Islandia. Día 3. Skogar – Hvoll

Si el segundo día de ruta se puede considerar el de las cascadas, el tercero lo podemos declarar como el días de los glaciares. Resulta curioso que escriba tan alegramente sobre estos fenómenos naturales, como si fuera lo más normal del mundo. Y es que un viaje de este tipo te puede cambiar radicalmente la forma de apreciar las cosas: una vez vistas tantas maravillas de la naturaleza, lo que en los primeros días era un asombro constante, en los últimos por ejemplo llegaba a convertirse en una cascada más, como si estuvieramos habituados a verlas en nuestro día a día. Es cuando vuelves a tu entorno, cuando despiertas y aprecias realmente lo vivido.

Y tras esta chapa, vuelvo al relato y a contaros como fue el tercer día. Salimos de Skogar sobre las 9, y en unos pocos minutos nos dirigimos hacia nuestro primer destino del día: el glaciar de Solheimajokull. Abandonamos la carretera, y nos metidos por una pista en muy mal estado, por la que tuve que conducir esquivando charcos, piedras, boquetes… y ovejas, hasta llegar a un aparcamiento. Teníamos el glaciar a la vista, a unos 1o minutos andando. No hace falta decir que el entorno era increible. Parecía que estabamos en la luna.

Glaciar Sólheimajökull

A medida que nos acercabamos veíamos con más detalle la lengua del glaciar. El frío era intenso. Siguiendo el curso de uno de los ríos que nacía en ese punto, llegamos incluso a tocar el hielo. Recomendaban no caminar sobre el hielo por precaución, no fuera a desprenderse algún tempano. Eso sí, había la posibilidad de hacer una ruta acompañado de un guía y con el material apropiado. Sólheimajökull es solo una de las lenguas de un inmenso glaciar, el Mýrdalsjökull (con una extensión de 600 km cuadrados), pero tenía 8 km de largo y 1 km de ancho.

Tocaba volver a la carretera, y si hasta ese momento habíamos tenido suerte con el tiempo, y vimos el glaciar solo acompañados del frío, en unos pocos minutos hubo un cambio radical: empezo a llover a mares. Hasta ese momento habíamos ido paralelos a la costa, a unos 2 km, pero la carretera 1 iba acercándose cada vez más al mar. Por consiguiente, el viento era cada vez más violento. Durante un par de horas, fuimos siguiendo la ruta y conduciendo con precaución. Pasamos casi sin detenernos en los dos siguientes paradas: Dyrhólaey y Dyrhólaey. Las dos se encontraban enclavadas en una península espectacular. Pudimos apreciar las vistas desde el coche, incluso en algún punto llegue a salir para grabar un poco, pero era un infierno: ni se podía grabar, ni se podía estar mucho tiempo a la intemperie. En esa tesitura, y tras atravesar un paso de montaña, llegamos al pueblo de Vik.

La playa de Vik, la única que pisamos

Con sus 300 habitantes, Vik es uno de los mayores nucleos habitados del entorno, este dato os puede servir para haceros una idea del modo de vida islandes.  Aprovechamos para hechar gasolina al coche y tomarnos un cafe en el grill de la gasolinera. En Islandia, las gasolineras son en muchas ocasiones el único sitio en el que tomar o comer algo. Todas tienen su supermercado y su grill, por lo que en muchos pueblos, en los que no hay ningún servicio más, son el punto de encuentro de los vecinos. En nuestro caso, nos salvaron el culo en más de una ocasión. Soliamos hacernos la cena en el hostel, pero para comer era difícil encontrar un restaurante, por lo que mucho días tiramos de grill, y gracias a que estaban.

Cañón en Kirkjubæjarklaustur

Precisamente, ese día comimos en la gasolinera de Kirkjubæjarklaustur. Antes de llegar a ese pueblo, atravesamos un desierto de unos 40 kilometros en los que no vimos ni rastro de civilización. A lo sumo, algo de ganado, pero poco. No era un desierto de arena precisamente, sino de piedras volcánicas, y de color verde, ya que estaban forradas de musgo. Antes de llegar al pueblo, nos desviamos por una pista, que se supone llegaba a algún sitio de interés,  así fue como descubrimos el cañón de la foto. Creo que tenía 3 o 4 km de largo.

Granja Nupsstadur

Ya por la tarde, visitamos la granja abandonada de Nupsstadur. Los descendiendentes de los últimos granjeros, decidieron dejar las casas tal y como estaban cuando su último habitante murió. Paseando entre las casas, se podía apreciar la curiosa forma de construir que tenían, usando la turba, hoy en día en desuso. Con sus tejados cubiertos de tierra y hierba, y sus anchos muros, de al menos medio metro. En la última casa habitada, había un cartel con las fotos y la biografía de dos hermanos, sus últimos habitantes, que fueron enterrados en el cementerio de la granja. Descubrimos sus lápidas visitando la curiosa iglesia de la granja.

El tiempo mejoro por la tarde, al menos ya no estaba lloviendo, así que como andabamos bien de tiempo, decidimos aprovechar y adelantar una de las visitas del día siguiente: el parque natural de Skaftafell. Mientras nos acercabamos al lugar, fuimos circulando en paralelo a uno de sus glaciares. Si el que visitamos por la mañana, Solheimajokull, nos pareció grande, lo de Skaftafell no tenía nombre. En este punto, hicimos uno de nuestros primeros rallyes ‘off-road’. Siguiendo las indicaciones de un cartel que indicaba un punto de interés, nos salimos de la carretera para meternos en una pista que atravesaba un entorno volcánico. Parecía que nos dirigiamos al glaciar, pero inesperadamente, nos encontramos en una pista de arena, en la que las ruedas del coche se iban hundiendo, todo esto escuchando como los bajos rozaban con la arena. Seguimos unos cien metros, pensando que aquel camino tenía que llevar a algún lado, pero tras intentar subir una cuesta, hundir las ruedas y darle un buen acelerón para salir marcha atras, decidimos largarnos por donde habíamos venido. Todo esto, con Esti echándome la bronca por meterme por meterme por ese camino.

Restos del antiguo puente

En esta zona de glaciares, la carretera 1 atraviesa ríos continuamente, algunos de los cuales suelen tener crecidas espectaculares. Unos pocos años antes, uno de esos puentes fue arrasado por la fuerza del caudal. Durante el tiempo de reconstrucción, los coches tuvieron que atravesar el río mediante barcazas. Hay que tener en cuenta que la carretera 1 es la única forma de moverse por la isla. En la foto se puede ver como quedo el puente, habían dejado este amasijo de hierro como recuerdo.

Para terminar el día visitamos parte del parque Skaftafell, concretamente, unos de sus glaciares. Mucho mayor que el visitamos por la mañana, no pudimos acercarnos todo lo que quisimos, ya que empezó a llover con insistencia y tuvimos que darnos la vuelta.