El hostel de Hvoll fue seguramente el mejor de todos los que estuvimos. Más que un hostel, parecía un hotel. Como detalle, tenía 3 cocinas, por lo que no había que esperar a nadie para hacerse la cena. El entorno, tampoco tenía desperdicio. Aislados, y rodeados de ríos, lagunas, montañas… En el hostel coincidimos con una chica de Guadalajara, que llevaba trabajando todo el verano en Islandia. Por lo que nos comentó, había hecho un verano malisimo y casi no habían visto el sol.
Ese mañana volvíamos a Skaftafell, nos quedaba alguna cosa por ver en la zona. De paso, llevamos a la chica de Guadalajara y a una amiga alemana al parque, ya que allí iban a coger el autobus de linea.
Hasta ese momento, solo nos habíamos movido por el área de la entrada, ya que debido a sus dimensiones, haría falta unos cuantos días para verlo entero. Por eso, decidimos ver el glaciar, y una de sus cascadas: Svartifoss. Para llegar hasta la cascada, realizamos un pequeño trekking de una hora, casi todo cuesta arriba. Pero merecio la pena. Las columnas de basalto, con su color negro, daban un aspecto increible al entorno. Por suerte, el tiempo nos respeto tanto a la ida como a la vuelta. Algunas gotas, pero nada comparado con lo del día anterior. Una vez reemprendimos la ruta, el tiempo cambió bruscamente. Otra vez. Lluvia, viento y frío. Lo normal en Islandia.
En esa tesitura, llegamos al lago glaciar de Jökulsárlón. Un lago plagado de icebergs, entre los que ibamos a navegar en un buque anfibio. Nos acercamos a la cafetería del lugar, y tras sacar los billetes, nos tomamos un chocolate. Estaba lloviendo a mares, y estando pegados a los bloques de hielo, podéis imaginaros que calor precisamente no hacía. En la misma cafetería coincidimos con un cicloturista, ¡en pantalón corto!, que estaba tomando algo para entrar en calor. Increible. Eso si que es mérito.
Mientras esperabamos a que saliera el barco, nos compramos unos ponchos cutres en la tienda de souvenirs, en vista de que no paraba, y que teníamos que estar media hora en el barco, y bajo la lluvia. En ese momento llegaban dos japonesas, con ropa de primavera, que cuando nos vieron con los ponchos, y se los compraron ellas también. La diferencia es que nosotros llevabamos chaqueta, forro y térmica debajo del poncho, gorro de lana, guantes, etc., como se ve en la foto, iba embutido cual longaniza. En cambio, ellas iban con una chaqueta fina, y creo que no llevaban ni guantes.
Los barcos, o mejor llamarlos anfibios, eran una mezcla de barco y todoterreno. Nos llevaron sentados en el trayecto de tierra, y una vez navegando en el agua, ya podíamos levantarnos. Casi mejor, porque nos mojamos todo el culo en el banco de madera.
El anfibio se iba acercando poco a poco a la zona del glaciar. Y todos sacando fotos como locos. La pena fue que la espesa niebla nos impidió verlo en toda su extensión. De todos modos, estabamos navegando entre los tempanos de hielo que se iban desprendiendo del glaciar, casi nada. Como parte de la visita, recogieron un trozo de hielo y nos dieron a probar pequeños cachitos, la verdad es que fue curioso. Pero más curioso fue ver a la guía coger un bloque de hielo de medio metro con las manos desnudas. Para echarse a temblar.
La anécdota, que siempre hay alguna, la protagonizaron una joven pareja, creemos que de algún país nórdico. Los muy bestias, llevaron en el barco a un bebe de meses, cuando podíamos estar a 0 o 2 grados tranquilamente. Pero lo peor no fue eso, sino que lo llevaban con un buzo fino de narices. El pobre empezó a berrear cuando llevabamos un rato, y como no paraba, tuvieron que meterlo en la cabina del capitan (que estaba abierta) para que se le pasara un poco. Y allí iba el capitan, con el volante en una mano y con el niño en la otra. El padre, lo rodeaba con su chaqueta para darle calor. Inconscientes.
El mal tiempo continuo durante el resto del día. Parte de la jornada la pasamos montados en el coche, y no solo porque hiciera malo, sino porque nos quedaban bastantes kilómetros para llegar al siguiente hostel. A mitad de camino, paramos en la localidad de Hofn, para comer y hacer algunas compras en el supermercado. Hofn es un pueblo costero, y como tal, vive sobre todo de la pesca. Fue precisamente en el puerto, en un pequeño grill, donde degustamos uno de los bocadillos más lujosos que probaremos nunca: el bocadillo de langosta. ¿Alguien podía imaginar que esas dos palabras son compatibles? ¿Bocadillo+langosta? Obviamente, esta muy muy bueno, y al cambio costaba unos 8 euros. Hafnarbúðin se llamaba el sitio.
El día no dio para mucho más. El resto del viaje hasta el hostel fue duro. Entre el mal tiempo, que estaba bastante oscuro, y que no había mucho para ver por la zona, fuimos haciendo los kilómetros sin prisa pero sin pausa. Solo paraba de vez en cuando para grabar un poco el paisaje. Circulabamos junto al mar, y era muy bonito, una pena que la niebla estuviera metida en las montañas y acantilados.
Y por fin, cuando estaba casi de noche, llegamos al hostel de Berunes. Se trataba de una antigua casa, tipica islandesa, de madera, que habían conservado tal cual. La familia se había mudado a una casa nueva, justo al lado, y habían abierto el hostel sin hacer ningún cambio ni reforma. Eso no significa que no fuera ni cómodo ni limpio, ya que estaba impoluto y teniamos todas las comodidades. Esa noche, compartimos el hostel con una familia alemana, con los coincidiriamos las siguientes noches.
Hola! genial el blog y el viaje! os vamos leyendo mientras preparamos nuestro viaje para este verano. Nos surge una duda sobre el acceso al Hostel de Hvol. Vamos con coche que no es 4×4. Cómo es el acceso? pista? carretera? en qué estado? si os acordais! gracias!
Me alegro de que os guste. Nosotros alquilamos un Polo y no tuvimos problemas, para llegar al hostel hay que seguir una pista, no esta asfaltada, pero no recuerdo que estuviera en mal estado. Estaba cerca de la carretera principal. Disfrutar del viaje, ¡el país es espectacular!