Islandia. Día 7. Berg – Siglufjörður

Tras quedarnos sin ver ballenas, volvimos a la ruta con ganas de ver una gran ciudad, o al menos esa era la idea. Llevabamos varios días transitando por lugares aislados, pueblos pequeños, lugares con encanto; pero necesitabamos volver a sentir el pulso de la civilización. Nos acercabamos a Akureyri.

Godafoss al fondo

El día amanecio lluvioso. Dejamos Berg sin prisas, y de nuevo en la carretera, nos acercamos a ver la cascada de Godafoss o catarata de los dioses. Realmente, las que vimos los primeros días, Skogarfoss o Gulfoss, eran más espectaculares, pero Godafoss tenía su historia particular. En este mismo lugar, los antiguos islandeses abandonaron el paganismo, dejaron de lado sus antiguos dioses y se convirtieron al cristianismo. Y lo hicieron a su vez de un modo simbólico: arrojando a la cascada las figuras de sus dioses paganos. Fue en el año 1000. No se si ganaron con el cambio.

Después de conducir un rato con una lluvia incesante, llegamos por fin a Akureyri. Tratándose de la segunda ciudad en importancia de Islandia, nos esperabamos una gran ciudad, nada más lejos de la realidad. Con sus 17000 habitantes, menos que Laudio, no pasa de ser un pueblo grande. Tiene infraestructuras de ciudad: puerto, aeropuerto, todo tipo de servicios, etc., pero sorprende que este todo tan recogido.

Iglesia de Akureyri

Durante la visita dejo de llover, por lo que pudimos pasear por sus calles  tranquilamente. En unos cientos de metros, encontramos todo lo que buscabamos. En primer lugar, nos dirigimos a la iglesia. En Islandia hay dos tipos de iglesias: las antiguas y pequeñas, que son comunes en los pueblos pequeños; y las nuevas y grandes, que destacan sobre todo por su arquitectura. La de Akureyri es un claro ejemplo de la arquitectura vanguardista que sustituyo la belleza de lo pequeño por la precisión y el diseño de lo moderno.

Como era media mañana, entramos en una original cafetería, el Blaa kannan cafe, para hacer el hamaiketako. Por fuera, era una de las casas más bonitas del casco urbano, nos llamo la atención sobre todo por eso, pero lo realmente interesante era el interior: pasteles, tartas, cafes, helados, bocadillos, sopas… todo con un aspecto increible. Aprovecho para hacer un comentario sobre el café en Islandia: se ven muy pocas cafeteras como las que estamos acostrumbrados a ver aquí, en la mayoría de los sitios hacen café de máquina, o mejor dicho, te lo tienes que preparar tu mismo. Ellos te dan el vaso, y tu pones la mano de obra, pulsas al botón, y listo. A pesar de eso, me tome un montón de cafes, y aunque pueda parecer imbebible, no estaba mal del todo. En el Blaa kannan, el café era del bueno, echo a mano, y con cafetera de las buenas. Y no solo estaba bien el café, las tartas, que era lo otro que probamos, sublimes. Nos comimos una de chocolate, negra como el chapapote, espectacular.

Esti junto a un vikingo 'de pega'

Continuamos el paseo por la calle principal, y nos detuvimos a hacernos unas fotos con unos graciosos muñecos que había en la tienda ‘The Viking’, cadena de souvenirs y productos islandeses. Como he comentado antes, la ciudad no daba para mucho más, por lo que tras hacer una visita al banco, volvimos a la carretera. Antes de abandonar Akureyri, nos paramos en una de las orillas del semifiordo que coronaba, y visitamos un área en la que su día hubo un embarcadero, quizá el primero de la ciudad, y del que ya no quedaba nada más que el recuerdo.

De nuevo en la costa, pero esta vez en la norte, seguimos la sinuosa carretera hasta Dalvik, siguiente parada de nuesta ruta. Dalvik es un pequeño pueblo de pescadores, que como muchos otros en Islandia, no le falta su fabrica de pescado. Un par de vueltas por la calle principal fueron suficientes para darnos cuenta de que los dos únicos restaurantes del pueblo estaban cerrados, por lo tanto, y una vez más, tocaba comer en la gasolinera local. El menú de las N1, que así llamaba la compañía, consistía en hamburguesas, bocadillos, kebab y pizza. Curiosamente, la misma persona que atendía la estación, se metía en la ‘cocina’ y preparaba los platos. Todo en uno, cual hombre orquesta.

Puerto de Siglufjörður

Con el estomago reconfortado, no podíamos más que retomar la difícil carretera costera. Impresionaban las montañas que ibamos atravesando. Ibamos pegados al mar, pero surcando escarpados montes. De en vez en cuando, atravesabamos túneles, largos y poco iluminados, pero no había otra forma de ir de un pueblo a otro, si no querías ir por el mar. Atravesamos la primera montaña para llegar a Olafsfjordur. Pasado el pueblo, nuevamente nos adentramos en otro tunel, de unos 3 kilómetros. Una vez salimos, nos encontramos con un paisaje increible, entre dos montañas, y con el mar de frente. Tras atravesar un último tunel, llegamos a Siglufjörður, nuestro destino.

Al igual que los pueblos de esta zona, los habitantes de Siglufjörður viven casi en su totalidad de la pesca. Lo que más nos llamo la atención de este pueblo era que tenía una estación de esqui. Si, has leido bien, un pueblo costero con pistas de esqui. Casi nada. Tras dejar las maletas en el hostel, que era más un hotel que otra cosa, dimos una vuelta por el pueblo.

Esti sentada entre las esculturas

En la zona del puerto nos encontramos con unas graciosas esculturas de madera, y no pudimos evitar fotografiarlas. El puerto estaba muy bien. Recien reformado, habian construido varias cafeterías y restaurantes donde antes había unos antiguos almacenes, que fueron devorados por las llamas. Esta era una más entre otras medidas tomadas para reactivar la economía local, con el objetivo de que el número de habitantes no disminuyera, ya  que en los últimos año habían perdido mucha población. No se si lo conseguiran, pero el resultado en el puerto era magnífico.

Antes de que anocheciera, nos dio tiempo a tomar un cafe (de verdad), volver al hostel y volver a salir para cenar fuera. Imposible. Los dos únicos restaurantes estaban cerrados, y un tercero, recomendado en la guía, no lo encontramos (o ya no existía). No es entendible como pueden subistir los hosteleros, en verano abriran todas las noches, pero una vez llega septiembre, hay pocos restaurantes abiertos. Por lo tanto, y una vez más, nos preparamos la cena en el hostel, y a la cama. Por cierto, que esa noche jugaba la selección islandesa de fútbol, y descubri que Gudjohnsen sigue en activo. Obviamente, es una estrella en el país, y más conocido que el Stjarnan Fc