Islandia. Día 10, y final. Grundafjordur – Reykjavik

Todo lo bueno tiene un final, en este caso feliz. Tras 10 días explorando Islandia, volviamos al punto de partida de toda esta historia, llegabamos a Reykjavik. Aún nos quedaban más de 100 kilómetros para llegar a la capital, pero al estar en la etapa final, se hizo mucho más llevadero. Tras abandonar la península de Snaefellsness, a media mañana nos detuvimos en la localidad de Borgarnes. Fue una parada rápida, pero tuvimos tiempo suficiente como para tomar un cafe y un pastel de chocolate, negro como el carbón. Para llegar a Reykjavik, atravesamos el tunel más largo de toda la isla: Hvalfjörður Tunnel. Además de por sus casi 6 kilómetros, la obra impresionaba sobre todo porque estaba construido bajo el agua del mar. Con esta obra, y cruzado un fiordo, se ahorran los 45 kilómetros que hacen falta para bordear la costa.

La entrada en la periferia de la ciudad fue chocante. Acostumbrados a transitar practicamente solos, se nos hacia extraño circular por una autovía rodeados de más coches. Asimismo, a medida que nos acercabamos al centro, se empezaban a ver cada vez más polígonos industriales y bloques de pisos, algo que hasta ese momento había brillado por su ausencia.

Capa de mierda antiradar

Tras dar un par de rodeos a las calles del centro de Reykjavik, conseguimos aparcar cerca del Reykjavik Downtown Hostel, por lo que dejamos las mochilas en la habitación y fuimos a reconocer el terreno. No teniamos que devolver el coche hasta la tarde, así que nos animamos a dar un primer paseo, y aprovechar para comer algo. Nos decidimos por una pizzeria, regentada por hindús. No se cara de que nos vieron, que cuando empezamos a comer cambiaron de música. Y vaya música: Camarón en versión chunta. Aquello parecían los autos de choque. Tiene narices la cosa, irnos hasta Islandia para tener que sufrir las flamencadas.

Iglesia de Hallgrímskirkja

Después de comer, por fin dejabamos el coche y nos convertimos de nuevo en peatones.  Nos costo un rato llegar a la oficina de Europcar, teniamos un plano, y sabiamos a donde teniamos que ir, pero lo difícil fue acertar con la ruta. Cuando llegamos, revisaron el coche por si tenía algún rayón o golpe. Lo raro es que pudieran ver algo con la suciedad que tenía tras estar 10 días por caminos de cabras. Fue todo si problemas, así que cogimos un bus y regresamos al centro.

Si alguna vez os acercáis por esos lares, nunca planeeis una estancia de más de dos días en Reyjkavik. En nuestro caso ibamos a estar día y medio, y nos dio tiempo más que de sobra para patear sus calles y monumentos más interesantes. Lo que que más nos gusto fue sin duda la iglesia de Hallgrímskirkja. El edificio sorprende lo mires por donde lo mires. Nadie diría que es una iglesia. Además de ser el edificio más alto de la ciudad (y del país), el hecho de estar en una colina hace que destaque y sea visible desde bastante lejos. El día que estuvimos estaba despejado, por lo que encima destacaba aún el blanco de su piedra. En la parte delantera, destacaba la estatua de Leif Eriksson, hijo de Erik el Rojo, y cuya granja reconstruida visitamos el día anterior.

Dando de comer a los pajaros en Tjornin

Otro de los sitios más bonitos de Reyjkavik es el estanque de Tjornin y sus alrededores, donde viven al menos una veintena de especies de pajaros. Se agradece dar un paseo rodeado de patos y junto al verde cesped, aunque a veces tengas que andar esquivándolos. De salvajes no tenían nada, sobrevivían gracias a lo que les daban de comer y en vez de alejarse de las personas, practicamente se acercaban por si caía algo.

El centro urbano de Reykjavik es tan pequeño que te puedes mover andando de un sitio a otro sin problema. Siendo así, si te apetece darte un paseo junto al mar, te plantas con suma facilidad en su bahía. Cuando estuvimos nosotros, el viento era helador, baste decir que termine con dolor de oido, casualmente en el que me daba el viento. De todas maneras, apetecia darse un paseo, al menos hasta la escultura Solfar, otro de los puntos emblemáticos de la ciudad, o al menos de los más fotografiados. El hecho de intentar fusionar el esqueleto de un barco con el de una ballena sorprende.

Posando junto a la escultura Solfar

En la última tarde que estuvimos en la ciudad, fuimos testigos de un fenómeno fan adolescente. Nos extrañaba que un montón de críos/as fueran vestidos de morado, en grupos, dando vueltas por la plaza principal. Algunos tenían cartulinas y pancartas. Y fue cuando pasaron a nuestro lado cuando vimos que algunos llevaban camisetas de Justin Bieber. Leches, el niñato ese estaba en Reyjkavik. Curioso que el primer día nos encontaramos el avión de los Iron Maiden y en el último a Bieber y sus cachorros.

Esa misma tarde nos encontramos con la pareja catalana con la que coincidimos en un hostel junto a Husavik, por lo que nos fuimos a tomar algo con ellos y después a cenar. Para esa última noche elegimos un restaurante vikingo, asi como suena. El restaurante estaba decorado todo con madera, y los camareros estaban disfrazados de vikingos, con sus pieles, cascos y demás parafenarlia. Pero lo más destacado de la coche no fue el ambiente, sino lo que cenamos: carne de ballena. Entramos precisamente por eso. Hace unos pocos años que la pesca de ballenas ya no esta prohibida en Islandia, debido al parecer a la crisis económica, esa excusa que para todo vale. A simple vista parecía un filete normal, pero su sabor era muy distinto a lo que habíamos probado hasta ese día. Me costo acostumbrarme a su sabor, pero poco a poco fui asimilándolo. Es muy extraño, una mezcla entre la carne y el pescado. Al empezar a comerlo sabe a carne, pero al final deja un regustillo a pescado, a atún concretamente. Cuando te haces al sabor, termina gustando.

Al salir del restaurante tuvimos la experiencia que nos faltaba por disfrutar en Islandia: vimos una aurora boreal. Increible ver como el cielo cambiaba de color y la luz de forma. Duro solo un minuto, pero con aquello tuvimos suficiente para alucinar. Este fenómeno esta originado por el frío, y al estar en septiembre, todavía no se veían muchos. En invierno tiene que ser un espectáculo.

El último día fue el de vuelta. Tras hacer escala en Londres, aterrizamos en Loiu y sufrimos nada más aterrizar el cambio de aires, y sobre todo, de temperatura: de estar a 10ºc de máxima, a los 20ºc que había en la Euskal Herria tropical. Fin del viaje y vuelta a la rutina. Con pena, pero con la imagen de un viaje inolvidable grabada en la retina.

Si alguien está interesado en viajar a Islandia, que me lo comente, que le puedo pasar el detalle de la ruta que hicimos.