Sexto día de viaje. Llegamos al ecuador del mismo, y todavía quedaban un montón de cosas por ver y disfrutar. Abandonamos Husey con la pena de no haber visto las focas, pero para ese día teníamos un plan todavía más atractivo: el avistamiento de ballenas. Nos aguardaba un largo trecho en coche, salimos a las 8 de la mañana de Husey con la idea de ver todo lo posible por la mañana y dejar los de las ballenas para la tarde.
A eso de las 11 nos plantamos en el área geotermal de Hverir. Si el entorno era impresionante, lo era aún más el apestoso olor que desprendían los pozos. Pero merecía la pena de todas todas. Hverir está plagado de pozos y fumarolas, e impresiona el calor que desprende la tierra. En esta zona hay un montón de estaciones geotermales, lógico, solo hace falta dar un pequeño paseo para encontrarse una caldera en cualquier esquina. Por lo que pude leer en un panfleto, habían intentado un montón de veces plantar algo en esta zona, pero sin ningún resultado. De hecho, en una ocasión probaron plantando patatas, y se sorprendieron mucho al descubrir que crecían. La sorpresa llegó cuando fueron a sacarlas de debajo de la tierra, y descubrieron que estaban ¡cocidas! Os pongo un enlace a una completa galería de imágenes.
Hverir se encuentra a un par de kilómetros del lago Myvatn. Es una zona muy conocida en Islandia, ya que se pueden encontrar infinidad de lugares pintorescos en muy poca distancia. Estos son algunos de ellos:
– Hverfell: un cono gigantesco, de 400 metros de alto.
– Dimmuborgir: un área plagada de negras rocas de lava, de varios metros de altura, de lo más tétricas, y entre las que puedes pasear por senderos señalizados. Son conocidas como los castillos negros.
– Pseudocráteres en Skutustadir: otra área con varios conos, no tan grandes como Hverfell, pero con más encanto, al estar al lado del lago y ser de color verde.
La visita al lago fue más rápida de los que hubieramos deseado. Desde Hverir hasta Skutustadir, sufrimos la habitual la plaga de mosquitos de la zona. Se metían por los ojos, boca, nariz u orejas, sin descanso, por lo que estabamos continuamente espantándolos como podíamos, con el buff en la cara y andando con paso ligero. Cuando nos marchamos, entrabamos y saliamos del coche a todo correr para que no entraran dentro. Vaya coñazo. Después descubrimos que Myvatn significa ‘lago de las moscas enanas’.
Tras librarnos de los mosquitos demoniacos, pusimos rumbo a Husavik. Nos aguardaban las ballenas. Tras cruzar otra zona montañosa por una carretera comarcal, sin asfalto por supuesto, vimos de nuevo el mar más o menos a la hora de comer. Tras comprobar que la siguiente salida para ver ballenas era a las 5 de la tarde, buscamos un sitio para comer. Dimos un par de vueltas por el pueblo y nos decidimos por el Gamli Bakur, un restaurante situado en el mismo puerto. Tras unos días comiendo en gasolineras, por fin nos sentabamos en un restaurante que no era un grill. Y la verdad es que merecio la pena. No solo por lo bonito que era el local, sino porque la comida era bastante buena. Comimos el pescado del día, salmón concretamente, acompañado con ensalada. Sobra decir que el sabor era infinitamente mejor al del salmón que comemos aquí.
Después de comer paseamos por el puerto y pudimos ver como algún barco descargaba el pescado a las lonjas. La economía local se basa principalmente en la pesca, por lo que había varias empresas dedicadas al pescado congelado. Lo que pudimos apreciar en varios de los pueblos consteros que visitamos, fue que el pescado sobre todo se congela, imagino que para la exportación. En ningún sitio (ni en la costa ni en el interior) vimos pescadería alguna. De todos los supermercados que estuvimos, y fueron bastantes, solo vimos en uno que vendieran pescado fresco. Y lo mismo con la carne, era toda congelada.
Un poco antes de las 5 ya estabamos esperando frente al muelle de los barcos de North Sailing. Justo estaba llegando el anterior barco, por lo que cuando se bajaron los últimos pasajeros, pudimos subir a bordo. El barco era precioso. Un poco más pequeño que el de la foto.
Nos aguardaban 3 horas de navegación, no aptas para personas propensas a marearse. A medida que nos ibamos alejando del puerto y adentrándonos en mar abierto, el barco iba balanceándose cada vez con más violencia. Para unos paisanos de tierra firme como nosotros, se trataba de una experiencia de lo más movida. Nos sentamos en unos bancos en la proa del barco, y casi no nos movimos en todo la salida, quizá por eso no nos mareamos. En algún momento me puse de pie para grabar o sacar alguna foto, pero con el movimiento, era casi imposible atinar con el enfoque y encuadre.
Durante la primera hora, fuimos avanzando hacia mar abierto, con los ojos bien abiertos, por si veiamos alguna señal de las ballenas. El barco salió de la bahía y estuvimos dando vueltas mar adentro, a la espera de encontrarnos alguna ballena que pasara en esos momentos por ahí. Supuestamente, estabamos en una zona de paso en su migración hacia el ártico. Los minutos pasaban y no había ni rastro. Vimos algunos delfines, pero ese no era nuestro objetivo.
El sol se iba escondiendo, y el frío empezaba a atenazarnos sin compasión. A pesar de estar muy abrigados, el gélido viento del mar se nos metía hasta los huesos. El hecho de llevar dos horas sentados sin movernos tampoco ayudaba mucho. Entre el frío que estabamos padeciendo, y a la vista de que no ibamos a ver ninguna ballena, ya estabamos con ganas de volver a tierra firme. Nos dieron un chocolate caliente y un dulce de canela, llamado cinnamon rolls. Por lo menos nos endulzo la vuelta. Segundo intento de ver la fauna salvaje islandesa, y segundo fracaso.
Volvimos al puerto sobre las 8, cuando ya estaba anocheciendo. Solo nos quedaba coger el coche y buscar el hostel de Berg. Se encontraba a unos 20 kilómetros y nos fue fácil encontrarlo. En el mismo coincidimos con una pareja catalana, que estaban haciendo la misma ruta que nosotros, pero en el otro sentido.