paseo por las lagunas exteriores, que son igual de bonitas, pero que no tienen agua caliente.
Siguiendo la carretera del sur, nos encontramos con los primeros pueblos costeros, que nos sirvio de toma de contacto con la realidad islandesa. Asimismo, descubrimos los primeros tramos de grava en la carretera, kilometros y kilometros conduciendo por un entorno volcánico, entre la niebla, y con el ruido de la grava bajo las ruedas como banda sonora. Curva a curva, recta a recta, nos detuvimos en el área geotermal de Seltun. Bajo la lluvia, recorrimos los pozos de agua hirviendo, ‘deleitándonos’ con el intenso olor que desprendían. ¡Que mareo y que mala gana!
Tras parar a comer en un italiano (pedazo pizza que nos pusieron), reemprendimos la ruta con dirección a Pingvellir, uno de los lugares más emblemáticos de Islandia.
Impresiona el entorno en sí. Junto a uno de los mayores lagos de la isla, se puede pasear entre muros de piedra, creados por las dos fallas que dividen el entorno, y entre esas paredes de piedra, te puedes encontrar preciosas cascadas. Además del valor paisagístico y natural, este lugar es una referencia ineludible en la historia de Islandia: en el año 930, se reunió en este enclave el primer parlamento islandes. Casi nada. Y aquí hablan de democracia, ja.
Unos paseos y unos paisajes más tarde, ya solo nos quedaba llegar a nuestro primer hostel del día, el de Laugarvatn. Estaba a unos pocos kilómetros, por lo que llegabamos con tiempo para ver algo del pueblo. Al llegar a la recepción, nos comentaron que en el pueblo había un centro de baños termales, por lo que nos animamos a darnos un chapuzon. Más, teniendo en cuenta que nos habíamos quedado sin bañarnos en el Blue Lagoon. Seguía haciendo frío, pero por suerte había dejado de llover. Así que, con el bañador y toalla en la mochila, nos fuimos al centro Fontana.
Disponía de varias piscinas, todas al aire libre, cada una con una temperatura distinta, entre los 36 y 44 grados. Que gran sensación: tumbado en la piscina, disfrutando de las vistas al lago, con el calorcito, entre la bruma… eso es via. Eso sí, ¡vaya contraste al salir del agua! afuera haría unos 8-10 grados.